Balance de la Iglesia Latinoamericana
BALANCE DE LA IGLESIA LATINOAMERICANA
en este final de siglo
João Batista LIBÂNIO
Cualquier balance de la Iglesia en este final de siglo y de milenio tiene que partir de la doble ruptura que marcó profundamente a la Iglesia en este siglo: el Concilio Vaticano II para toda la Iglesia universal y Medellín/Puebla para nuestro Continente. Todos los demás acontecimientos se comportan como freno y/o acelerador de esa doble corriente de vida.
1. Herencia de Concilio Vaticano II
El Concilio Vaticano II es considerado el fin de la contrarreforma y de la Cristiandad. Significa la reconci-liación de la Iglesia con el mundo moderno, para bien y para mal. La Iglesia se abre al diálogo ecuménico y trata de actualizarse. Juan XXIII usó la palabra italiana “aggiornamento”, ponerse al día.
La Iglesia de nuestro Continente estaba hasta entonces muy cerrada en su conservadurismo religioso y político. Durante los años del Concilio e inmediatamente a continuación hizo un esfuerzo enorme de apertura. Fueron años de mucho conflicto interno, de mucho sufrimiento, pero hoy tenemos como herencia del Concilio numerosos logros.
Antes de todo, un cambio en la comprensión de la misión y de la naturaleza propia de la Iglesia: se dejó definir a partir de la realidad del Reino de Dios, como continuadora de la misión de Jesús de anunciarlo a los pobres. Entendida como Pueblo de Dios y como misterio, superó muchas de sus rígidas estructuras canónicas, aumentó su proximidad afectiva y efectiva para con los más pobres, y adquirió una mejor consciencia de su naturaleza realmente universal, superando el carácter predominantemente europeo.
La catequesis se despojó del carácter doctrinal, para partir de la experiencia de los niños, expresándose en su universo cultural propio. La liturgia se volvió más viva, con las celebraciones en lengua vernácula, con mayor participación de la asamblea, con muchos más cantos y alegría. La formación de los seminaristas los insertó en centros de estudios universitarios, los acercó a los problemas del mundo de hoy, cultivó mejor su afectividad... Los religiosos abandonaron los grandes conventos, pasando a vivir en pequeñas comunidades en los barrios. Muchas congregaciones cambiaron sus obras suntuosas por una pastoral popular.
La teología sufrió una profunda renovación de método y de contenido. Fue a alimentarse sobre todo de las fuentes bíblicas y patrísticas, superando la dogmática árida y demasiado escolar que la hacía ininteligible a las personas “de hoy”.
Los laicos, por medio de la Acción Católica especializada -especialmente las JEC, JOC, JUC-, además de asumir con entusiasmo la reforma litúrgica, fueron insertándose cada vez más en su medio, revelando el potencial espiritual y evangelizador del laico.
La Iglesia despertó al diálogo ecuménico, a la relación con las otras religiones y con los no creyentes, en un espíritu de libertad y de acogida. En vez de condenar al mundo moderno, buscó su contacto, superando el clásico dualismo natural/sobrenatural, en una perspectiva unitaria de la historia de la salvación. Dedicó una Constitución Pastoral a la relación con el mundo, iniciándola con dos palabras significativas: “Gaudium et Spes”, o sea, alegría y esperanza...
2. Herencia de Medellín (1968) y Puebla (1979)
Mirando a los grandes acontecimientos de nuestra Iglesia de América Latina -Medellín y Puebla-, percibimos que marcaron el rostro de nuestra Iglesia con trazos originales y fuertes. Subrayemos algunos:
-la opción por la liberación de los pobres, reconociéndolos como sujeto evangelizador de la Iglesia y transformador de la Sociedad;
-la dimensión profético-crítica en relación a la realidad social desde la perspectiva del pobre, acarreando a la Iglesia mucha persecución y martirio;
-el surgimiento de comunidades eclesiales de base, en las que se practica una lectura popular y militante de la Escritura en círculos bíblicos en torno al método desarrollado por Carlos Mesters y en las que hay ministe-rios de lucha por la Justicia;
-la inserción de la vida religiosa en medio de los pobres;
-el surgimiento de una consistente teología de la liberación, originaria del Continente y no mero reflejo de la europea;
-una mayor articulación entre celebraciones litúrgicas y compromiso social, especialmente en la forma de “romerías de la tierra”, “celebraciones en defensa de los derechos humanos”, etc.;
-una abundante producción de documentos de Iglesias particulares sobre temas sociales;
-un amplio movimiento de concientización política y educación popular liberadora a base del método de Paulo Freire y del uso en la pastoral del método intuitivo del ver analítico, juzgar teológico, actuar pastoral, celebrar y evaluar;
-una valorización de la religiosidad popular como resistencia y fuerza liberadora;
-la creación de Centros de Defensa de los Derechos Humanos, de Comisiones de Justicia y Paz;
-la creación de estructuras eclesiásticas de amplia participación popular, sobre todo de las “Asambleas del Pueblo de Dios”, de los Encuentros Intereclesiales de las CEBs, etc., donde la temática social ocupa un espacio privilegiado.
