Acepte ser manipulado: ¡tenga odio de la política!
Frei Betto. Brasil.
El ser humano no inventó otra manera de organizar su convivencia social que no sea a través de la política. No hay ninguna esfera humana ajena a la política ni existe la neutralidad política. Hay dos únicas formas de hacer política: por omisión o participación. El populismo de derecha para neutralizar potenciales adeptos de las tesis progresistas proclama el odio a la política y convence a muchas personas a tener aversión a la política. Lo que más teme es que participemos de la política para impedir que ésta sea manipulada por ellos. Quien odia a la política acaba siendo gobernado por el que no lo tiene, dentro de la lógica capitalista de privatización del espacio público.
Hay una forma tradicional de atrapar ratones: basta con poner un trozo de queso dentro de una trampa-jaula. El roedor siente el olor de la delicadeza y, rápido, corre a devorarla. Cuando se aproxima comete un error involuntario que le cuesta la vida: pisa el mecanismo que cierra automáticamente a la ratonera que lo aprisiona.
Eso es lo que hace el populismo de derecha para neutralizar potenciales adeptos de las tesis progresistas. Proclama el odio a la política. ¡Presume que todos los políticos son corruptos! Sustituye las pautas sociales por las costumbres. Refuerza el moralismo farisaico. Así convence a muchas personas a tener aversión a la política.
Quien odia a la política es gobernado por el que no lo tiene. Es todo lo que quieren los malos políticos: que tengamos bastante asco por la política para, entonces, darles a ellos carta blanca para hacer lo que quieran. Lo que más temen es que participemos de la política para impedir que esta sea manipulada por ellos.
No existe la neutralidad política. Existe la dulce ilusión de que podemos ignorar a la política, renunciar al voto y quedarnos encerrados en nuestra comodidad. Al actuar de esta forma, nos parecemos al ratón que come tranquilamente el sabroso queso sin darse cuenta aún que perdió la libertad y, probablemente la vida.
Nadie se escapa de las dos únicas formas de hacer política: por omisión o participación. Al quedarnos ajenos a la coyuntura política, ignorar el noticiero, evitar charlas sobre el tema y abstenernos en las elecciones, estamos firmando un cheque en blanco a la política vigente. La omisión es una forma de adhesión a la política y los políticos que, en el momento, dirigen la política del país en el que vivimos.
El otro modo es la participación que tiene dos caras: la de los que apoyan a la política vigente y la de los que actúan para cambiarla e implantar un nuevo proyecto político.
Las fuerzas políticas de derecha, que naturalizan la desigualdad social, acusan a muchos políticos de corruptos (¡a veces con razón!). Sin embargo, no nos proponen ignorar a la política. Proponen sustituir a los políticos por empresarios, dentro de la lógica capitalista de privatización del espacio público y del Estado. Ese fue el caso del fracasado gobierno de Macri, en Argentina, y de muchos otros ejemplos en el mundo.
En todo hay política
La política no es todo, pero en todo hay política. Desde la calidad del café que tomamos todas las mañanas hasta las condiciones humanas (o inhumanas) de nuestras casas. Todo en la vida de cada uno de nosotros depende de la política vigente en el país: la calidad de nuestra educación escolar, la atención de la salud, la posibilidad de empleo, las condiciones del saneamiento, transporte, seguridad, cultura y recreación. No hay ninguna esfera humana ajena a la política. Incluso la naturaleza depende de ella – si las florestas son preservadas o no, si las aguas son contaminadas o no, si los alimentos son orgánicos o transgénicos, si los intereses del capital provocan deforestación y desequilibrios ambientales o no. La calidad del aire que respiramos depende de la política vigente.
Uno de los recursos utilizados por la derecha para dominar la política es la manipulación de la religión, especialmente en el continente americano, donde la cultura está impregnada de religiosidad. La modernidad logró establecer una saludable diferencia entre las esferas política y religiosa. Esto después de largos siglos de dominación de la política por la religión. Hoy, en principio, el Estado es laico y, en la sociedad, la diversidad religiosa es respetada y tiene sus derechos asegurados, sea en el ámbito privado (creer o no creer) sea en el público (manifestación del culto).
Los religiosos fundamentalistas quieren, actualmente, confesionalizar la política. Usar y abusar del nombre de Dios para engañar a los incautos. La política no debe ser confesionalizada, porque tiene que estar al servicio de creyentes y no creyentes. Tampoco la religión debe ser partidarizada. La Iglesia, por ejemplo, debe acoger a todos los fieles que comulgan la misma fe que, sin embargo, votan en candidatos de diferentes partidos políticos.
Esto no significa que la religión es apolítica. No hay nada ni nadie apolítico. Una religión que acata a la política vigente está, de hecho, legitimándola. Toda la religión tiene como principio básico defender el bien mayor de Dios – la vida, tanto de los seres humanos cuanto de la naturaleza. Si un gobierno promueve devastación ambiental y privilegia a los ricos y excluye a los pobres, es deber de toda religión criticar a ese gobierno. Sin pretender ocupar el espacio de los partidos políticos, como, por ejemplo, presentar un proyecto de preservación ambiental o de reforma económica. En su misión profética, cabe a las confesiones religiosas abrir los ojos de la población para las implicaciones éticas de la política perjudicial del gobierno.
En el caso de los cristianos, entre los que me incluyo, es siempre bueno recalcar que somos discípulos de un prisionero político, Jesús de Nazareth. El no murió a causa de un accidente en las escaleras del templo de Jerusalén, ni de una enfermedad en la cama. Fue perseguido, preso, torturado, juzgado por dos poderes políticos y condenado a morir asesinado en la cruz. Fue considerado subversivo por defender los derechos de los pobres y osar, dentro del reino del Cesar, proponer otro reino, el de Dios, que consiste en un nuevo proyecto civilizatorio basado en el amor (en las relaciones personales) y en la partición de los bienes de la Tierra y de los frutos del trabajo humano (en las relaciones sociales).
Por eso nadie puede escaparse de la política. Estamos todos inmersos en ella. Si la política que predomina hoy en nuestro país y en el mundo no nos agrada, busquemos los medio para alterarla. La realidad actual de nuestro país y del mundo es el resultado de la política adoptada en las décadas precedentes. ¿Nos cabe a cada uno de nosotros decidirse por acatar o transformar?
Uno de los ejemplos más curiosos de todos tiene que ver con la política y es éste: el último mes del año es diciembre que equivale al número diez. Antes de él, noviembre, nueve, atrás, octubre, ocho. Precedido de septiembre, siete. ¿Y cuantos meses tiene el año? ¡Doce!
Aquí está la política: en la Roma antigua. El año comprendía 304 días y tenía 10 meses: martius, aprilis, maius, junius, quintilis, sextilis, septiembre, october, november y december. Más tarde fueron adicionados los meses janus y februarius. Para homenajear a los cesares, el senado romano cambió los nombres quintilis para julio en honor al imperador Julio Cesar, y sextilis para agosto, en honor a Cesar Augusto. Como había alternancia de 31/30 en los días de cada mes, no era admisible que el mes de Augusto tuviera un día menos que el de Julio. Así se sacó un día de febrero. Julio y Agosto son los únicos dos meses del año que se suceden con 31 días cada uno.
Podemos ignorar que la política está en todo, pero está. Porque el ser humano no inventó y creo que no inventará, otra manera de organizar su convivencia social que no sea a través de la política.