Carta avergonzada a la Humanidad excluida
CARTA AVERGONZADA A LA HUMANIDAD EXCLUIDA
Pedro Casaldáliga
Hemos tenido que llegar a estas alturas mortales del neoliberalismo imperante en todo el mundo, para enterarnos de que hay una Humanidad que sobra.
Para saber que es «el fin de la Historia», de verdad, para la mayor parte de la familia humana.
Para aprender, de una vez por todas, que Dios calculó mal cuando decidió sembrar de Humanidad un planeta de su Universo y ahora le sobran en esta hermosa tierra depredada el 80% de sus hijos e hijas.
Para reconocer, con el más cínico de los fatalismos, que hay una Humanidad de primera clase -que tiene el derecho a vivir en el despilfarro- y una humanidad de tercera clase -que tiene el deber de morirse de hambre-.
Sin vuelta de hoja, porque hemos llegado «al no va más de la Historia». Porque así lo ha decretado el dios del mercado total; y así lo ejecutan sus sacerdotes-verdugos a través del FMI o del Banco Mundial o de los 7 grandes o de los gobiernos de turno, en todos los países del globo neoliberalizado mortalmente.
Reajustando. Desempleando. Hinchando la deuda social. Privilegiando a la minoría privilegiada y excluyendo a la minoría excluida.
Teóricamente, para las declaraciones y congresos, todavía somos todos y todas humanos. En la práctica, una minoría ya se deshumanizó y la mayoría ha de dejar de creerse humana.
Teóricamente hay un solo mundo (y para el mercado así es). En la práctica hay dos: el primero, que cuenta, y el tercero, que sobra.
Africa ya es como un continental genocidio sistemático. En Nuestra América el 50% de la población malvive por debajo del nivel de la pobreza. Sólo en Asia hay 375 millones de mujeres pobres. En Asia los tigres consentidos se comen a las mayorías descartadas. Según previsiones del Banco Mundial -el mismísimo-, durante esta década que va a cerrar el milenio de las luces y las técnicas y las libertades, la pobreza del mundo aumentará en un17%. En Europa, Estados Unidos y Japón, el poder del lucro y la fiebre del consumismo ya han establecido la división neta entre el marketing y la vida, entre el ser y el padecer, el sentir y el tener sentido...
Y ahora resulta que yo, obispo además, estoy escribiendo estúpidamente esta carta a esa mayoría sobrante, en mala hora nacida, a esa Humanidad excluida sistemáticamente. A vosotras y vosotros que, en principio, seríais también hermanas y hermanos nuestros, barro de nuestro barro, sangre de nuestra sangre, espíritu de nuestro espíritu, imágenes vivientes del Dios Vivo, en quien todavía tenemos el coraje de creer, blasfemándolo.
Lo cierto es que os escribo desde la ira, desde la vergüenza, desde la impotencia.
No debería atreverme a llamarme hermano vuestro, porque no comparto vuestra exclusión. Porque yo todavía cuento. Porque yo no paso hambre. Porque tengo lugar y nombre y una cierta paz social. Porque no grito, ni me rebelo, porque hasta quizás justifico, con estadísticas y previsiones, la homicida y suicida marcha de esta humanidad neoliberal elegantemente embrutecida, técnicamente desalmada.
Podría hablaros de Dios, del Dios de la Vida, del Padre de Jesús. ¿Pero cómo hablaros de Dios en pleno neoliberalismo asesino, bajo ese eón de tinieblas apocalípticas, mientras se os niega -a vosotros y a vosotras, la mayoría de la familia humana de Dios- el agua y la sal, el pan y el aire, un nombre en el libro de la vida y un lugar al sol avergonzado?
Las Iglesias de Jesús, las religiones de Dios, estamos ahí. (Las Iglesias de Jesús dispuestas a celebrar triunfalmente dos mil años de Evangelio supuestamente vivido). Ahí estamos, viendo pasivamente cómo se descompone la familia humana, que Jesús nos enseñó a reconocer como hija de Dios y que todas las religiones confiesan como el mayor destello de la Divinidad. Cómplices o estupefactas, estamos ahí las Iglesias, las Religiones. Calladas, esperando un milagro o un diluvio. Viviendo también del lucro que mata. Anunciando todavía resignación. Haciendo espectáculo alienante. Sin parresía, sin profecía, sin testimonio. Olvidando el río caudaloso de sangre mártir que ha salido de nuestras propias entrañas. Llevadas por la Historia, en vez de hacer Historia, fermentándola. Negándonos como Religión y como Iglesia; negando de hecho el Dios en quien decimos creer; blasfemando, con nuestra pasividad, de su Pasión y de su Gloria; descartando el Reino que Jesús anunció, por el cual fue a la cruz y para el cual resucitó con las llagas todavía abiertas...
Yo, pues, obispo además, os escribo a todos vosotros y a todas vosotras, hermanos, hermanas, para deciros... ¿Qué os voy a decir, si no hago, si no me empeño, si no me indigno proféticamente con el corazón y con la cabeza y con las manos, con otros muchos corazones y cabezas y manos, para actuar, para invertir, para revolucionar, negándonos al mutismo, al miedo, a la muerte, rechazando el fin de la Historia, imponiendo el derecho a la Vida, compartiendo el gozo humano de la convivencia universal, dando razón de nuestra esperanza, haciendo creíble a Dios?
No creo que sea hora de letras ni de sermones. Es hora de la acción eficaz, el tiempo urgente de la solidaridad, el kairós de la esperanza indignada y del amor político y de la economía del Reino.
Quería recordaros las Bienaventuranzas de Lucas y recordarme las subsiguientes Malaventuranzas. Y el capítulo 25 del Evangelio de Mateo. Y el Mandamiento Nuevo del Testamento de Jesús.
Pero prefiero callarme. Y oíros. Y oír esos alaridos del Evangelio y de vuestras vidas prohibidas.
Perdonadnos. Compadecednos. Hechas las cuentas verdaderas, a la luz de la Vida y del Amor, ¿cuál es la Humanidad más excluida, la que es excluida o la que excluye?
Pobres todos de la Tierra, incluidos privilegiados en el corazón de Dios, salvadnos lo que todavía nos resta de Humanidad, ablandadnos el corazón de piedra, invadidnos la casa y la mesa, la paz y la oración, arrastradnos, con vosotros y vosotras, hermanados y libres, por las corrientes de esa Historia nueva que el Dios de la Vida sigue soñando para la entera Humanidad, hija suya.
Pedro Casaldáliga,
obispo de São Félix do Araguaia.