Caminar con Jesús hacia la Libertad
Caminar con Jesús hacia la Libertad
José Antonio Pagola
Procuramos construir sociedades y modos de vida que nuestra propia cultura está destruyendo diariamente. El capitalismo forma parte de nuestra cultura. Como se trata de procesos históricos, no podemos, simplemente, volver al tiempo perdido y reconstruir lo que fue destruido. Con el material de las ruinas culturales de ahora y con la memoria de antes, necesitamos construir la cultura del «buen vivir», como algo nuevo y heredado, sobre la base de «otra economía». Pensar esa «otra economía» significa «producir bien», para que todos puedan hacer aquello que los medios de producción y la naturaleza permiten, sin explotar a los otros por el trabajo ni alienarlos por el consumo.
1. Jesús profeta libre y liberador
Dios no se ha encarnado en un sacerdote del templo, ocupado en cuidar la religión. Tampoco en un maestro de la ley, dedicado a defender el orden legal de Israel. Ha tomado carne en un profeta, entregado enteramente a liberar la vida. Los campesinos de Galilea ven en los gestos liberadores de Jesús y en sus palabras de fuego un hombre movido por el espíritu profético: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros» (Marcos 1,27).
Jesús es un profeta libre. No forma parte de la estructura imperial de Roma. No pertenece a la institución religiosa del templo de Jerusalén. No es ordenado ni ungido por nadie. Su autoridad no le viene de ninguna institución. Sólo obedece al Padre. Sólo busca abrir caminos a un Dios que quiere un mundo nuevo, liberado de todo mal.
Jesús es un profeta liberador. Dos gritos nos descubren su proyecto liberador. El primero se dirige al imperio de Roma: «Los jefes de las naciones (los romanos) las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros» (Mateo 20,25-26). Dios está contra todo poder opresor. El segundo está dirigido a Jerusalén: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos... Atan cargas pesadas y las echan a la espalda de la gente, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas» (Mateo 23,2-4). No ha de ser así. Dios está contra toda religión opresora.
2. La experiencia de un Dios libre
Jesús vive su actividad profética desde la experiencia de un Dios que es libre para abrir caminos a su proyecto de liberar el mundo de la esclavitud, la opresión y los abusos contra sus hijos e hijas. No tiene por qué seguir los caminos que le señalan los dirigentes religiosos que se cierran a toda novedad, considerándola una amenaza para el orden establecido. No tiene por qué ajustarse a las ambiciones de los poderosos que explotan sin piedad a sus pobres.
Por eso, mientras los dirigentes religiosos vinculan a Dios con su sistema religioso, y se preocupan de asegurar el culto del templo, el cumplimiento de las leyes o la observancia del sábado, Jesús pone a Dios al servicio de una vida liberada. Lo primero es el proyecto liberador del Reino, no la religión; la curación de los enfermos, no el sábado; la reconciliación social, no las ofrendas que lleva cada uno hacia el altar.
Y, por eso también, Jesús pone a Dios, no al servicio de los poderosos y privilegiados, sino a favor de los pobres: los excluidos por el imperio y los olvidados por el templo. Dios no es propiedad de nadie. No pertenece a los buenos: «hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mateo 5,45). No está atado a ningún templo ni lugar sagrado. No es de los sacerdotes de Jerusalén ni de los maestros de la ley. Desde cualquier lugar, todo ser humano puede elevar los ojos al cielo e invocarlo como Padre.
3. Libertad para liberar la vida
Jesús es libre, pero no para vivir cultivando su propia autonomía. Es libre, pero no para reclamar y ejercitar egoístamente sus propios derechos. Es libre, pero no para realizarse a sí mismo, al margen de los que sufren. La libertad de Jesús es una libertad para hacer el bien y construir un mundo más humano. Una libertad que nace de su experiencia de un Dios liberador y se orienta siempre a liberar la vida de todo lo que puede deshumanizarla y destruirla. La libertad de Jesús es una Buena Noticia para todos.
Jesús es libre para denunciar el pecado y para sentarse a comer amistosamente con los pecadores. Libre para bendecir y para maldecir, para defender a los oprimidos y para hospedarse en casa del poderoso Zaqueo. Libre para acudir en sábado a la sinagoga y para violar allí mismo la ley del descanso curando a un enfermo. La libertad de Jesús es una libertad sumamente libre, que sólo se deja guiar por el proyecto liberador del Padre, y es capaz de entregar su vida por hacerlo realidad para todos. «Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente» (Jn 10,18).
