1914-2014: 100 años de la primera guerra mundial
1914-2014: 100 años de la primera guerra mundial
Juan Hernández Pico
Agosto 1914 es una de las grandes novelas del escritor ruso Aleksandr Solzhenytsin, premio Nobel de Literatura en 1970. Fue publicada en 1971. Su protagonista principal es el ejército ruso, mal liderado por generales corruptos de la corte de los Zares, y que perdió la batalla de Tannenberg a pesar del heroísmo de los soldados. Pretendía ser la primera parte de varias novelas históricas que narraran los acontecimientos que llevarían a la creación de la Unión Soviética. Todas ellas tendrían un único título común: La Rueda Roja. La batalla de Tannenberg fue una de las más cruentas de la Gran Guerra Europea, también conocida como Primera Guerra Mundial, por la participación, si bien tardía, que en ella tuvieron Estados Unidos, la República Federal del Brasil y el Imperio del Japón, además de muchas naciones europeas. Dejó tras de sí más de 9 millones de muertos, casi 8 millones de desaparecidos y más de 21 millones de heridos.
Cien años y más de 40 guerras después, entre ellas la Segunda Guerra Mundial con 61 millones de muertos en casi 7 años, estamos aún hundidos en guerras terribles, como por ejemplo la que ha desgarrado a Sudán por enfrentamientos étnicos, haciendo sufrir brutalmente a la región de Darfur y acabando con la partición del país entre Sudán y Sudán del Sur. O la guerra civil que ha acabado con toda institucionalidad estatal en Somalia y mantiene al país en una hambruna espantosa, exportando refugiados hambrientos a Etiopía y Kenya. La interminable guerra en el corazón oriental de la República Democrática del Congo, en la que participan Ruanda y Burundi, conocida también como «guerra de los Grandes Lagos» (1960-2013, y no termina todavía). La guerra en Afganistán de la coalición de Estados Unidos y otros miembros de la OTAN contra los Talibanes. La guerra civil de terrorismos mutuos en Irak, herencia de dos guerras de Estados Unidos (1990 y 2003-2010). La guerra en la República de Mali, primero de las tribus aliadas con Al Quaeda, luego seguida de la intervención francesa. Y la guerra civil espantosa de Siria; además de la permanente amenaza de guerra de Israel contra Palestina y viceversa. Y muchas más. Xabier Gorostiaga (1937-2003) solía decir que si se contaran todas las guerras después de la Segunda Guerra Mundial en Europa (desde Eslovenia y Croacia hasta Serbia, pasando por Bosnia y Kósovo), Asia (Vietnam, Laos y Camboya, Afganistán, Irak), África, y las guerras revolucionarias y las represiones de las Dictaduras de la Seguridad Nacional en América Latina, bien se podría hablar con razón de una continua y permanente Tercera Guerra Mundial.
Aunque es enorme el horror en términos de vidas humanas perdidas o destrozadas, es todavía más espantoso el análisis de las causas de muchas de estas guerras. La Segunda Guerra Mundial con el proyecto de dominación mundial de tipo racista de la Alemania nazi –la creación del superhombre ario y la exterminación de 6 millones de judíos–. Pero también con el proyecto de revitalización de la industria del carbón y del acero del valle del Ruhr (Düsseldorf, Essen, Dortmund, Duisburg, Colonia, etc.) gracias a la complicidad de la familia Krupp con el dictador Hitler y su partido nacional-socialista. El hecho de que la gran depresión de 1929 sólo comenzó a resolverse definitivamente en Estados Unidos gracias a la movilización industrial y su transformación en industria de material de guerra (vehículos blindados, tanques, cañones, barcos de guerra, aviones, y toda clase de armamento) con la gran necesidad de creación de puestos de trabajo especializados y de obreros de armas. Y la realidad de que la guerra condujo a la movilización de una industria pesada en los Urales, en la espina dorsal de la Rusia Soviética. Y la consecuencia de que el mundo se vio sometido a una Guerra Fría entre 1946 y 1989 en la que la humanidad vivió pendiente de una guerra nuclear que habría destrozado al planeta en su globalidad, dado el poder de destrucción experimentado con la explosión de la bomba atómica sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945. La Guerra Fría mostró a las dos grandes potencias enfrentadas en ella más interesadas en llegar a la luna y en otros viajes espaciales que en la solución del hambre en el mundo, especialmente en África.
