Caminos de comunión en el mundo de la desigualdad

Caminos de comunión en el mundo de la desigualdad

Marcelo Barros


Las tradiciones espirituales proponen un mundo de amor y justicia. Lo hacen con relatos poéticos, invitando a las personas a soñar, o mostrando símbolos de esa vida en comunión. Por otro lado, el capitalismo y su publicidad también recurren a la fantasía e interpretan los objetos de consumo como símbolos de bienestar o de status social.

En la raíz de las tradiciones espirituales

En el mundo antiguo y en las culturas tradicionales, la propiedad era principalmente colectiva, aunque cada uno pudiese tener los instrumentos de su trabajo y los objetos de uso personal. En las culturas indígenas, cuando alguien de la tribu trae para casa un venado o una presa, todos los de la aldea participan en el banquete. Cuando visité la primera vez una aldea xavante, recuerdo haber preguntado por uno de los jefes que yo conocía y que ya no vivía en la aldea. Después de cierta vacilación, un joven me respondió, como quien revela un secreto: “Ya no puede vivir con nosotros porque optó por tener sus cosas propias”. La propiedad privada lo había separado de sus hermanos.

Habitualmente nacemos y crecemos en este sistema. Nos parece natural que, cuando niños, vivíamos en común en la casa de los padres. Al crecer y hacernos adultos, nos hemos separado, y cada uno vive su vida. Esa independencia social está determinada por la propiedad privada y por la capacidad de poseer. En la mayoría de las familias, incluso de las que permanecen unidas, unos hermanos tienen propiedades, otros son más pobres. La cultura dominante enseña que el honor de cada uno está ligado a su capacidad de poseer bienes. El valor de la persona es medido por lo que posee. Quien no tiene, quiere tener. Quien tiene, quiere tener más, y quien tiene más, dice: nunca es suficiente. Para la gran mayoría, la competición –y no la solidaridad– y la supremacía del más fuerte prevalecen sobre cualquier otro valor en las relaciones sociales, especialmente, en los negocios.

Esa cultura de la propiedad se expresa y se alimenta de la cultura del consumo permanente e ilimitado. Desde niños somos educados para ver primero nuestras necesidades y deseos, y no para preocuparnos ante todo de los otros y del bien común.

Es el virus cultural e ideológico que actualmente más amenaza a las comunidades indígenas y los afrodescendientes. Antes, su modo de vivir era perseguido militarmente; ahora el arma para destruirlos es la ideología del consumo y del lucro individual, que genera divisiones y desigualdades en las familias, en las comunidades y aldeas, así como en el mundo, en que una pequeña élite de seres humanos se sienten con derecho de poseer tanto como decenas de pueblos enteros de África y naciones del Sur del mundo.

Surgen alternativas

Gracias a Dios, por todas partes aparecen propuestas críticas y alternativas prácticas a ese sistema. En América del Sur, el paradigma del Buen Vivir de los pueblos andinos –que encuentra paralelismos en varias otras culturas indígenas–, busca el equilibrio del vivir y del convivir, a la búsqueda de la propiedad común y la comunión con la Pachamama y toda la naturaleza. Ahí la economía no se orienta ya por la acumulación, sino por la producción de lo suficiente para todos. En Europa y otros ambientes, se está fortaleciendo el Eco-socialismo, que piensa la economía en función de las necesidades sociales y la protección del sistema-vida y del planeta como un todo.

Tenemos también, en varios países, la propuesta del decrecimiento, que no significa detener el progreso técnico, o volver atrás en el tiempo, sino asumir la responsabilidad de un consumo ético responsable, eco-social y comunitario.

La economía que dogmatiza el mercado como principio absoluto recibió justificaciones teológicas y espirituales. Teólogos ligados al Imperio llegaron a utilizar textos bíblicos para enaltecer la economía del mercado y la ética de la concurrencia como principios de libertad inspirados por Dios... (Michael NOVAK, The Spirit of Democratic Capitalism, Madison Books, Lanhan, Nova Iorque, 1991). Ciertamente, esa forma de pensar y esa espiritualidad no son aceptadas por la mayoría de las tradiciones espirituales. Éstas saben que un modo de organizar el mundo que crea desigualdades y dependencia de las personas para con sus propiedades es una idolatría que aliena y mata.

