Balance: un siglo de revoluciones y contrarrevoluciones en A.L.

América:
Un siglo de revoluciones y contrarrevoluciones
 

Emir SADER


El siglo XX comenzó, para América Latina, con una masacre y una insurrección. La masacre fue la de los obreros mineros chilenos, en la Escuela Santa María de Iquique, al norte del país. Concentrados en torno a las minas de salitre, constituían el corazón de la economía exportadora de Chile y, por tanto, sus huelgas paralizaban el país, al mismo tiempo que recibían respuestas sangrientas, como aquella de 1907, que produjo millares de muertos, a partir de dos cañones situados en la cubierta de los navíos que supuestamente traían a las autoridades para negociar con los trabajadores.

Pocos años después estalló la revolución mexicana, el primer proceso revolucionario en el Continente, con la participación masiva de los campesinos y reivindicaciones nacionales y agrarias. El movimiento sacudió las estructuras de poder del México tradicional, haciendo que el pueblo, por primera vez, participase activamente de la lucha por el poder, a través de sus líderes, Zapata y Pancho Villa. Fue el movimiento que más influencia tuvo en América Latina, hasta la irrupción de la revolución cubana, en 1959.

La cultura latinoamericana -su literatura, su pintura, su música- fueron directamente marcadas por la mexicana, con el impulso que ésta recibió de su proceso revolucionario.

El siglo mostraba así a qué venía a América Latina: a ser un siglo de revoluciones y de contrarrevoluciones.

La revolución soviética tuvo fuertes ecos entre nosotros, con la fundación de los Partidos Comunistas y Socialistas, además de los movimientos de solidaridad y viajes de personalidades latinoamericanas para conocer las grandes utopías del primer Estado que se anunciaba como de poder obrero-campesino.

Después del impacto de la revolución mexicana, que introducía a las masas populares en nuestra historia de manera autónoma y firme, llegaba el socialismo, anunciando que las confrontaciones sociales pasarían a un nuevo estadio: el de la lucha anticapitalista.

En Rosario, Argentina, al final de los años 10, los estudiantes se adentran en la historia del Continente, realizando el primer proyecto de reforma universitaria, que se inscribirá definitivamente como una referencia para la movilización de los jóvenes latinoamericanos.

Los años posteriores a la crisis de 1929 fueron de grandes perturbaciones y transformaciones en el Continente. Las mismas potencias imperialistas (básicamente EEUU e Inglaterra) que nos imponían un esquema en el que compraban lo fundamental de los productos primarios de exportación y nos vendían prácticamente todo lo que se importaba, de repente nos dicen que están en crisis, que no pueden comprarnos ni vendernos. Los países que habían conseguido un cierto grado de desarrollo industrial -en primer lugar México, Argentina y Brasil- pueden dar un salto en la dirección de su industrialización que, al mismo tiempo significa su urbanización acelerada. De un desarrollo económico volcado para la exportación, para el mercado externo, esos países consiguen implantar un desarrollo volcado para el consumo interno.

Como consecuencia, aumenta constantemente en las décadas siguientes la proporción de sus poblaciones que se vinculan a la economía formal, es decir, con contrato formal de trabajo, derechos sociales y civiles, e incorporándose crecientemente a la lucha social y política. Crece la sindicalización y la fuerza de los partidos populares, se amplían los derechos, los Estados ganan más legitimidad, hasta que ese flujo, en una parte de los países, es detenido por los golpes militares, a partir de aquel lanzado en Brasil en 1964.

Antes de eso, sin embargo, en Chile llega a instalarse una república social, aunque efímera, pero que servirá como antecedente para el gobierno del frente popular, en 1938, del cual el joven médico Salvador Allende será ministro de salud. El presidente mexicano Lázaro Cárdenas, a su vez, decreta la nacionalización del petróleo mexicano y desarrolla un nuevo proyecto de reforma agraria. En 1952, en Bolivia, se desarrolla una revolución popular, que consigue disolver el ejército y sustituirlo por milicias populares, al mismo tiempo que hace una reforma agraria y nacionaliza las minas de estaño del país.

El triunfo de la revolución cubana hace que el socialismo deje de ser un objetivo relativamente lejano, para establecer la actualidad de la revolución en nuestro Continente. Todas las luchas -por la reforma agraria, por la reforma urbana, por la libertad frente a la dominación imperialista, por la plena alfabetización de nuestro pueblo, por la universalización de los derechos- pasaron a estar insertos en el marco de la lucha por el socialismo, que pasó a ser su horizonte.

