Aunque no hay un dios ahí arriba...
Aunque no hay un dios ahí arriba...
Roger Lenaers
La AGENDA LATINOAMERICANA, en la colección que patrocina, llamada «Tiempo axial», ha publicado el libro «Otro cristianismo es posible» de Roger LENAERS, que ha tenido una gran acogida en todos los países latinoamericanos. Animado por ello, el autor acaba de escribir el libro «Aunque no hay un dios ahí arriba», profundizando en el tema. Ésta es una presentación sintética hecha por el propio autor. Merece la pena debatirla...
Este libro prolonga el anterior, Otro cristianismo es posible, y supone pues que se ha dicho ya adiós (al menos en teoría) a aquella representación de Dios en la que fuimos educados, y que es la de la tradición bíblica. Esta representación tradicional es de naturaleza puramente heterónoma: nuestro mundo, imperfecto, pasajero, impotente... depende en todo de otro mundo, que es perfecto, eterno, todopoderoso... desde donde un Dios más o menos antropomórfico gobierna el nuestro. Pero no basta decir adiós a esa representación solamente en teoría, sino que hace falta extraer las consecuencias prácticas.
Visto que la modernidad se caracteriza por la conciencia de la autonomía del cosmos y del ser humano, hace falta separarse de todo lo que supone una visión heterónoma. Pero, incluso cuando rechazamos la heteronomía, continuamos inconscientemente pensando y actuando como si ese otro mundo continuara siendo real y activo, proporcionándonos conocimientos y determinando nuestras acciones. Esta pregunta es un criterio sencillo y claro para ver dónde somos víctimas de este error inconsciente: esta opinión, o esta práctica, ¿supone, o no, la actuación o la existencia de ese otro mundo? A veces hará falta un atento análisis. Si, por ejemplo, yo me opongo a la eutanasia porque transgrede la prohibición de tocar una vida humana, estoy haciendo referencia en el fondo a un mandamiento, el quinto, y estoy pues bajo la influencia del otro mundo, aquel al que, sin embargo, yo había dicho adiós. O, por ejemplo, pensar que las especies eucarísticas cambian realmente, o que Jesús ha abandonado la tumba en la mañana de pascua, o que la multiplicación de los panes es un hecho... todo eso significa postular la intervención de una fuerza sobrenatural en el dominio (¡autónomo!) de la naturaleza. Este nuevo libro acomete una tarea de limpieza.
En una primera parte, el autor examina el campo de la ética. La ética cristiana tradicional es una ética de la ley, y dado que esta ley desciende de lo alto, es heterónoma, aunque no nos demos cuenta de ello. Por lo general, lo que esa ley ordena es bueno, y favorece el proceso de humanización. Para que este proceso sobreviva a la «muerte de Dios», y por tanto a la desaparición de su fuente, lamentada por Nietzsche, hace falta otro fundamento y una nueva justificación. Ahí entra la «teonomía» de un Dios que es el Amor primordial y transcendente que se expresa en la evolución del cosmos, bajo la forma de un llamado y un impulso a amar. La ética de la teonomía (que es la fe cristiana moderna) será una ética que se deja guiar por las exigencias del amor. Esas exigencias son en parte idénticas a las de la ética tradicional, pero sin las debilidades y sin sus lagunas. Las debilidades de una ética de la ley son, entre otras: que permite siempre escapatorias, que responde a los problemas de un tiempo determinado y pierde su sentido cuando los tiempos cambian. Su gran debilidad es que necesita sanciones: el miedo que inspiran esas sanciones ocupa el lugar de la libre aceptación del bien que persigue la ley, y socava así el valor ético de los actos humanos. Las sanciones son medios de domesticación; se degrada así al ser humano al nivel del animal.
El autor examina más en detalle tres grandes debilidades concretas de la ética tradicional, y hace ver cómo una ética del amor las corrige, afortunadamente. En primer lugar, su ética sexual, que es totalmente deficiente; el autor examina las causas y hace ver cómo una ética del amor cuida todo lo que era bueno en la ética sexual tradicional, pero lo libera del peso muerto que arrastra con ella. La masturbación, la homosexualidad, las relaciones prematrimoniales... se ven entonces bajo una perspectiva totalmente distinta. El amor conyugal lleva al autor a examinar más de cerca la indisolubilidad del matrimonio, que reposa sobre una concepción heterónoma de la relación entre los esposos, y a criticar la práctica absurda de la anulación eclesiástica del matrimonio.
La segunda debilidad es la ausencia de líneas directrices del uso del dinero. Esta carencia ha abierto la puerta al capitalismo desvergonzado que estamos viviendo. Una ética del amor, inspirado en la ética de Jesús, que rechaza toda forma de avaricia, nos hubiera conducido a un mundo económico totalmente diferente.
