Análisis de coyuntura de la Utopía socialista

Análisis de coyuntura de la Utopía socialista

João Pedro Stédile


A mediados del siglo XIX, Marx, Engels y otros pensadores de la clase trabajadora desnudaron, a partir de la filosofía, la sociología, la historia y la economía política, la naturaleza perversa del funcionamiento del capitalismo. Describieron con detalle las leyes que mueven ese modo de producción. Denunciaron lo perverso que es su modo de organizar la producción en la sociedad, pues se basa fundamentalmente en la explotación del trabajo de aquellos que producen todos los bienes y las riquezas. El capital transforma todo en mercancía. Y a partir de eso, explota el trabajo y va acumulando riquezas, siempre, y cada vez más.

Pero descubrieron también que ese modo de organizar la sociedad lleva consigo una contradicción insuperable. Los bienes son producidos por la mayoría (los que viven del trabajo), pero su apropiación es hecha sólo por una minoría (los capitalistas). De ahí que la sociedad capitalista produce cada vez más pobres, y menos ricos -aunque millonarios-.

Pronosticaron que deberíamos construir un nuevo modo de organizar la producción, en el que los trabajadores fuesen los propietarios y beneficiarios de su propio trabajo. Y lo llamaron «socialismo», pues tiene como fundamento la «socialización» de toda la riqueza creada, para atender a las necesidades de todo el pueblo.

Defendieron también que esa transición del capitalismo hacia el socialismo no sería realizada por la voluntad de algún idealista, intelectual o guía genial... sino que solamente sería posible si los trabajadores se organizasen luchasen y conquistasen los cambios. De ahí la expresión: «¡la emancipación de los trabajadores sólo será posible como resultado de su propia organización!».

Pasaron muchas décadas. Muchas luchas de la clase trabajadora. Muchos intentos de construcción del socialismo. Hubo revoluciones sociales, populares, que admiraron a la humanidad por su magnitud y su generosidad, como la revolución rusa, la china, la cubana...

Muchas de ellas fracasaron. Hay muchos análisis de las causas de ese fracaso. Tal vez podríamos resumir a grosso modo la lección diciendo que en la mayor parte de esos países, se substituyó a los capitalistas por el Estado. Se consiguió universalizar el acceso a la educación, vivienda, salud, empleo... pero en la práctica, los trabajadores todavía no construían el socialismo como una sociedad en la que las riquezas y el poder fuesen de hecho de todos. No consiguieron que esa socialización fuese realmente democrática...

Y cuando los trabajadores como clase se tropezaron en sus experiencias históricas, el capitalismo no se detuvo, al contrario, avanzó más todavía.

En los últimos 20 años el capitalismo alcanzó una nueva fase: el predominio del capital financiero e internacionalizado sobre toda la economía y sobre todos los países. Hoy –dicen los estudiosos- sólo 500 empresas transnacionales controlan más del 60% de toda la riqueza mundial, y dan empleo para menos del 5% de la población. Entre ellas, las mayores empresas controlan riquezas superiores a la economía nacional de más de la mitad de los países del mundo...

Ahora el capitalismo está bajo el control de los bancos. El capital se ha hecho internacional. Tiene sus matrices en los países desarrollados, y a partir de ahí controlan la producción, el trabajo, el comercio... en todo el mundo. Para eso, el capital rompe con las reglas y con las soberanías nacionales. Impone sus propias reglas. Usa los organismos internacionales, que antes eran de los gobiernos y de los pueblos. Y ahora, la ONU, FAO, OMC, OIT, Banco Mundial, FMI y los tratados multilaterales de TLCs, etc., son sólo instrumentos para dar amplia libertad de acción a ese capital de naturaleza internacional. Por eso llamaron a su política «neoliberal», o sea: exigen una nueva y amplia libertad para la circulación del capital en todo el mundo.

Pero como los pensadores clásicos habían advertido, todas las formas de explotación del capital llevan consigo contradicciones, o sea, efectos contrarios, que llevan a denunciarlo, y a elevar el nivel de conciencia de los explotados sobre sus explotadores.

El capitalismo ha conquistado el mundo, incluyendo la vieja Rusia y la populosa China. El capital manda sobre los gobiernos, las fronteras... ¡sobre todo! Sin embargo, su riqueza genera también enormes contradicciones, cada vez más asustadoras. Está cada vez más claro que la forma capitalista es incompatible con la conservación de los recursos naturales -que son finitos-, con el medio ambiente, con los recursos que tenemos en el Planeta para sobrevivir. Al transformar todo en mercancía –plantas, simientes, agua, ríos, genes, cultura, hábitos, conocimientos...- explotan a todos y a todo. Y ponen en riesgo la supervivencia.