Veinte años después los nicaragüenses rendirán homenaje a Sandino, al hacer triunfar un régimen de carácter democrático y popular, que actualice las tesis de la revolución cubana del entroncamiento del antiim-pe-rialismo con la construcción de una sociedad que trate de negar y superar el capitalismo dependiente latinoamericano.

Fue particularmente en el año 1967 cuando América Latina se inscribe definitivamente en la historia mundial. En ese año coinciden dos hechos fundamentales: la muerte del Che en Bolivia y la publicación de «Cien años de soledad» del escritor colombiano García Márquez, la obra más importante de la literatura latinoamericana.

La gesta del Che fue el momento más marcante de los años 60, aquel que proyectó la solidaridad con Vietnam como la nueva marca del internacionalismo, proyecto en el cual él entregó su vida, conforme su máxima de probar sus verdades en la propia piel, y aquella otra de que solidarizarse con los explotados y oprimidos es vivir con ellos su situación y luchar para revertirla. La imagen del Che se convirtió en la más difundida del siglo de las imágenes, como expresión de la fuerza moral de aquél que se convirtió en el personaje mayor de todo el siglo XX para quien lucha por una sociedad solidaria y humanista.

El llamado «boom» literario del que «Cien años de soledad» fue la locomotora, impuso al mundo la calidad cultural de América Latina. Nuestra pintura fue redescubierta, así como nuestras artes plásticas en general, a las que se añadieron nuestra música popular, nuestro cine... revelando al mundo la calidad superior de la creación artística de un mundo cuya originalidad tuvo que ser reconocida y festejada.

Al mismo tiempo se impuso al mundo intelectual y político la creatividad teórica del pensamiento crítico latinoamericano, que había hecho la crítica de la teoría del comercio internacional a través de la CEPAL, del carácter dependiente y periférico de nuestras sociedades, con la teoría marxista de la dependencia, del papel tradicional y conservador de la religión, con la teología de la liberación -todas ellas contribuciones originales y decisivas de nuestro Continente al pensamiento social humanista-.

Las dos últimas décadas del siglo XX, a pesar de retomar los procesos políticos institucionales, fueron globalmente negativas para nuestro Continente. En vez de imponerse nuestra creatividad -aquella tan presente, reconocida y consagrada en el plano cultural- conforme nuestras propias necesidades, se impuso, a partir de los intereses de los centros imperialistas -con la connivencia de nuestras élites políticas y económicas- un esquema acorde con los intereses del capital financiero interna-cionalizado. En lugar de privilegiar el combate a las desigualdades sociales, fue llevado a la práctica un proyecto liberal, que pasa por un embudo estrecho todas nuestras sociedades, en una opción que permite crecer a la burguesía y a los estratos altos de las clases medias, pero condena el abandono y la regresión a la gran mayoría de nuestras poblaciones.

Como resultado, se impuso el capital especulativo, en un Continente que lo que necesita es producción; el individualismo egoísta, en sociedades que precisan de solidaridad colectiva; el consumismo depredador, cuando necesitamos de la atención privilegiada de las necesidades básicas de las grandes minorías. Se impuso la copia de los estilos de vida y de consumo de las sociedades imperialistas, cuando tenemos modelos de comportamiento nuestros que deberían prevalecer; se impuso el cinismo, el escepticismo, la corrupción... en lugar de la moralidad y de la solidaridad en la vida pública.

En suma: fueron negados los gérmenes de las sociedades comunitarias que poseemos, que tantos sectores de nuestras poblaciones desarrollan afrontando las mayores adversidades. Estamos gobernados por las élites que hace 500 años se apropiaron del poder y se enriquecen de espaldas a nuestros países, en lugar de serlo por trabajadores, por gente del pueblo, que representa la mayoría aplastante de nuestra población.

América Latina entra en el siglo XXI como un volcán en efervescencia, enfrentando la mayor crisis social de su historia desde los años 30. Las élites están sentadas impávidamente sobre barriles de pólvora que ellas mismas han puesto ahí. Mientras, la inmensa energía de nuestras sociedades se pierde de forma destructiva, por la agitación de la olla en ebullición, en forma de crisis de seguridad pública, de violencia degradante que, en el fondo, sirve a las élites dominantes, para sus proyectos de perpetuación.

Socialismo o barbarie: ése viene a ser el dilema fundamental para América Latina. De nuestra capacidad de crear proyectos socializadores con el objetivo de la construcción de una sociedad de negación y superación del capitalismo, depende la victoria de la civilización o de la barbarie, es decir, del socialismo humanista sobre el capitalismo salvaje.



 

Emir SADER
Rio de Janeiro