4. Impulsor de una liberación individual y social
Cuando Jesús se acerca a los enfermos, no busca sólo resolver un problema físico, sino liberar su vida sanándola desde sus raíces. Al contacto con Jesús, el enfermo recupera la confianza en el Dios, amigo de la vida; se libera de la culpa y del miedo; se reafirma en su dignidad; se siente reconciliado con la vida, liberado de la exclusión y de la mendicidad, devuelto de nuevo a la convivencia con sus seres queridos.
Al mismo tiempo, Jesús pone en marcha un proceso de curación social para caminar hacia una convivencia más sana y liberada. Pensemos en sus esfuerzos por crear unas relaciones más humanas entre personas que se respeten más, se comprendan mejor y se perdonen sin condiciones (Mateo 5,21-26; 7, 15; 18,21-22). Sus llamadas a una vida liberada de la esclavitud del dinero y la obsesión por las cosas (Mateo 6,21; 6,24). Su empeño en liberar a todos del miedo para vivir desde la confianza absoluta en el Padre (Mateo 10,30-31; 6,25-34). Su ofrecimiento del perdón a personas hundidas en el fracaso moral y la ruptura interior (Marcos 2,1-12; Lucas 7,36-50; Juan 8,1-11).
Hemos de destacar el esfuerzo de Jesús por curar la religión liberándola de tantos comportamientos patológicos de raíz religiosa (legalismo, hipocresía, rigorismo, culto vacío de justicia y de amor). Jesús es un gran curador de la religión: libera de miedos religiosos, no los introduce; hace crecer la libertad, no las servidumbres; atrae hacia el amor de Dios, no hacia la ley; despierta la compasión, no el resentimiento.
5. Amigo liberador de la mujer
Jesús pone fin al privilegio machista de los varones judíos, que podían repudiar a sus esposas expulsándolas del hogar, y defiende el proyecto original de Dios sobre el matrimonio. Dios «los ha creado varón y mujer» a su imagen. No ha creado al varón con poder sobre la mujer. No ha creado a la mujer sometida al varón. Con esta posición, Jesús está destruyendo de raíz el fundamento del patriarcado bajo todas sus formas de control, sometimiento e imposición del varón sobre la mujer.
Dios no bendice ninguna estructura que genere dominación del varón y sumisión de la mujer. En el reino de Dios tendrán que desaparecer. Por eso, acoge Jesús en su seguimiento no sólo a varones, también a mujeres. Todos son hermanos y hermanas, con igual dignidad. Desaparece la autoridad patriar-cal. No llamarán a nadie Padre, sólo al del cielo (Mateo 23,9). La familia que se va formando en torno a Jesús es un espacio sin dominación masculina.
6. La verdad de Jesús nos hará libres
Hay un rasgo básico que define la libertad profética de Jesús: su voluntad de vivir en la verdad de Dios. Jesús no sólo dice la verdad, sino que busca la verdad y sólo la verdad de Dios que quiere un mundo más humano para todos sus hijos e hijas. Habla con autoridad porque habla desde esa verdad. No habla como los fanáticos que tratan de imponer su verdad, ni como los funcionarios que la defienden por obligación. No se siente guardián de la verdad, sino testigo.
Jesús es libre para gritar la verdad del Dios del reino. Su promesa es clara: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis mis discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8,31-32). Si nos mantenemos en la Palabra de Jesús, conoceremos la verdad que nos hará libres:
•Nos liberaremos de miedos que ahogan la alegría y la creatividad en la Iglesia, nos impiden buscar con sinceridad la verdad del evangelio y nos paralizan para abrir caminos al reino de Dios.
• Romperemos silencios. Se despertará en la Iglesia la libertad profética. Se escuchará la palabra del pueblo de Dios, enmudecida durante siglos. Los creyentes sencillos pronunciarán en voz alta palabras buenas, curadoras, consoladoras. Se escuchará no sólo la palabra de quienes hablan en nombre de la institución, sino también la de quienes viven animados por el evangelio.
• Despertaremos la esperanza. Siguiendo a Jesús, «seremos voz de los sin voz, y voz contra los que tienen demasiada voz» (Jon Sobrino). Esta voz humilde, pero libre y fuerte, es más necesaria que nunca en el interior de la comunidad mundial y en el seno de la Iglesia. Esta voz puede reavivar la esperanza en la liberación final, cuando «Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo habrá pasado» (Apocalipsis 21,4).
José Antonio Pagola
San Sebastián, Donosti, País Vasco, España