Caminar al ritmo del más lento
Caminar al ritmo del más lento
Miguel Ángel Arrasate, Reyna y Dolores
Caminar a ritmo humano. En este tiempo concreto en el que vivimos, tiempo que construimos y tiempo también en el que nos introducen sutilmente hábitos y habilidades deshumanizantes a través de las múltiples ofertas, caminar a ritmo humano es todo un aprendizaje.
Parecería que nos obligan a correr. Está la premura del llegar a tiempo, del querer estar en todas partes, del querer llegar a todo, del quedar bien, del evitar censuras, del cumplimiento programado que muchas veces realizamos aun sabiendo que, en la mayoría de las situaciones, es un común cumplo y miento. Y aunque nos obliguen a correr, podemos aprender a caminar a ritmo humano. Y en ese camino, a lo mejor nunca llegaremos los primeros, como ocurre en carreras de competencia, sino que llegaremos juntos, dándonos el gusto de haber saboreado la ruta que hemos sido capaces de crear en ese hacer la vida a ritmo humano.
Somos personas en relación y para la relación. En las relaciones interpersonales y ecológicas, nos descubrimos, vamos haciendo conciencia de nuestro ser más propio, podemos sentir la alegría de ser quienes somos y también educarnos en la gratitud por el encuentro con las diversas diferencias que acontecen, con derecho a existir, entre nosotros.
En este aprendizaje cotidiano y también, muchas veces, fruto de decisiones libres, podemos tener la impresión de nadar a contracorriente. El mundo corre y tú caminas, y se va haciendo presente aquella sabiduría ancestral que dice: no por mucho madrugar amanece más temprano. Decididamente, los caminos de la vida son… o no son, como esperábamos. Cuánta razón y verdad en ese hacer; qué bien lo expresa el poeta: caminante no hay camino, se hace camino al andar…
En ese hacer camino se va educando la vista, el oído, el olfato, el tacto; la inteligencia se activa y recrea; el corazón experimenta el ritmo de su movimiento, la sensibilidad conecta con sus raíces, se educa, se moldea; nos vamos haciendo contemplativos, una armonía interna va apareciendo: somos cuerpo, nuestro cuerpo, y somos también ese cuerpo mayor con el que nos sentimos y sabemos interrelacionados. Una espiritualidad aparece y comienza a ser vivida en el ir haciendo camino a ritmo humano.
Caminar y hacer camino para el encuentro, visitarnos: ir al encuentro del otro, de la otra, acercarnos a su historia expresada en su vestir y mirar, en la casa donde vive, en la cama donde hilvana los días de su historia, en la silla de ruedas desde la que transita y rueda su existencia… Acercarnos: qué cosa tan sencilla, para regalarnos en el simple hecho de estar ahí, y en esa cercanía, aprender a sorprendernos ante ese ser igual a mí en dignidad, y diferente en su manera propia de vivir y ser.
Aprender a mirar con respeto e iniciar ese aprendizaje de la escucha, pues todo él, o ella, es un lenguaje, una palabra que se pronuncia en su mirada y en su silencio, en su alegría y en su dolor, en las historias que, sin pretenderlo, van surgiendo cuando se caen los miedos, los temores, y aparece eso tan sencillo y humano del me puedo fiar, con quien existo, soy gente… Esa palabra que se dice y me habla en la estructura de su casa, sea de ladrillo, cartón, zinc, plástico, penca: es su santuario, su templo. Esa palabra presente en su manera de vivir y hacer la historia, esa historia que se va realizando en el modo propio de amar, en el comer determinadas comidas...; historia que se transparenta en los recortes que humanizan y adornan esas paredes frías y calientes del zinc, o los cartones que posibilitan resguardar la intimidad y dignidad…
Por eso, la visita, el caminar a ritmo humano, desde el encuentro con el otro, con la otra, nos invita a dejar relojes, para aprender a construir el tiempo, el tiempo con sabor a humanidad. También nos invita a llegar con los pies descalzos, expresión de nuestra humanidad desnuda, abierta al encuentro con la persona, con su humanidad, con su sacralidad, para que nada nos dañe, distancie ni se interponga, y así descubrir que lo mejor de cada uno va con nosotros y por ello necesitamos dejar equipajes que obstaculizan el encuentro y así, ligeros de equipaje, poder oír con limpieza la palabra del otro, palabra que todo ser humano es y tiene derecho a ser dicha, escuchada y tenida en cuenta…
Caminar y vivir la humanidad del visitarnos. Toda visita es transformadora, nos involucra y teje una relación nueva que nos abre caminos en el trabajo de la justicia, en esa marcha diaria en favor de una vida digna, que reconozca a cada persona en su valía propia y en su derecho y deber de poderla vivir. La sencillez de la visita nos abre horizontes nuevos para descubrir las complicidades que vamos tejiendo en el hacer diario, lleno de acciones, comisiones, omisiones y que hacen real ese momento presente en el que vivimos y en el que sentimos también lo injusto, lo inhumano.