En resumen, a partir de Medellín, la Iglesia de América Latina se caracteriza por la opción por la liberación de los pobres y por las comunidades eclesiales de base, en las que se practica una lectura popular de la Escritura en círculos bíblicos. A causa de estas opciones la Iglesia de América Latina se convirtió en una Iglesia de mártires.
3. Coyuntura reciente y desafíos del próximo milenio
Esta herencia, a pesar de todas las dificultades y ataques, continúa siendo la riqueza de nuestra Iglesia. La Asamblea episcopal en Santo Domingo, a pesar de circunstancias externas de presión, abrió la nueva puerta de la inculturación, al reconocer que nuestro Continente es “multiétnico y pluricultural” (nº 226). Reforzó también otros puntos como la opción por los pobres, la valoración y autonomía de las iglesias particulares, y la importancia del laico, defendiendo su protagonismo en la evangelización.
Hoy día nos desafía un cierto retorno -sin mucho futuro- a posiciones más conservadoras en la administración de la Iglesia. Por lo demás, crece en todos el deseo de una Iglesia más participativa, que responda al espíritu democrático del mundo actual.
La evangelización de las culturas y la transforma-ción de las estructuras injustas de la sociedad moderna del capitalismo avanzado se imponen como exigencias igualmente graves. Una no se da sin la otra.
Es impensable la creación de una única cultura cristiana en un mundo con conciencia multicultural, pluriétnica y pluri-religiosa. El evangelio debe inculturarse en las diversas culturas.
La expresión opción por los excluidos, además de reforzar la opción por los pobres -entre los que los primeros son los excluidos-, permite comprender la nueva situación traída por dos factores recientes de exclusión: la revolución de la informática y la ideología neoliberal. Ambos se sitúan en el interior del desafiante problema de la mundialización.
El fenómeno religioso es hoy más amplio que un simple surgimiento de nuevas diversas formas y expresiones religiosas, sobre todo pentecostales. La Iglesia institucional pierde fuerza y las formas religiosas privatizadas crecen. Políticamente, aumentan la alienación y el descompromiso. Se buscan soluciones inmediatistas para los problemas personales y familiares. Tal surgimiento religioso puede ser, sin embargo, un puente para una evangelización y concientización por medio del compromiso con las grandes Causas sociales del momento actual: ecología, feminismo, pacifismo, consciencia étnica, etc.
Caminamos hacia una sociedad del saber, de la información e informatización. Hay que multiplicar la presencia crítica en las radios y programas televisivos, por una parte, y, por otra, utilizar las posibilidades multiplicadoras de la conexión por red de tal modo que las pequeñas iniciativas adquieran un mayor potencial movilizador. Se impone el desafío de una pastoral de masas a través de los medios, utilizando las posibilida-des de las radios comunitarias. Se debe valorizar la importancia que las CEBs pueden tener de penetración en las masas, siempre que se abran a tal problema.
Más allá del ecumenismo de diálogo entre los líderes eclesiásticos y sus teólogos, se ha desarrollado en América Latina un ecumenismo de base como algo más original. Se desarrolla a partir de la opción de muchos sectores de las Iglesias por la liberación de los pobres. En un mismo caminar, en el compromiso común de luchas populares, se encuentran cristianos de diferentes denominaciones, que leen la Biblia en ese mismo contexto, que comulgan con los problemas, contradicciones, opciones, luchas y esperanzas reales del pueblo latinoamericano. Por eso, son igualmente perseguidos, dando lugar a la Iglesia de los mártires de A.L.: ecumenismo en y de la sangre. Este ecumenismo de base afronta en este momento la presencia de las denominaciones evangélicas, políticamente conservadoras, financiadas por intereses económicos internacionales teológicamente fundamentalistas.
En una palabra: ¡hay más motivos para la esperanza que para el temor!
João Batista LIBÂNIO
Belo Horizonte, Brasil