Capital golondrina. Capital «en éxodo»
Capital golondrina
Capital «en éxodo»
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos estaba en una posición de enorme poder. No fue una sorpresa que organizadores de su política internacional trataran de imponer su propia visión del orden mundial. Éste tenía muchos componentes. Uno era el orden económico internacional (el sistema de Bretton Woods) ideado por Estados Unidos y Gran Bretaña. Su objetivo era el liberalizar el comercio, pero no el flujo de capital, porque éste necesitaba ser regulado. Hubo básicamente dos razones que les llevaron a tomar esta decisión. La primera fue la creencia de que la liberalización de las financias interfiere a menudo con el libre comercio. La segunda fue el reconocimiento de que el libre movimiento de capital terminaría por demoler el estado del bienestar, que tenía un inmenso apoyo popular. Sin controles ante el capital, los gobiernos serían incapaces de organizar sus sistemas fiscales y sus políticas sociales por miedo de que el capital huyese para evitar los excesivos costes que esas políticas le impondrían. No solamente los avances sociales que han sido ganados gracias a difíciles luchas, sino también una real democracia requiere controlar los movimientos de capital.
El sistema de Bretton Woods estuvo en funcionamiento hasta que fue desmantelado por la administración Clinton. Esa fue la causa principal del enorme crecimiento del movimiento de capitales en los años siguientes. En los años 90 se llegó a alcanzar la cifra de un trillón de dólares de Estados Unidos al día, o lo que es lo mismo 40 veces el valor del comercio internacional. Si en 1970 el 90% de las transacciones internacionales tenían relación con la economía real (comercio o inversiones a largo plazo), en 1995 el 95% eran especulativas, la mayor parte a muy corto plazo. Al mismo tiempo, los países ricos (OCDE) eliminaron los controles de capital aún existentes.
Los resultados confirmaron en líneas generales las expectativas creadas en Bretton Woods. Se ha producido un serio ataque a las instituciones nacidas de las políticas sociales al tiempo que ha crecido el intervencionismo y otros tipos de interferencia en el mercado. Todo ello liderado por la administración Reagan. Los mercados se han hecho mucho más volátiles, agravando los problemas en tiempos de crisis. Se había predicho que la liberalización del mundo financiero dañaría tanto el crecimiento como los ingresos de las economías de los países de la OCDE. Así sucedió. Los índices de crecimiento cayeron rápidamente. En Estados Unidos, salarios y beneficios se han estabilizado o han bajado para la mayoría de la población. Mientras tanto, el 5% más rico de la escala social ha acumulado enormes beneficios. La desigualdad ha vuelto a los niveles de hace 70 años junto con un crecimiento del hambre, una persistente pobreza y otras enfermedades. Inglaterra ha seguido la misma senda. Similares, aunque menos extremas, consecuencias se han producido en el resto de los países de la OCDE.
Los efectos han sido más sentidos en el Sur. La comparación entre el Este asiático y Latinoamérica es iluminadora. Latinoamérica posee el récord mundial de desigualdad social. El Este asiático se sitúa en el extremo opuesto. Lo mismo se puede decir con respecto a la educación, salud y bienestar social. La economía latinoamericana ha sido fuertemente dirigida hacia el consumo por los más ricos. En el Este asiático hacia inversiones productivas. La suma del capital que ha huido de Latinoamérica se acerca al total de la aplastante deuda externa. En los países del Este asiático ese movimiento ha sido controlado. En Latinoamérica la riqueza ha sido generalmente exenta de obligaciones sociales. El economista brasileño Bresser Pereira señala que el problema allí es de “sujeción del estado a los ricos”. El Este asiático difiere claramente.
El único país de Latinoamérica considerado como un posible candidato a unirse con los “Tigres de Asía” es Chile. El experimento del mercado libre que se llevó a cabo durante la dictadura de Pinochet provocó el desastre en los primeros 80. La economía se recuperó con una mezcla de intervención estatal (incluyendo las nacionalizadas empresas de cobre) y controles sobre los movimientos de capital a corto plazo. Más recientemente, la liberalización en el campo de las finanzas ha llegado a Asia. El más importante de los “Tigres”, Corea del Sur, ha eliminado los controles sobre el capital con el fin de cumplir los requisitos para su ingreso en la OCDE. Esto se ha considerado como un significativo factor en la reciente crisis de Corea del Sur así como en la región junto con una serie de problemas en los mercados, corrupción y problemas estructurales.
La huida de capitales no ha sido un problema exclusivo del Tercer Mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial, se produjo un masivo movimiento de capital de Europa hacia Estados Unidos. Adecuados controles habrían podido contribuir a mantener esos fondos en la región para ser utilizados en la reconstrucción de Europa, pero la política estadounidense prefirió que los ricos europeos depositaran su dinero en los bancos de Nueva York y que los costos de la reconstrucción fuesen pagados por los ciudadanos americanos a través del pago de sus impuestos. El Plan Marshall cubrió aproximadamente los “movimientos de ese capital nervioso” que los más importantes economistas habían ciertamente previsto.
Para los países del Tercer Mundo que no tienen ningún tipo de control sobre sus clases más pudientes, la deuda, creciendo rápidamente a pesar del pago de enormes intereses, produjo la estrangulación de su desarrollo y de sus políticas sociales. La cancelación de la deuda ha sido considerada. Esto no carecería de precedentes. Cuando, hace 100 años, Estados Unidos se apoderó de Cuba, canceló la deuda de ese país con España al considerar que era una “deuda odiosa”, que no debía ser mantenida porque se había impuesto por la fuerza sobre el pueblo cubano. El mismo tipo de argumento se puede aplicar a la actual deuda del Tercer Mundo. Otra opción es la de aplicar el principio capitalista de que la responsabilidad debe recaer sobre los que prestan y los que reciben el dinero. El dinero no fue pedido por los campesinos, los trabajadores o los que viven en condiciones de miseria. Ellos se beneficiaron muy poco de él. Además, a menudo han sufrido penosamente sus consecuencias. Además, a ellos se les ha hecho responsables de su pago, junto con los ciudadanos occidentales a través del pago de sus impuestos. Pero ni a los bancos que prestaron el dinero arriesgando más de lo razonable ni a las élites económicas o militares que se han enriquecido mientras que transferían su riqueza a Nueva York y Londres se les ha hecho responsables.
La deuda es una construcción ideológica, no un simple hecho económico. Y, como ya hace mucho que se sabe, la libertad en los movimientos de capital es una poderosa arma contra la justicia social y la democracia. No hay nada que no sea evitable en cuanto a sus consecuencias. Sistemas técnicos para evitarlas fueron ya propuestos hace años, pero han sido eliminados por los poderosos intereses de los que buscaban su beneficio. Dicho de un modo más general, esos efectos negativos son el resultado de decisiones hechas en el seno de instituciones humanas, sujetas por ello mismo a la voluntad humana. Esas decisiones pueden ser perfectamente cambiadas por otras más de acuerdo con la libertad y la justicia, como a menudo ha sido hecho en el pasado.