La visita también nos regala la hermosa aventura del aprender a ser humanos, ese regalo que no se compra: el desaprender tantas cosas que no son útiles y que son impedimentos para ser nosotros… Nos regala el aprender a bailar y danzar la existencia a un ritmo más humano, en el que el cuidado, la sensibilidad, el coraje, la ternura, el vigor, el amar, la caricia, la mirada, la escucha, la desnudez... propios de toda persona, son expresión de libertad responsable y de un amor que no genera dependencias, y nos lanzamos al reto siempre humano de aprender a ser más humanos, en lo más íntimo de nosotros mismos, sin miedos que paralicen; aprender a ser humanos en la relación con los demás.
La visita es amistad, porque es allí donde nos contamos nuestras historias, tristezas y alegrías, fortaleciendo nuestras relaciones humanas.
La visita, con su sencillez, es como una escuela que nos educa, desde lo más pequeño y cotidiano, en todo eso que vamos queriendo sea realidad vivida, sentida, compartida, cuidada: los derechos humanos de todo ser humano, la igualdad y equidad, la perspectiva de género, la justicia, la democracia, la participación ciudadana, la política del bien común, una espiritualidad que supere las religiones, la riqueza cultural, el reconocimiento a lo diverso, la cultura ancestral del bien vivir, fruto del convivir humano, digno y respetuoso con lo que nos rodea...
Esa visita nos habla de los dioses que hemos convertido en ídolos y en ideologías que nos han ido esclavizando, y nos lanza a descubrir al Dios de Jesús, el amigo de la vida, el Dios de la libertad y liberación, que, en su humanidad de carne y hueso, visita nuestro ser interior, dándonos rostro y nombre propio. Por ello, es el cuerpo humano y sus relaciones cotidianas ecológico-humanas, el lugar primario donde las Grandes Causas de la humanidad se tienen que hacer historia-realidad: en la casa, el barrio, la escuela, la fábrica, la oficina, el plantío... Si los derechos humanos, si las Grandes Causas, no significan nada en esos lugares, tampoco significan nada en ninguna otra parte.
En la FRATER (Fraternidad Cristiana Intercontinental de Personas con Discapacidad), la visita al otro, a la otra, es la intuición fundante, para tejer relación humana, amistad, dignidad, dar y recibir una mano, una palabra, “levántate y anda, ve a la comunidad”, “nuestras capacidades, superan nuestras limitaciones”, “cambia tu vida para cambiar el mundo”, “traduzcamos a hechos nuestros derechos”. Sólo con una conciencia lúcida de ser cuerpo digno y libre, de ser además relacional y espiritual, las Grandes Causas tendrán carne humana y podrán seguir siendo historia de liberación.
Y como en todos los pueblos de Centroamérica, también en las CEBs (Comunidades Eclesiales de Base) la visita es institución-cultura originaria. Contemplamos simbólicamente el misterio de la encarnación (en-carne-acción): es en una visita a una mujer, María, donde se pacta la historia de la liberación haciéndose carne el Aliento de vida que, por igual, nos habita, en todas las diversidades, sin discriminación alguna. Y esa visita libertaria nos pone en camino para seguir visitándonos, organizándonos, ser comunidad encarnada, ser sociedad y universo.
Esa visita, recordada con frecuencia, siempre nos educa en el aprendizaje de transitar por la vida, a ritmo humano, acomodándonos al ritmo del más lento, para incorporar a todos a la construcción del otro mundo posible, en la utopía de las Grandes Causas que lo configuran, y los nuevos paradigmas que lo siguen renovando cada día.
Miguel Ángel Arrasate, Panamá, FRATER Intercontinental
Reyna y Dolores, FRATER y CEBs de Masaya/Managua