Análisis de coyuntura de la utopía latinoamericana

Análisis de coyuntura de la utopía latinoamericana

José María VIGIL


Una hora difícil

Hay que comenzar siendo sinceros y lúcidos: estamos en una hora sumamente difícil para la utopía y la esperanza de los pobres. Los acontecimientos inter-nacionales de los últimos años (fin del socialismo real en Europa del Este, fin de la guerra fría, crisis de las revoluciones y triunfos electora-les abortados en la izquierda de varios países latinoamericanos, mundialización del neoliberalismo en la producción, el comercio y las finanzas y algunas varias coinci-dencias que sirven de espe-jis-mos…) son un verdadero hito histórico que marca un antes y un después, un cambio de época más que una época de cambios.

Se hizo inviable la estrategia clásica de liberación: la emancipa-ción local de cada país respecto al círculo de dominación capitalista apoyándose en el bloque socia-lista, con la subsiguiente emancipa-ción de otros países en un efecto dominó… Y con ello se desarticu-ló todo un «imaginario social», una visión de conjunto, toda una «ideo-logía».

Para todos los que vivieron con intensidad las luchas históricas, el cambio fue muy fuerte. Para mu-chos, «demasiado» fuerte. Lo que estaba en juego no era una teoría. Muchas personas sintieron que se les quebró el sentido de su propia vida, su interpretación de la historia y de sí mismos, las Causas por las que estaban viviendo y muriendo. El precio psíquico y espiritual que hubo que pagar ha sido alto: unos se desorientaron, otros se rindieron y se redujeron a la lucha por la sobrevivencia, muchos pagaron incluso con su salud psíquica o con lesiones psicosomáticas… Los movimientos y organizaciones populares, por su parte, vieron bajar sus números, su vitalidad, su articulación, su esperanza. La sociedad como conjunto quedó en buena parte desmovilizada, refu-giada en el individualismo de cuño (conscientemente o no) posmoder-no: vivir el momento presente, refugiarse en el fragmento, pres-cindir de planteamientos globales (megarrelatos)…

Si en décadas pasadas habla-ban los psicólogos sociales de la neurosis como la enfermedad social de nuestro tiempo, la enfer-medad de esta hora es más bien la depresión: pérdida de la espe-ranza, de la autoestima, de los estímulos para reaccionar, deseos de huir o de suicidio…

Todo ello, junto a una derechi-zación global de la sociedad, una entronización a sangre y fuego del neoliberalismo, con el concurso de muchos pobres que besan así el látigo que les fustiga, y un despre-cio vergonzante de los compromi-sos pasados.

Y junto a ello también, por supuesto, un «resto» heroico, que se mantiene firme, convencido, «como si viera al Invisible»…

La hora es pues difícil. Se ha desarticulado un mundo, pero no amanece todavía un día nuevo… «Cuando teníamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas»: así lo puede expresar un grafitti en cualquier muro del Continente. Y todavía estamos captando las nuevas preguntas. Pero es necesa-rio amanecer, madrugar al alba, y aunque sea temprano, pensar, interpretar, buscar una salida, diseñar una alternativa…

Hay una izquierda «radical» que manteniendo principios válidos e ideales justos no siempre logra conectarlos con las nuevas reali-dades mundiales. Hay otra izquier-da «modernizante y rea-lista» que, sobrepasada por estas realidades, ha abdicado de sus principios considerándolos invia-bles o utópi-cos. En ambos grupos hay una crisis de identidad, de orientación, de liderazgo. Y hay otros, hay aún muchos, que buscan, y buscan nuevas fórmulas, mien-tras trabajan apegados a la gente empobrecida y a la realidad, dando a diario su vida en las más variadas experien-cias -pequeñas aún- de transfor-mación individual y social.

Curar las heridas del pasado.

Muchos arrastran una interpre-tación demasiado negativa de «lo que pasó». Han introyectado la visión que su enemigo social les pretende inculcar. Muchos pobres piensan hoy que fue una impru-dencia alzarse contra la injusticia, o que todo lo hicieron mal, o que fracasaron por sus propios errores, o que no era justo lo que se pretendía, o que, en todo caso, el pueblo no tiene capacidad para dirigir la sociedad, y por eso es mejor que el neoliberalismo tome las riendas…

Con una visión así no se puede caminar utópicamente, pues se lleva el freno en el propio corazón. Hay que mirar hacia atrás con ojos limpios, y llamar a las cosas por su nombre desde la perspectiva de los pobres, no desde la de los intere-ses que les son contrarios. Quienes están abatidos y cedieron a la voz de la sirena deben recuperar la autoestima de la utopía: pocas veces en la historia ha habido tal derroche de utopía, de generosi-dad y de mística como en estas tres fecundas décadas. Reconocemos todos nuestros errores, sin dejar uno, pero, a la vez, no nos arrepen-timos de toda la mística, el sacrifi-cio, la entrega que hemos vivido en aras de las Causas más nobles que se han dado en esta tierra.

