Análisis de coyuntura política latinoamericana
Análisis de coyuntura política latinoamericana
María López Vigil
El hecho mayor de nuestro tiempo es que cuatro de cada cinco seres humanos están excluidos de una vida que sea realmente humana. En América Latina esta inquietante realidad es algo menor: dos de cada cuatro se quedan fuera del juego.
Al cruzar el ecuador de la década de los 90, y en vísperas del fin del siglo y del milenio, la mayoría de los latinoamericanos viven hoy momentos difíciles y no ven claro el horizonte de mañana. Una economía deshumanizada que empuja a la sobrevivencia y a la corrupción y una cultura de masas que empuja al consumo ha ido enraizando en nuestros países una visión de corto plazo. Gran contradicción de esta hora: los cambios que requerimos necesitan luz larga, mirada estratégica y perspectiva ética.
El capitalismo vive una profunda reorganización en todo el mundo por causa de una acelerada revolución tecnológica. Esta situación encuentra a América Latina con importantísi-mos problemas sin resolver. Están pendientes aún en nues-tros países la reforma agraria, la desmilitarización, la justicia fiscal, la alfabetización, el enfrentamien-to de decenas de enfermedades curables... Obligados, a pesar de todo, a insertarse en la economía mundial (“global”), nuestros países lo están haciendo en condiciones de notable subordi-nación a los poderosos intereses transnacionales que hoy dominan el mundo. Los procesos de integración entre algunos de nuestros países están muy teñidos de esta subordinación. Y muy influidos por los intereses de la economía en crisis de EEUU. Así, con la inserción en la economía mundializada sólo ganan los que ya estaban situados más altos en la cúspide. América Latina es la zona del planeta tierra donde son más abismales las diferencias en la distribución de la riqueza, y la zona del planeta tierra donde está más concentrada en pocas manos la propiedad de la tierra.
«El trago es amargo, pero necesario. Estamos mal, pero vamos bien»: con variantes, ésta es la consigna estereotipada que repiten insistentemente desde hace unos años los gobernantes latinoamericanos. No pueden dejar de reconocer que las recetas neoliberales que vienen aplicando por imposición del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional han provocado que las mayorías de cada uno de nuestros países «estén mal».
En los años 80, uno de cada cuatro latinoamericanos vivían, según estadísticas de organis-mos de la ONU, en estado de «pobreza crítica». En los años 90 ya son dos de cada cuatro. La tendencia va claramente en esta dirección. Cada día hay más cantidad de latinoamericanos pobres. Y cada día esos pobres están cualitativamente más empobrecidos: las tasas de desempleo crecen y son ya parte de una situación «fatal», los escasos salarios se van en comer y alguien de la familia tiene siempre que emigrar para sostener al resto con remesas familiares. Las clases medias bajan escalones. Los campesinos se empo-brecen y emigran a las ciudades, donde se «enmendi-gan». Mientras, no todos los ricos, sólo algunos, se hacen millonarios. América Latina es la zona de planeta que ha produci-do más multimillonarios en estos últimos diez años. El abismo entre nuestros atrasados siste-mas educativos y los avanzados medios tecnológicos ahondarán a largo plazo todas las brechas.
No «estamos bien». Tampoco «vamos bien». Para sustentar que el modelo económico neoliberal es el correcto, los gobiernos latinoamericanos esgrimen cifras macroeconómi-cas. Fundamentalmente, hablan del control de la inflación y del crecimiento del PIB con el aumento de las exportaciones. El truco se oculta. La inflación se está controlando a base de reducir el crédito a pequeños y medianos, y de recortar la demanda (menos empleos, menos salarios, menos poder de compra, menos de todo…). Por otra parte, el crecimiento del PIB o el de las exportaciones no significa necesariamente creci-miento nacional. Crecen sólo algunos sectores de la nación, y en estos tiempos crecen espe-cialmente quienes controlan capitales nacionales subordina-dos a las corporaciones transna-cionales.
