ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL PAPEL DE LAS RELIGIONES ANTE LAS GUERRAS

 

ESTEBAN VELÁZQUEZ GUERRA

Todo lo que diré a continuación son reflexiones hechas, sobre todo, a partir de mis siete años en El Salvador durante la guerra de 1980 a 1992.
1. La insuficiencia del esfuerzo teórico de encontrar un código ético universal. Necesidad, además, de una alianza y una estrategia común de las tradiciones religiosas y espirituales.
No cabe duda que ha sido fundamental para la toma de conciencia mundial en la dirección correcta hacia la paz y la justicia, el enorme esfuerzo intelectual y concientizador que generó Hans Küng desde la publicación de su “Proyecto de Ética Mundial” en 1990 y la posterior creación de la Fundación para una Ética Mundial.
Pero la Ética Universal, si llega a lograrse, será fruto de una nueva conciencia de la sociedad y de múltiples redes y conexiones entre pueblos y colectivos. Una nueva revolución ética y espiritual, desde las bases de la sociedad, complementaria al esfuerzo de intelectuales y dirigentes para establecer un Nuevo Código Ético Universal. No como fruto de una coyuntura política determinada ni dirigida por cenáculos de políticos, intelectuales o líderes religiosos con escasa incidencia en la vida cotidiana de los pueblos. Y probablemente será tarea de no pocas generaciones.
Aprendamos de los sucesivos fracasos de la Naciones Unidas a la hora de establecer metas (objetivo del milenio, reforma de la misma ONU, diferentes cumbres mundiales…). Los objetivos más urgentes y más importantes nunca, o pocas veces, llegan a cumplirse. No es una de las causas menores de este fracaso el hecho de que la implementación de los objetivos está en manos de gobiernos y no del conjunto de la sociedad. Y de gobiernos que actúan en un marco de relaciones internacionales controladas por los más poderosos. Creo que solo una revolución ética y espiritual desde las bases sociales cambiará el escenario de forma sustancial.
2. Especial referencia a los planteamientos religiosos ante la violencia.
Aunque Jesús era un pacifista radical que renunció a la legítima defensa, en su nombre y en nombre de otros dioses o líderes religiosos se sigue permitiendo de “facto” la violencia bélica directa o indirectamente. La infraestructura psicológica de personas y pueblos y sus propios intereses están en la base de muchas violencias y guerras de antes y ahora. Urge un pacto de las religiones a favor de la no violencia y en contra de la guerra… de toda guerra. Particularmente en el caso del Islam y del cristianismo en cuyos templos y mezquitas rezan muchos de los principales artífices de las guerras contemporáneas. No solo, no habrá paz en el mundo si no hay paz entre las religiones, como decía Küng, sino tampoco la habrá si las religiones no se ponen de acuerdo sobre lo que entienden como paz y de lo que entienden como justicia. O, dicho en positivo: sería un avance histórico incalculable en el camino de la paz si todas las religiones conjuntamente desautorizaran toda guerra. Que dijeran que toda guerra, aun las llamadas legítimas o justas, no son el único ni el mejor camino posible para resolver las causas que provocan esa supuesta legitimidad.
¿Hay alguna guerra justa? Mi opinión particular es que no (o que si fuera justa nunca compensa) y que los ejércitos no tienen sentido o derecho a existir indefinidamente como forma de solución de conflictos (se lo radical que es la afirmación que acabo de hacer pero la mantengo). No es quizás ahora el momento de extenderme en este punto.
Pero lo que si diré es que se podría y debería llegar a un pacto entre las religiones en este asunto de la guerra. Un pacto que recogiera, al menos, los siguientes puntos:
a. No nombrar a Dios, a ningún Dios, a favor de ninguna guerra, incluso la considerada ética y políticamente legítima. Y, a la inversa, tampoco lo nombremos a favor de posturas, como la mía, en contra de toda guerra. O, al menos, antes de decir que Dios está legitimando o bendiciendo una guerra o bien, por el contrario, que las niega todas, simplemente digamos, para que nadie lo manipulemos a nuestro favor, algo así como que Dios “no contesta, no sabe” o que ”no sabemos llegar con certeza a su pensamiento” en este asunto tan delicado.
