Apropiación de tierras, monocultivos y dependencia alimentaria

 

Dolors Terradas Viñals Bañolas, Cataluña, España

 

La apropiación de tierras por parte de unos humanos por encima de otros empezó hace miles de años, ya avanzado el neolítico, y se consolida con el surgimiento de las grandes civilizaciones que se basan, entre otros pilares, en el acaparamiento de tierras por parte del estado o de pocos propietarios.

Pero lo que más influye en el mundo actual es lo que empieza con la colonización de América. Tanto si eran tierras comunales como si eran tierras imperiales (aztecas, incas…) todas las zonas fértiles fueron distribuidas entre los colonizadores, fuesen estos españoles, portugueses, ingleses o franceses. En el caso de toda la América tropical de la fachada atlántica, la población autóctona fue desapareciendo por matanzas y enfermedades siendo sustituida por mano de obra esclava traída desde África, destinando las tierras a cultivos para la exportación, muy apreciados en Europa como la caña de azúcar, el cacao, el café, el tabaco y el algodón.

Se crearon así unas economías que todavía perduran hoy en día, basadas en la propiedad de la tierra por parte de unos pocos propietarios y la exportación de productos no necesarios. Tierras trabajadas por jornaleros mal pagados, que sólo tienen trabajo unos meses al año debido al monocultivo y a quienes, como compensación, se les deja un pequeño terreno en propiedad que de ninguna manera les permite vivir decentemente.

Y así tenemos que el país más pobre de América, Haití, es el que envió más azúcar a Europa, quedando sus tierras empobrecidas definitivamente y necesitando la ayuda exterior. O Guatemala, donde el 8% de la población es propietaria del 78% de las tierras cultivables. En Guatemala y en todos los países donde no murió toda la población indígena, muchos de ellos pasaron a ser jornaleros sin tierra y otros a cultivar tierras altas, en las montañas, con una productividad mucho menor.

Con las independencias se continuó la misma situación, con el agravante que muchas zonas todavía no ocupadas fueron colonizadas por los emigrantes procedentes de Europa, sobre todo en los casos de Canadá, Estados Unidos, Argentina, Uruguay y Chile, quitándole las tierras a la población indígena. A finales del siglo XIX y principios del XX, gracias a una mejora en el transporte, tierras que todavía no habían sido usurpadas a sus propietarios indígenas lo fueron por compañías agroalimentarias para el cultivo de la banana y la piña, desplazando nuevamente población campesina hacia el trabajo jornalero, como en el caso de Honduras, Colombia y, de hecho, toda Centroamérica.

Y en la actualidad el proceso no ha terminado. A todos los monocultivos anteriores que ocupan latifundios históricos, se le deben añadir los destinados a la obtención de etanol y biodiesel, al cultivo de soja y cereales para enviar a las granjas de los países más ricos, a la producción de flores y al aceite de palma. Así, en Paraguay el 4% de la población tiene el 85% de la tierra, y es el cuarto exportador de soja del mundo, mientras su población campesina no dispone de tierras de cultivo para sostener alimentariamente el país. El 20% de estas tierras pertenecen a extranjeros y son compradas con las familias campesinas dentro. Brasil destina 32 millones de Ha a la producción de soja, maíz y azúcar (para biocombustibles) y sólo 7 millones a arroz, trigo, legumbres, yuca… Colombia exporta flores a EEUU y Europa, mientras que importa trigo. Todos los países centro y suramericanos son importadores de productos necesarios para alimentarse, y millones de personas se ven obligadas a emigrar.

Mientras que en toda América se producía la colonización y la mayoría de indígenas morían o perdían sus tierras, el campo africano perdía una parte de su fuerza de trabajo al ser transferida a la América tropical como mano de obra esclava.

La posterior colonización no comportó unos grandes cambios en la propiedad de la tierra. El territorio tenía muchos minerales para exportar. Pero si que hubo cambios en los lugares donde el clima era más propicio para los colonizadores.