Las antiguas tradiciones orientales (hindúes y japonesas) enseñan el desapego, la renuncia a los bienes y la pobreza voluntaria como formas de vida más espiritual y solidaria. Para el Islam, la limosna es un mandamiento fundamental de la fe, porque recrea cierta igualdad entre las personas y propone el compartir como camino de vida. La tradición judaico-cristiana, a partir de la Biblia, enseña que la economía debe garantizar el derecho de los pobres, el salario de los trabajadores y la seguridad común (cf Dt 15 y 24). Los profetas bíblicos insistieron en la confianza en Dios, base del compartir con los hermanos y fundamento de la igualdad entre todos. En el desierto, el pueblo debería recibir el maná y compartirlo sin dejar que nada sobrase para el día siguiente (Ex 16). En un tiempo de carencia y hambre, el profeta Elías enseñó a la viuda de Sarepta a dar la última gota de aceite que tenía en su casa para que el alimento no le faltase (1Rs 17,1-16). La base de la verdadera adoración a Dios es la justicia y el compartir (ver Is 58). Sólo a partir de ahí, Dios acepta nuestras ofrendas y nuestra adoración (cf Salmo 50; Jer 7; Eclo 34,18ss).

En los evangelios, Jesús concluye: No acumulen tesoros en la tierra, donde el ladrón puede robar y la polilla roer... Ustedes no pueden servir a dos señores. O sirven a Dios, o a Mammón, el dinero transformado en ídolo (Mt 6,19.24). Haced amigos con la riqueza de la injusticia para que, cuando ésta os falte, tengáis quién os reciba en las tiendas eternas (Lc 16,9). Al dejar a los discípulos una señal (un «sacramento») del proyecto divino en el mundo, las tradiciones cristianas afirman que Jesús dejó la cena del amor y el compartir, en la cual se comparte el pan y el vino, como memorial de la entrega de la vida de Jesús para todos.

Es urgente que nuestras comunidades se unan a las comunidades indígenas, afros, y a todos los que resisten a ese sistema depredador de la vida humana y de la naturaleza en un nuevo ensayo civilizatorio, finalmente más justo, espiritual y humano. ¡Otro mundo es posible!

Una espiritualidad que impida desigualdades

La relación que algunos pueblos africanos como el zulú llaman ubuntu es el equilibrio en las relaciones sociales y económicas de paz, y se basa en la igualdad social de que todos comparten todo lo que tienen. Los pueblos de tradición ioruba tradujeron por Axé la energía de amor que atraviesa las relaciones humanas y el lidiar con todos los bienes de la naturaleza y de la vida. Bartolomeu Meliá dice que para los indios guaraníes y para muchos pueblos indígenas de la Amazonia, eso se llama «economía de reciprocidad», una forma de comunión que se manifiesta en los cultos de comida, en las fiestas y en la repartición de la caza y de los frutos del trabajo.

Las tradiciones religiosas de Occidente han tenido dificultad para comprender esa visión de espiritualidad porque, en su historia, han confundido espiritualidad con espiritualismo. Para las Iglesias antiguas, economía era un término teológico. Padres de la Iglesia griega, como Gregorio Nazianceno y Basilio de Cesarea (siglo IV), lo usaron para designar el plan divino de salvación para el mundo. La comunión –y por tanto la igualdad social–, debería ser la característica de la vida cristiana, porque el propio nombre de la comunidad eclesial significa comunión. Documentos cristianos antiguos decían: «Si tenemos en común los bienes celestes (la eucaristía), ¿cómo podríamos no tener en común los bienes de la tierra?». En el siglo IV, Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla, enseñaba: «Mío y tuyo son sólo palabras. No ayudar a los pobres es robar. Todo lo que poseemos no nos pertenece, es de todos». La verdadera idolatría no es sólo religiosa, es cultural y se expresa, actualmente, en ese sistema inicuo que impide la igualdad social.

En muchos sectores de la sociedad se busca una forma más ética y humana de administrar la casa común que es la tierra y la vida. Movimientos populares desarrollan formas de «economía solidaria». Grupos espirituales hablan de «economía de comunión». Los pueblos indígenas americanos ya citados, profundizan su filosofía del buen vivir para alcanzar una cualidad de vida para todos y ofrecerla a la sociedad actual. En todas estas relaciones nuevas, la cooperación substituye la competición, y el cuidado por la vida de todos queda por encima del lucro y de la acumulación.

En varios lugares del mundo, grupos y personas han desarrollado lo que llaman «equilibrio de justicia», una forma de organización de la economía doméstica y personal que permite al final de cada mes evaluar si nuestra forma de gastar está de acuerdo con aquello que creemos y queremos vivir. Esa ética nueva nos hará discernir las cosas que usamos y compramos, para no fomentar productos fabricados por niños en régimen de semi-esclavitud o de industrias y marcas que explotan y destruyen la naturaleza.