b. Si alguien aplica la teoría de la guerra justa aplíquela con rigor a todas las circunstancias que reúnan las mismas condiciones. No hagamos legitimación de guerras solo cuando nos interesa aplicando la teoría con dos varas de medir distintas según la propia visión o intereses.
c. Si se cree en la necesidad de alguna guerra justa, agótense realmente todas las vías de diálogo previas y alternativas a las guerras para buscar una solución pacífica. Con frecuencia se dan por acabado los diálogos mucho antes de agotar todas sus posibilidades. Y en algunos casos porque ya previamente se tenía decidida la guerra y el diálogo era un requisito o trámite previo pero sin convencimiento.
d. Hay que dar mucha más importancia real en todos los sistemas educativos (formales y no formales, privados y públicos, preuniversitarios y universitarios) a la educación por la paz, la justicia, y la solución pacífica de los conflictos. De forma transversal quizás. 
Y las religiones deberían ser uno de los impulsores y animadores principales de esa planificación. ¡Si todo lo que se ha luchado en algunos países para mantener la religión en el aula de la enseñanza pública y privada se hubiera luchado con el mismo énfasis para introducir alguna forma de educación por la paz transversal y obligatoria quizás se hubiera conseguido ya en esos mismos países el objetivo que estoy proponiendo!
Quizás también el Instituto para la solución pacífica de conflictos de la Naciones Unidas debería fortalecerse, popularizarse y reproducirse en diferentes lugares con el apoyo entusiasta de las religiones.
Escribo estas líneas mientras leo que la OTAN anuncia que hay que irse mentalizando sobre la posibilidad de que Europa entera se vea abocada a una guerra a gran escala frente a Rusia. Leo también las últimas noticias del drama de Gaza y las dificultades para un acuerdo entre las partes que vaya más allá de una tregua temporal.
Viene a mi mente, por un lado, los más de 60 millones de muertos de la II Guerra Mundial. Y por otro lado, una frase de Lao-Tse: “Toda victoria militar es un funeral”.
Creo que solo una mentalización en el sentido contrario al que propone la OTAN (y también otras alianzas militares) salvará al mundo: mentalizarnos de que es posible un mundo sin ejércitos o, al menos, sin ejércitos nacionales o de bloques o de alianzas. Es la condición y consecuencia de un mundo sin guerras.
Sé que propongo una meta muy difícil de conseguir. Pero los objetivos más posibilistas propuestos hasta ahora tampoco han conseguido su meta de un mundo en paz y sin guerras.
Las religiones pueden tener un papel decisivo si logran unir sus criterios a favor de la desaparición de los ejércitos y en contra de toda guerra. Pero mucho me temo que estamos muy lejos de esa Alianza de Religiones (como parte indispensable de una Alianza de Civilizaciones). Un botón de muestra es el silencio absoluto de una palabra conjunta (palabras no conjuntas si las hay) de los líderes religiosos islámicos, cristianos y judíos ante el enorme desastre humanitario y bélico en Gaza en el que mueren fundamentalmente personas de algunas de esas tres religiones. Ni siquiera el Papa Francisco y el Rector de la Universidad de El Cairo, uno de los principales líderes islámicos, autores ambos hace pocos años del magnífico documento “Fraternidad Universal”, han podido decir juntos (no basta por separado y con objetivos distintos) una palabra de paz y de denuncia del horror. Pueden más sus respectivos contextos culturales, políticos y religiosos que su inspiración a favor de la paz.
Pero no debe vencernos el pesimismo. Como le oí decir a ese gran educador ya fallecido que fue Fernando Cardenal, ex ministro de aquella Nicaragua ilusionante de los comienzos del sandinismo: “el mundo está tan mal que es mejor dejar el pesimismo para tiempos mejores”.