«Estamos mal». Todos los indicadores sociales -salud, empleo, educación, vivienda, mortalidad infantil y materna, nutrición, etc., todos- han ido cayendo en todos los países. Pero también «vamos mal». El modelo económico vigente está diseñado para que sigamos pagando volúmenes exorbitantes de una impagable deuda externa, concentra la riqueza en cada vez menos manos, está «feminizan-do» la pobreza a grados extre-mos, está arruinando la seguri-dad alimentaria de nuestros países, está causando devasta-ciones aceleradas en nuestra Madre Tierra y está poniendo en riesgo -por falta de pan para el cuerpo y para la mente- a la próxima generación de latinoa-mericanos.
El cerrado esquema económi-co en el que nos movemos encuentra una de sus más importantes válvulas de escape en la emigración, especialmente a EEUU. En varios de nuestros países la entrada de dólares a través de las remesas familiares es la más importante fuente de ingreso de divisas, por encima del café, de los bananos o del azúcar. Dice la historia que poco antes de morir, Simón Bolívar, desalentado al ver la fragmenta-ción del Continente que él soñó unido, dijo a su compañero, el General Flores: «En nuestra América sólo hay una cosa que hacer: emigrar». Más de 100 años después, esta «sola cosa» es la aspiración confesada o sentida en lo profundo del corazón de una mayoría de latinoamericanos. Porque el modelo económico que padece-mos -«vendido» con éxito por la hegemónica cultura estadouni-dense- no sólo empobrece sino que desnacionaliza.
Otra válvula de escape en este cerrado esquema económico está en la droga. Dinero rápido y futuro arriesgado, pero futuro. Prácticamente en todo el Conti-nente, el narcotráfico ha ido creando «otro» Estado dentro de cada Estado, y está alterando en todas partes economías y conciencias.
La crisis de tantas caras (crisis del agro, crisis de la producción nacional, crisis alimentaria, crisis en la balanza externa, crisis de competitividad, etc.) hace extremadamente difícil que se consoliden los procesos de democracia política que se han venido sucediendo en gran parte del Continente, después de guerras civiles o de dictaduras militares. En estas «democra-cias» crece la ingobernabilidad. No ya por «conspiraciones subversivas» o por «insurreccio-nes» sino por la descomposición social.
La democracia representativa se reduce a las votaciones en los procesos electorales -muy mercantilizadas a través de los medios de comunicación-. Y las varias expresiones de la demo-cracia representativa -debatir, controlar, evaluar- apenas pugnan por estrenarse.
Una de las mayores contra-dicciones de América Latina en esta hora se da entre democra-cias políticas nacionales que quieren madurar y una dictadura económica internacional que las debilita. Y los signos de estos tiempos indican que, tarde o temprano, a las fuerzas políticas progresistas y a los sectores honestos de las sociedades civiles de nuestros países les tocará enfrentar con sabiduría y tesón al BM y al FMI, las dos poderosas expresiones de esta dictadura económica, que es también una dictadura ideológica que busca no sólo destruir cualquier alternativa sino hasta impedir que la pensemos.
Desde 1994, Chiapas y la lucha zapatista han encendido importantes destellos de dignidad y de rebeldía en un cielo que parecía ya cerrado. Chiapas exige no sólo solidaridad sino reflexión. Es una experiencia que ha puesto de primeros a los últimos: los herederos de quienes sobreviven al genocidio de hace 504 años.
Haití es una pregunta abierta sobre el Caribe: ¿será posible al menos eso: pasar de la miseria a la pobreza con dignidad?
Y Cuba, que sigue siendo un referente luminoso en América Latina. Especialmente en estos últimos meses, cuando la revolu-ción ha decidido por fin transfor-mar en serio su distorsionada economía con más cuotas de autogestión y con más participa-ción de la sociedad civil. El «ajuste» cubano es revoluciona-rio porque no quiere dejar fuera del juego de la vida a ningún cubano. Cuba se propone hoy construir una economía con el máximo de eficiencia -no la tenía- y con el máximo de equidad social -tenía exceso de igualitarismo-. La revolución emprende este reto con dos ventajas comparativas: su arraigado nacionalismo y su enorme capital humano. Si Cuba lo logra toda América Latina ganará.
María López Vigil
Managua