La tercera debilidad de esta ética es que ha sacrificado la libertad -un bien inalterable del ser humano que el cristiano debe vivir en plenitud, como Jesús-, sobre el altar de la obediencia, a instancias que no puede legitimarse sino desde la óptica heterónoma. El autor trata de encontrar el equilibrio entre la exigencia de actuar como personas libres y el de actuar como miembros del cuerpo que es la Iglesia, exigencias complementarias y a veces contradictorias.
La segunda parte del libro es de naturaleza dogmática y aborda en seis capítulos cuatro temas importantes, en los que la mezcla inconsciente de heteronomía y autonomía, o sea, de agua y fuego, contra la que este libro se ha escrito, se manifiesta claramente: la relación entre creación y evolución, la muerte, la biblia, la eucaristía. ¿Cómo se abordan estos temas si no se hace apelación a la existencia de otro mundo?
1. La creación. En Roma se dice bien que creación y evolución no son cosas opuestas, pero si, con Roma, se mira la creación como un acto del Dios de arriba, se acepta implícitamente que él puede intervenir en cualquier momento. Es por eso por lo que los neo-darwinistas, como Dawkins, rechazan un Dios creador, incluso a Dios sin más. Por otra parte, ¿qué papel puede jugar todavía ese Dios de arriba, cuando las leyes formuladas por Darwin y por De Vries explican suficientemente el proceso? A esta doble objeción, el capítulo responde presentando el cosmos como la expresión evolutiva del Misterio, que nos transciende totalmente y que es Espíritu. Nunca es necesario apelar a una intervención de «Dios de ahí arriba». Una comparación con una sonata de Mozart ilustra esta forma de ver el acto creador y aclara al mismo tiempo el origen de la vida y de la conciencia animal, y del espíritu humano, problemas insolubles en una óptica puramente materialista.
2. Es claro que la muerte no puede ya ser entendida como el paso de este mundo al otro, porque este otro mundo ha desaparecido. Pero la Tradición nos ha impregnado de tal modo con sus concepciones, que incluso quienes profesan la autonomía, tienen mucha dificultad para liberarse de las certezas del pasado: juicio, cielo, purgatorio, infierno y limbo, para los cuales no hay ya lugar en la teonomía. El capítulo intenta encontrar una respuesta para los problemas que surgen entonces. Por ejemplo: ¿qué queda de nuestro yo? ¿Y si no hay ya castigo ni recompensa... no da igual cómo se viva? ¿Y qué queda entonces de la Justicia de Dios? Incluso aunque no nos satisfagan del todo las respuestas, nos equivocaríamos buscando refugio de nuevo en la heteronomía: viviríamos en contradicción con nosotros mismos.
3. En cuanto a la Biblia, la Iglesia la lee de hecho como los musulmanes leen el Corán, como un recuento de palabras procedentes directamente de la boca del Dios-de-allá-arriba. Dos capítulos se ocupan de los problemas que para el creyente moderno conlleva la expresión «Palabra de Dios». Si bien el Misterio transcendente «Dios» no «habla», no cesa de expresarse en la evolución del cosmos y en la profundidad de quienes están más abiertos a su inspiración. Cuando éstos formulan su inspiración, el resultado es una palabra humana, marcada por la cultura y la psicología del autor. Pero en esas palabras humanas resuena el encuentro con el Absoluto. Eso explica la ambivalencia de la Biblia. Igual que el Corán, la Biblia ha inspirado tanto humanización como crímenes contra la humanidad. En todo caso, es una exageración peligrosa y totalmente heterónoma reverenciarla como sacrosanta utilizándola para justificar lo que pensamos o lo que hacemos.
4. Para todos los sacramentos vale el hecho de que desde el principio han sido interpretados de forma heterónoma: el Dios-de-ahí-arriba haría descender sus «gracias» en el momento de una determinada acción humana. Para la eucaristía se añade el hecho de que esta acción combinada realizaría cambios invisibles que pueden recordar la magia, especialmente la «transubstanciación», y como consecuencia de ésta, la presencia real (entendida como corporal física) de Jesús resucitado. Esta interpretación es el fruto de una forma heterónoma de leer la Biblia, desde una visión premoderna del cosmos y de sus leyes. La interpretación de la misa como sacrificio -otro concepto plenamente heterónomo- y el que quede reservada a oficiantes privilegiados masculinos, completa el cuadro de los problemas que asaltan al creyente moderno cuando quiere participar en este rito. En dos capítulos, el libro hace ver qué es lo que ocurre realmente en este rito y qué papel importante puede tener en la vida de la fe.
El libro concluye con un capítulo que demuestra que la modernidad, partiendo de su axioma de la autonomía, conduce necesariamente al ateísmo... pero que este ateísmo, si se lo comprende bien, abre la vida al Dios-Misterio, que es Amor transcendente.
Véase la colección «Tiempo axial» en: http://tiempoaxial.org
Roger Lenaers
Holanda - Austria