Muchos han de revisar ahora, con más calma, esos supuestos triunfos y fracasos. Ni triunfó el capitalismo (nosotros lo interpreta-mos como un fracaso ético y su triunfo sólo ha sido fáctico), ni fracasó la utopía: más bien fue aplastada, al ser enfrentada por unas fuerza de poder y del dinero mundializadas. Saber fracasar, sin perder la claridad de la mente ni el fervor de la utopía, y tener autoes-tima en el éxito ético, aunque el coro de la masa se apunte al tanto más rentable de la moda de turno, saberse mantener firme ahí, es un triunfo superior, con mucho, al mismo triunfo externo histórico que tantas veces se llevan los fuertes por el simple hecho de serlo.

Memoria, fidelidad, creatividad

En esta hora necesitamos la fuerza y la fidelidad de los mártires, que se mantuvieron firmes «como si vieran al Invisible». Es decir, hay que mantenerse lúcidos para no dejarse engañar; fuertes, para no dejarse arrastrar; viendo lo invisi-ble, aunque sea soportando el desprecio de quienes sólo miran lo inmediato y lo rentable.

Frente a la amnesia general de una sociedad que no quiere recor-dar para no sentirse juzgada, la memoria, firme y serena, será nuestro gran apoyo.

Y frente a la claudicación de muchos, la fuerza para no comul-gar con ruedas de molino: afirma-mos con rotundidad que no ha llegado el final de la historia, que sí hay salida, que el neoliberalismo es injusto, y que no nos plegamos a la cultura de la desesperanza que nos quieren inculcar. Nosotros seguimos queriendo ser realistas: ¡pedimos lo imposible, lo utópico, un mundo diferente y fraterno, que sí es posible!

Y todo ello con una fidelidad creativa, original, que sabe cambiar de caminos para seguir persiguien-do la misma meta utópica.

Una nueva estrategia

Estos últimos años hemos atravesado quizá la parte más difícil del camino. Nuestras opcio-nes y utopías, a pesar de que hayamos sabido mantenerlas firmes y en alto, no tenían asidero concreto en una realidad histórica que pudiera ser considerada como su vehículo, su portavoz. La opción por los pobres, por ejemplo, no podía remitirse a ningún movimien-to social o político en el que pudiera reconocer el testigo de su futuro histórico.

Pero empieza a amanecer, quizá. Nuevas luces aparecen en el horizonte. Unas nuevas coorde-nadas nos hacen redescubrirnos en un mundo mundializado que no habíamos tenido en cuenta. Nos atrevemos a sostener que la pers-pectiva de la mundialización (que no ha de ser confundida con la globalización planetaria del neoli-beralismo) ofrece posibilidades para redescubrir una nueva estra-tegia de liberación. En esta misma Agenda se habla de ello.

Resulta ser un tanto chocante, porque desde las nuevas perspec-tivas, lo que hace unos años era revolucionario hoy puede resultar reformista, y lo que antes eran valores estratégicos absolutos a los que había que supeditarlo todo como vanguardia, ahora han de pasar a la retaguardia… ¡Volver a aprender! Pero sabiendo que toda esta variación se da en el campo de las mediaciones concretas, más acá de ese trasfondo del corazón donde se mueven las utopías, que nunca dejaron de latir…

Al sentir que se recupera una nueva estrategia histórica de liberación, se descubre con gozo, para quienes lo han dudado por un momento, que estas opciones fundamentales y esas utopías de siempre siguen vivas y viables, aunque no sepamos todavía ni cuándo ni cómo podremos imple-mentarlas, ni siquiera por dónde habrá de empezarse…

El adagio brasileño dice: «La esperanza nunca muere»; y hay que añadir: «Y si muere, resucita». Es hora de resurrección.

«Cuando creímos que no había respuesta, redescubrimos la pre-gunta», deberán decir pronto, de ahora en adelante, los grafitti sobre cualesquiera otros muros del Continente. Preguntas antiguas con respuestas todavía por estre-nar. Sí, el alba está ya cerca. Hemos tocado fondo, y es preciso forzar la aurora del Día nuevo…

 

José María VIGIL

Managua