En las tierras altas de Kenia con el cultivo del te y en Sudáfrica donde se establecieron definitivamente blancos que ocuparon las mejores tierras. Pero también se empezaron a producir cambios en los cultivos: introducción del arroz procedente de los impuestos que pagaban los campesinos de la India y el sudeste asiático, sustituyendo así parte de sus cultivos tradicionales dedicados a la alimentación como el mijo y la melca por otros de exportación: algodón, cacahuetes, cacao… Si Francia y Gran Bretaña recibían demasiado arroz procedente de las colonias asiáticas, los productores de Europa y EEUU no podrían vender su trigo!  Esta substitución todavía continua.

Una vez obtenida la independencia, y superados también los conflictos internos demasiado numerosos, las tierras del continente pasaron a ser objeto de interés por parte de las grandes empresas. Se pasó del África pesimismo, de un continente no aprovechable, al África optimismo, un continente lleno de oportunidades. En los últimos 30 años grandes empresas como Monsanto, Coca-Cola, Daewo, Dupont y los gobiernos de China, EEUU, Arabia Saudita, Francia, Brasil y la India han comprado millones de Ha. Según informes de OxfamIntermón, los últimos diez años se han comprado unas 203.000.000 Ha.

África todavía es un continente poco poblado, con una densidad de 43 h/km², mientras que la de Europa es de 74h/km². Todavía tiene unos 400 millones de Ha cultivables de las cuales teóricamente sólo se explota el 10%, con un 4% de regadío. Pero estos datos son engañosos, ya que no se tienen en cuenta las tierras destinadas a la ganadería extensiva y tampoco las destinadas a la rotación. De todas formas es cierto que las tierras africanas se podrían hacer producir más, pero el camino que se ha tomado hasta el momento es el más inadecuado para su soberanía alimentaria.

Se deberían hacer planes para desarrollar la agricultura de los actuales campesinos, apoyándolos con tecnología, semillas, facilidades de almacenamiento y comercialización… En vez de eso se venden tierras a grandes corporaciones. De hecho estas grandes corporaciones son las mismas que compran y distribuyen los productos a nivel mundial. Muchas de estas tierras ni tan solo se trabajan, sirven como inversión de futuro.

Y es que es muy fácil comprar tierras en África. En la mayoría de casos estas son de propiedad comunal, aunque cada familia cultiva las suyas. Pero al ser comunales no hay escrituras, cosa que permite a gobernantes corruptos venderlas sin pedir permiso a los campesinos. Eso pasa sobre todo con las tierras susceptibles de ser regadas, cerca de los ríos, lagos y pantanos.

Sólo algunos ejemplos. Senegal ha vendido 375.000 Ha de regadío para cultivar arroz de buena calidad a multinacionales de Francia, India, Arabia Saudita y China, mientras importa el 80% que consume, de peor calidad; y otras 850.000 Ha destinadas a biocombustibles. El 48% de las tierras cultivables del Congo están en manos de empresas extranjeras para producir aceite de palma exportable. Mozambique ha alquilado 10.000.000 Ha a 50 años vista, principalmente a China, mientras que Kenia destina 200.000 Ha cerca del lago Tana a biocombustible, a parte de las flores de exportación. O el valle de Omo en Etiopía, que con la presa Gibe III está quitando la tierra a miles de campesinos y ganaderos de culturas ancestrales en favor de la caña de azúcar. Por no hablar del terrible drama de los campesinos del delta del Níger, una de las regiones más fértiles del mundo envenenada por el petróleo.

Todo este proceso se hace con los permisos de los gobiernos y saltándose alegremente las declaraciones de la ONU sobre los derechos de los pueblos indígenas a la propiedad de las tierras que utilizan. En Asia, América y África se acelera el empobrecimiento de la población campesina que se ve obligada a la emigración, a una dependencia alimentaria de todos los países que les obliga a importar productos de primera necesidad a los precios fijados por las grandes empresas que dominan la distribución de los alimentos, a la pérdida de biodiversidad y a la falta de agua a causa de los monocultivos destinados a la exportación.