1616 - 2016: Galileo y la Inquisición, 400 años

1616 - 2016: Galileo y la Inquisición, 400 años

Continúa el conflicto fe/ciencia, pero ya no es problema

José María VIGIL


El 3 de febrero de 1616 la Inquisición prohibió a Galileo enseñar que la Tierra gira alrededor del Sol. El acoso se fue complicando, hasta que Galileo tuvo que «abjurar» ante la Inquisición de todo lo que había escrito y enseñado, para evitar ser torturado, aunque fue condenado a arresto domiciliario perpetuo. Pocos años antes Giordano Bruno (Roma 1600) y Etienne Dolet (París 1546) habían acabado quemados vivos por los católicos, y Jacques Grouet (Ginebra 1547) y Miguel Servet (1553) por los calvinistas. Contra el Evangelio, el cristianismo histórico ha pretendido controlar el pensamiento con rigor y sin piedad.

El de Galileo es el caso emblemático, porque se reduce limpiamente al conflicto entre la Iglesia y la ciencia, a saber, si la institución eclesial acepta o no que la ciencia haga sus propias afirmaciones y que los cristianos las puedan aceptar aun cuando parezcan ir en contra de la doctrina cristiana. Galileo era un cristiano piadoso, y nunca opinó sobre ortodoxias discutidas; se limitó a sus descubrimientos en el ámbito de la ciencia experimental: vio que el Sol no giraba alrededor de la Tierra sino al revés, y que la Luna y los planetas no eran seres celestiales hechos de materia incorruptible, sino cuerpos astronómicos como la misma Tierra.

El «descubrimiento» de Galileo confrontaba la cosmovisión vigente geo-antropocéntrica, que tomaba pie en la Biblia misma (libro de Josué) y que, amalgamada con la teoría astronómica platónica y aristotélica, era tenida toda ella como doctrina oficial. La Iglesia Católica condenó el heliocentrismo, decepcionante, por destronar a la humanidad del centro del cosmos (tardó casi tres siglos en aceptarlo).

En 1992 la Inquisición, ahora llamada Congregación para la Doctrina de la Fe, erigió una estatua Galileo en los jardines vaticanos. En su discurso, Juan Pablo II expresó aquella idea utópica: el conflicto fe/ciencia pertenece al pasado. Se puede ser cristiano y aceptar el heliocentrismo.

Pero después de Galileo la astronomía ha hecho nuevos descubrimientos, no menos decepcionantes para las doctrinas que, aceptado el fin del geocentrismo, seguían aferradas al antropocentrismo: nuestra especie humana sigue siendo el centro (no ya el centro geométrico del sistema solar, pero sí el centro del sentido del cosmos, la finalidad por la que Dios habría creado el mundo...).

En efecto, desde entonces, la astronomía ha dicho mucho más: que el Sol tampoco está en el centro, ni es el Astro Rey, sino que está en la periferia de una galaxia que a su vez gira en torno a un punto desconocido del cosmos, y que es una más entre miles de millones de otras galaxias distribuidas caóticamente sin ningún centro... Pero la Inquisición ya no ha molestado a ningún científico por prolongar y profundizar los descubrimientos «decepcionantes» de Galileo.

Desde 1996 la ciencia astronómica está embarcada en la exploración del cosmos a la búsqueda de los «exoplanetas», planetas en torno a otras estrellas. En estos pocos años ha encontrado ya unos 2.000, pero sabe que tiene que haber trillones de ellos en todo el cosmos. Calcula además que, con sólo un pequeño porcentaje de los mismos que esté situado en distancias asequibles para la vida, serán millones y millones los planetas que alojan vida. ¿ Vida vegetal?, ¿vida animal?, ¿vida humana?, ¿vida espiritual?... La ciencia no ha descubierto todavía un sólo planeta con vida, pero está segura de que «no estamos solos» en este cosmos, que pueden ser millones los mundos habitados. Fue por sostener esto que Giordano Bruno fue quemado vivo.

Pero la Congregación para la Doctrina de la Fe ya no dice nada. Ha decidido que entre fe y astrofísica no va a haber conflicto, y no lo hay, sólo por aquello de que «dos no riñen si uno no quiere». Hasta el observatorio Astronómico del Vaticano se permite insinuar la posibilidad de la existencia de otros tipos de vida diferentes de la que conocemos y somos.

¿Quedó resuelto el conflicto entre la ciencia y la fe? Mirando atentamente la situación actual, puede decirse que no. Aun cuando la actual Inquisición no hable de ello, son otras ciencias con las que hoy sigue habiendo conflicto, como la antropología y la epistemología, por ejemplo. Aun con la humildad que caracteriza hoy al método científico, estas ciencias creen tener hipótesis plausibles sobre de dónde viene y cómo se ha formado la religión, y sobre cómo funciona y qué fundamento tiene el conocimiento, haciendo ver que lo que hemos dicho y seguimos diciendo al respecto desde el campo de la fe, deja mucho que desear, o queda descalificado por los «descubrimientos» actuales de la ciencia, también considerados «decepcionantes» por quienes siguen añorando ocupar el centro no ya del espacio pero sí del sentido.