Lo que hemos llamado «la interminable guerra de los Grandes Lagos», en África, es un fenómeno impulsado fundamentalmente por las grandes compañías transnacionales interesadas en monopolizar las minas de coltán del Congo oriental, que poseen más del 90% de esta mezcla de minerales, base de la telefonía celular o móvil. La novela de John Le Carré La canción de la misión (The Mission’s song) , dibuja en pinceladas de ficción la compra real de los diversos grupos étnicos por las transnacionales que alimentan la guerra fratricida. Es humano sentir el olor a sangre derramada cuando manejamos impunemente los pequeños teléfonos celulares que acercan como nunca la comunicación.
El caso del coltán como impulsor de la guerra («la codicia que es una idolatría», dice la Carta a los Colosenses) no es más que uno de tantos casos. En el Congo antes fue el cobre. En Sudáfrica, Namibia, Angola, el Congo, Sierra Leona, etc., son los diamantes. Entre nosotros, en América Latina, el cobre, el hierro, el oro, la plata, el aluminio, etc., que las compañías transnacionales canadienses y estadounidenses intentan explorar y explotar dejando apenas un 1% de beneficio para los Estados.
Todas las grandes aspiraciones de la humanidad están interconectadas. No puede haber paz sin justicia ni justicia sin libertad. Y ninguna de ellas puede existir y desarrollarse humanamente sin bondad, sin ternura, sin austeridad y sin solidaridad. En los años de la gran confrontación entre sistemas económicos y políticos, los años de la «guerra fría», 1946-1989, el contraste entre la justicia y la libertad fue usado y abusado sin pausa. El sistema afianzado sobre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se enorgullecía de la lucha por la justicia. El sistema afianzado sobre Estados Unidos de Norteamérica se enorgullecía de la lucha por la libertad. La monumental deficiencia de ambos orgullos la enfatizó la falta de paz, el miedo ambiente, la «guerra fría» cuyo horizonte era siempre la conflagración nuclear.
Hoy la libertad está amenazada sobre todo por la globalización neoliberal y su fruto más ambiguo: el consumo. El consumo, que produce una refinada esclavitud cuando degenera en consumismo idolatrando los «alimentos terrestres», como diría André Gide. La paz de los grandes supermercados, la paz de los «malls», es la paz acordonada, que expulsa a los pobres de la tierra de su recinto privilegiado. Es una paz falsa, como la moneda falsificada, porque es la paz de los satisfechos que abusan de la libertad y rechazan la justicia, la bondad y el buen corazón.
Nos ha tocado vivir en un mundo hecho de contiendas pavorosas. Muchas veces hemos sido perfora-dos por el miedo. Y sin embargo, no hay en el Evangelio tal vez palabras que más se repitan que éstas: «¡No teman, no tengan miedo!». Son palabras que el enviado de Dios dirige a María de Nazaret: «¡No temas!». Son palabras que Jesús de Nazaret dirige a sus discípulos: «¡No se entreguen al temor, pequeño rebaño!» Son palabras que Jesús de Nazaret dirige a los Doce: «¡No teman, soy yo!» Claro que hay pocos sentimientos tan humanos como el temor, e incluso el pavor y la angustia. Pero, aunque podemos tener miedo, ese sentimiento tan humano, no podemos vivir del miedo ni entregados al temor. Para contribuir a otro mundo posible, donde se enraícen y florezcan la libertad, la justicia y la paz, es necesario superar el miedo de luchar las contiendas necesarias, sin abandonar nunca nuestras utopías. Por eso es preciso orar: «No nos dejes caer en la tentación de dejar de luchar para edificar el reino de la tierra y poder así esperar que venga a nosotros el reino de Dios».
En este mundo de guerras interminables, a cien años de la Primera Guerra Mundial, resuenan las palabras de Jesús: “La paz les dejo, mi paz les doy; no como el mundo se la da”. Ante esta guerra nuestra de cada día, son necesarias comunidades que vivan de la reconciliación. Más que nunca es verdad y tiene vigencia la resistencia pacífica del Sermón del Monte de Jesús, la búsqueda de la paz en el hinduismo de Gandhi, en la tradición budista, así como en los Mandela de la civilización africana más noble. «Si tienes algo contra tu hermano al ir a dar culto a Dios, deja la ofrenda sobre el altar y ve a reconciliarte con tu hermano», mucho más si son mujeres las ofendidas, y «ven luego a dar culto a Dios».
Sin «comunidades humanas de base» (A. Pieris) en paz, será imposible la paz en el mundo. Los líderes cristianos y de todas las religiones han de buscar juntos la estrategia más eficaz hacia la paz. O será grande nuestra responsabilidad si no lo hacemos. No se puede dejar esta carga sólo sobre los hombros de los políticos. Porque para Dios sólo la humanidad en paz y sin hambre es el absoluto.
Juan Hernández Pico
UCA, San Salvador, El Salvador