Arrinconados por la desigualdad
Arrinconados por la desigualdad
es hora de despertar
Pedro Casaldáliga y José María Vigil
«Las tendencias de la renta y la riqueza dejan algo muy claro: la brecha entre ricos y pobres es hoy más grande que nunca antes, y continúa aumentando, mientras que el poder está, cada vez más, en manos de una pequeña élite» (Oxfam, Iguales, p. 28). Sería preciso pellizcarse en el brazo para comprobar que no hemos perdido la sensibilidad, o la vergüenza propia y ajena, si lo leemos o escuchamos sin reaccionar enérgicamente al momento.
El crecimiento de la desigualdad viene de lejos, desde aquellas fatídicas décadas de los años 70 y los 80 del siglo pasado, cuando las potencias mundiales impusieron la revolución conservadora de Thatcher y Reagan, estrangulando las economías de los países en desarrollo con el alza de los tipos de interés sobre su deuda externa, exigiéndoles la reducción de los gastos sociales de sanidad y educación, la reducción del Estado, el desmantelamiento del estado del bienestar en Europa, la precarización del empleo y la marginación de la lucha obrera en todo el mundo, el ahogamiento de las revoluciones populares en América Latina... incluso con la bendición de la central vaticana de turno en aquellas décadas, y la descalificación de la teología de la liberación, de sus teólogos, de sus obispos, de la Iglesia de los pobres.
Cuatro décadas más tarde tenemos este resultado: una humanidad sumida en la desigualdad mayor de su historia. 85 personas tienen una riqueza equivalente al patrimonio de la mitad pobre de la humanidad. Y el 1% más rico de la población, en este año 2016, va a superar su propio récord patrimonial traspasando la barrera psicológica del 50% de la riqueza del mundo: se ha hecho con la mitad de los bienes del mundo (y continúa creciendo); la otra mitad queda a repartir para todo el resto de los humanos, el 99% de la población mundial. Vivir para creer.
Ha sido toda una revolución, sin armas, desde el poder político, desde unas estructuras puestas al servicio del mercado –el supuesto libre comercio, para que ovejas y lobos comercien en libertad– y con un sistema financiero concebido y sometido al servicio mismo de la acumulación del dinero.
Y hemos llegado aquí en tiempo de regímenes que se dicen democráticos... Ello evidenciaría el «secuestro democrático» de una sociedad en la que el pueblo elige y confía el poder a los plutócratas, y los pobres votan a los partidos de los ricos... Es la «hegemonía» del capital: la falta de conciencia de los pobres, la -inhibición de la mayoría, el triunfo del individualismo, la anestesia del consumismo... No se mantendría un sistema tan inicuo si no fuera por la inhibición de una gran parte de la población, que tiene su conciencia cautiva bajo la hegemonía que el sistema ejerce sobre las mentes y los corazones.
También aquí, como en el tema de la crisis climática, nos estamos acercando al abismo. La historia asegura que estos índices de «extrema riqueza», de desigualdad, de injusticia, no son sostenibles por mucho tiempo. Se preguntan los teóricos cómo no se ha dado ya una explosión social en unas sociedades tan llamativamente desiguales e injustas.
¿Qué es lo que nos mantiene dormidos, viendo pasivamente cómo la riqueza extrema (1%) continúa agrandando cada año la parte que se lleva de la tarta mundial, arrinconando a todo el resto (el 99%) en una porción de tarta cada vez menor? ¿A qué porcentaje de la tarta habrá de reducirnos la riqueza extrema, para que despertemos y decidamos poner fin a esta situación indigna de la humanidad, y revertir este sistema económico que nos ha conducido hasta aquí? ¿Cuándo tomaremos conciencia efectiva de que somos mayoría aplastante, ¡el 99%!?
Es hora de despertar. Porque es urgente cambiar las reglas. A pesar de que estamos en una hora histórica de reflujo social, los espíritus más despiertos están viendo que es hora de reaccionar, de abrir los ojos, de concienciar, y de elaborar una nueva hegemonía, la hegemonía de la humanidad humana, la de la crítica al fundamentalismo de mercado, la de la recuperación de esa democracia secuestrada. Es hora de cambiar de rumbo: el de las tres últimas décadas ya está demostrado que es insostenible y nos está llevando a la explosión social y a la crisis planetaria.
Se trata pues de la necesidad de un trabajo de concienciación, de pensamiento crítico, de resistencia. Es urgente romper el hechizo de esa hegemonía, conculcarla con prácticas ciudadanas alternativas, y ser coherentes con una participación política democrática responsable. «Cuando el pobre crea en el pobre, ya podremos cantar ¡Libertad!», decía un canto de la misa salvadoreña. Lo que hoy significa: cuando dejemos de colocar en los congresos y parlamentos, con nuestro voto, a la élite más rica y a sus representantes, cuando creamos en los pobres y en la opción por los pobres y votemos en consecuencia, nuestra secuestrada democracia quedará liberada, y estaremos caminando hacia la sociedad igualitaria y justa que tanto la Humanidad como el planeta merecemos, Utopía por la que vale la pena luchar y soñar.