Por aquí tal vez puede ser buscada la razón del enfrentamiento actual entre las religiones y el mundo de la ciencia o de la llamada sociedad del conocimiento. Muchas personas, una vez han accedido a los conocimientos de la ciencia actual, ya no pueden adoptar doctrinas, símbolos o relatos míticos como cimientos para fundamentar el sentido de su vida ni su dimensión religiosa profunda. No es mala voluntad, ni orgullo: es incapacidad epistemológica (la cabeza les funciona de otra forma, de una forma incompatible con los axiomas tradicionales de los saberes míticos). Y se trata de una transformación irreversible: no es que no quieran, es que no pueden volver atrás. No pueden dejar de sentirse sujetos con dignidad, que han decidido atreverse a pensar (sápere aude! ), y que sienten que una religión que negara esta dimensión de la humanización, no sería ya digna del ser humano.

El conflicto de las religiones con el pensamiento libre y crítico no es de ahora, ni del siglo de Galileo. Viene de más lejos, tal vez de los tiempos de los primeros pensadores griegos, hace 25 siglos. Se piensa que fue contra Protágoras el primer auto de fe del que se tiene noticia histórica: sus libros fueron quemados en la plaza, tras haber escrito Sobre los dioses hacia el año 416 (¡hace 2600 años!). Las explicaciones científico-filosóficas, de los filósofos «físicos» (jónicos) de la época, dejaban sin base y sin clientela a la profesión de los adivinos y del clero, que promovieron la persecución de la filosofía. Parece que fue con Platón con quien se estableció por primera vez la persecución del pensamiento «científico»: Platón propone una legislación muy dura contra el ateísmo (las explicaciones meramente naturales) y la «impiedad» (desacato a los dioses, que él asociaba a ese tipo de pensamiento racional). En Las Leyes, Platón propone que ateos e impíos sean castigados con el aislamiento, la reeducación, y que, si no se arrepienten, la pena sea la muerte. De una vez Platón inventa la intolerancia religiosa, la inquisición y los campos de concentración.

Todo aquel esfuerzo del pensamiento griego de los primeros siglos quedó frustrado con el triunfo de la intolerancia platónica, luego asumida por el cristianismo. La Edad Media sería un túnel de oscurantismo, de fantasmas y supersticiones, de miedo y de falta de libertad. Fue con el Renacimiento como la humanidad occidental logró reconectar con aquel soplo de libertad espiritual que prendió por primera vez en el mundo jónico, y lo hizo desde una plataforma aun más limpia que la de la filosofía: la de la ciencia experimental. Evitando lo más posible el peligro de subjetivismo, Occidente se propuso reconstruir su conocimiento abriendo los ojos con sinceridad, sin miedo y sin mitos. Era el proyecto de la ciencia moderna, de cuyo método Galileo fue uno de sus iniciadores.

Hoy la ciencia no representa simplemente un recurso a nuestro servicio, sino una nueva manera de ser y de estar en el mundo. Una nueva forma de ser humanos. Un nuevo estado de conciencia. El ser humano moderno está marcado profundamente por la ciencia, que ha pasado a formar parte de su ser. Por el contrario, la sumisión a creencias o a tradiciones míticas, al margen (¡o en contra!) de la ciencia, por muy venerables que sean, ya no es aceptable. La humanidad reivindica como inalienable el derecho y el placer de conocer (no de suponer, imaginar, creer...), como una aventura comunitaria, cooperativa, hereditaria, que nos redime del miedo, de la ignorancia y la sumisión, y nos libera para afrontar nuestra responsabilidad ante la existencia. Toda religión que no acepte estas nuevas reglas de juego de esta recién estrenada nueva etapa de la evolución de la humanidad, y no vuelque todo su patrimonio simbólico en estos nuevos moldes de la conciencia humana, será superada.

El pensamiento mítico y las religiones inquisitoriales probablemente tienen todavía mucho tiempo por delante en la historia. Pero son ya incontables los herederos de Galileo, padre de la ciencia moderna: Miguel Servet, icono defensor de la libertad de pensamiento, Etienne Dolet, abanderado del libre pensamiento europeo... han apostado por el fin del miedo y de la oscuridad, y están en una actitud religiosa que no les cercena su libertad de pensamiento. 400 años después, sigue ahí el camino abierto por Galileo, y 2016 es una buena ocasión para celebrarlo.

 

José María VIGIL

Panamá, Panamá