El predominio del capital financiero prioriza la acumulación de riquezas en circulación, cada vez más lejos del trabajo. Por eso, no generan empleo. Cada año 5 millones de trabajadores fabriles pierden su empleo en todo el mundo. Millones de personas emigran desde sus países en busca de condiciones de supervivencia. El capital ha dejado nuestro planeta a la deriva. Pero las consecuencias están apareciendo ahora rápidamente. En el calentamiento planetario, en la polución, en la falta de agua, de comida, de empleo y renta.

En el corazón del imperio, la economía de Estados Unidos comienza a patinar. El monstruo se pone a toser. Se va a llevar consigo a muchas víctimas. Pues la reacción de la lógica del capital, en todas las crisis, es siempre apelar a la salida bélica. Lenín, Bujarín y Rosa Luxemburg nos explicaron que como la guerra destruye mercancías (armas, munición, predios, trabajo humano... personas), el capital usa de esa táctica para abrir espacio a un nuevo período de expansión del capital. Es lo que están haciendo en Irak, Afganistán, Palestina, Irán, Korea, Kosovo, Somalia, Haití, Kenia y Colombia.

Ahora hay lecciones que no estaban tan claras en los siglos XIX y XX. Los trabajadores están aprendiendo que la forma de explotación del trabajo y la dominación del capital es cada vez más internacionalizada. Y que se da con los mismos métodos en todas partes. Ahora los trabajadores tendrán que luchar y movilizarse también a nivel internacional, para afrontar al mismo enemigo común. Antes la explotación se daba básicamente en la fábrica. Ahora, al centrar la explotación en la esfera de la circulación, el capital explota a todos, cobrando tasas de intereses absurdas, pagadas hasta por el pobre cuando compra una plancha eléctrica a plazos. El pueblo es explotado al pagar el impuesto que va embutido en el precio de las mercancías. El Estado lo recoge y lo pasa a los bancos, como pago de una pseudo-deuda interna, invisible, impagable. Los países periféricos destinan un 15-30% de todos los presupuestos públicos al pago de intereses de la deuda interna y externa, que es embolsada por los bancos.

El capital explota con sus empresas transnacionales tasas exorbitantes de luz eléctrica, del fetiche celular, del consumo inevitable de agua, del transporte público... Ahora no es sólo el obrero industrial el centro de la explotación: todas las clases populares, incluso la de los sin empleo, son explotadas. Por tanto: están dadas las condiciones objetivas para que el pueblo se dé cuenta de la explotación del capital financiero y de la subordinación de los gobiernos a esas políticas.

Pero, si la explotación del capital y su acumulación avanzan en todo el mundo, sin límites, no ocurre lo mismo, infelizmente, con la conciencia y la capacidad de organización del pueblo. Vivimos todavía en un largo período de derrota de las clases trabajadoras. La hegemonía mundial del capital provoca una correlación de fuerzas adversas, lo cual causa desánimo, apatía y falta de esperanza. Es como si el pueblo percibiese el tamaño del monstruo, y ahí, asustado, le costase reaccionar.

Pero vendrá una nueva onda de movilización con las nuevas generaciones. Y ahora, con las nuevas lecciones aprendidas. En el pasado, creíamos que el camino hacia el socialismo era simplemente seguir a un partido. O que bastaba con tomar por asalto la casa de gobierno. Hemos aprendido que el pueblo necesita organizarse de todas las maneras posibles: en los barrios, escuelas, fábricas, comunidades rurales, iglesias y sindicatos. El partido es uno de los instrumentos; a él le corresponde discutir y articular proyectos para la sociedad. Pero la organización popular debe darse en todas las esferas.

Hemos descubierto también que no basta con elegir gobiernos, con conseguir el gobierno. El cambio de sociedad, el socialismo, no consiste sólo en llegar a gobernar. En tomar el Estado. El socialismo significa cambios estructurales profundos en la forma misma de funcionar la sociedad. Cambio en los propietarios de los medios de comunicación, para que los trabajadores reciban su salario con justicia. Cambios en las relaciones sociales, entre personas y clases, para que superemos todo tipo de discriminación y prejuicios entre nosotros relacionados con el color de la piel, seudo-razas (porque no hay razas entre los seres humanos), género, edad, opciones culturales, religiosas o sexuales. Socialismo es también un régimen político en el que el pueblo tenga de hecho poder de decisión.

Socialismo significa reorganizar la producción para atender a las necesidades básicas de TODO el pueblo. Significa una sociedad que destinará gran parte de su tiempo a la cultura, para que todas las personas tengan oportunidad de cultivar las artes, en sus innumerables formas. Significa que el Estado estará al servicio de los intereses de la mayoría, para ir transformándolo y que algún día deje de existir.

Todo eso parece distante... Pero el capitalismo globalizado está acortando el camino. Créanme: en los próximos años habrá grandes cambios en la humanidad. Nuevos vientos comienzan a soplar...

 

João Pedro Stédile

São Paulo, SP, Brasil