¿CÓMO LUCHAR POR LOS DERECHOS FRENTE A LA EXTENSIÓN DE LOS REGÍMENES AUTORITARIOS?

 

MARTÍ OLIVELLA I SOLÉ

Sea en estados totalitarios, sea en estados formalmente democráticos, los regímenes autoritarios avanzan imponiendo recortes de libertades en aras de la seguridad y recortes de derechos en aras del progreso económico o de la crisis.
Frente a esta amenazante realidad ¿qué formas de lucha son posibles y deseables para luchar por los derechos y libertades de todos, sin menospreciarlos o negarlos en la propia lucha?
Aunque no se puede generalizar, porque cada lucha está muy condicionada por el grado de autoritarismo que sufre, estaremos de acuerdo en que siempre es mejor y más coherente una lucha que no se base en actuar produciendo los daños que quiere evitar. Por decirlo claramente, en una lucha contra la falta de libertades, contra la violencia institucional, contra la mentira, la manipulación, la represión, la tortura, la cárcel, el asesinato... siempre es mejor una lucha que no tenga que recurrir a esos mismos reprobables medios.
Por diversos motivos. 1) Es muy difícil vencer al monopolio de la violencia del estado con las mismas armas; y el precio, en vidas, en contradicciones y en favores a los que te venden las armas es muy alto. 2) En caso de vencer con la violencia popular, el nuevo régimen deberá mantenerse también con la violencia contra todos aquellos que querrán derribarlo porque habrán perdido los privilegios. 3) En las luchas armadas suele participar una pequeña parte de la población –normalmente jóvenes que se matan entre ellos por ideales o forzados a hacerlo– y la mayoría de la población sufre sus consecuencias, pero de forma pasiva, sin poder hacer mucho. 4) Los regímenes autoritarios saben que en el campo de la violencia tienen las de ganar, utilizan la represión contra todas las vías pacíficas para generar frustración y, a la vez, infiltran a agentes violentos provocadores entre los luchadores por los derechos, por lo que pueden justificar la represión e, incluso, acusar de violentos o terroristas a todos aquellos que reclaman derechos para todos. 5) Cuando existe violencia ya no se habla del noble objetivo de la lucha sino de los desastrosos medios empleados. Y quien ejerce violencia es quien pierde mayor legitimidad y apoyo social.
La vía más habitual de lucha por los derechos y libertades es la vía política y pacífica convencional, más posible en una democracia formal: partidos, sindicatos, asociaciones; elecciones, referendos; manifiestos, manifestaciones, huelgas; denuncias en los tribunales; presencia en los medios de comunicación, acti ismo en las redes sociales; reivindicación de cambios legislativos o de políticas públicas.
Cuando la vía democrática y pacífica no es posible; cuando ni siquiera pueden ejercerse estos derechos civiles y políticos, cuando el Estado se cierra en banda a las reivindicaciones de una parte significativa de la sociedad: ¿Qué hacer?. Ésta es la pregunta clave de los procesos de transformación social. Tenemos tres opciones: 1) Nos replegamos. 2) Sacamos la rabia y la frustración esperando que los disturbios y la violencia harán recapacitar al adversario. 3) Apostamos por la lucha noviolenta, que no solo renuncia al uso de la violencia, sino que construye un movimiento con una estrategia, unas actitudes y unas acciones coherentes entre ellas para conseguir los objetivos que no se obtienen ni por la vía formalmente democrática ni por la vía violenta-armada.
A la lucha noviolenta también se le conoce como resistencia civil, resistencia popular o satyagraha. Se fundamenta en un cambio de comprensión del conflicto. Lo supuestamente fuerte es fuerte, no porque tiene armas, dinero o tribunales, sino porque el supuestamente débil es débil mientras obedece al fuerte, coopera con el fuerte trabajando para él, pagándole impuestos, comprándole sus bienes y servicios, votándolo. La lucha noviolenta se fundamenta en un cambio de estrategia: hacer emerger el conflicto latente, denunciándolo, pero, sobre todo, no cooperando con el dominador, desobedeciendo sus leyes y asumiendo sus consecuencias, hasta conseguir poder negociar una solución. Los dominados deben “dejar de hacer”, deben ser organizadamente insumisos (dejar de obedecer, de comprar, de trabajar, de pagar impuestos, de comer).
La fuerza de la lucha noviolenta radica en la determinación y perseverancia de las personas y de los grupos que se entrenan para una confrontación sin violencia, para conseguir unos derechos; personas y grupos dispuestos a asumir la represión para evidenciar la nobleza de su causa y la ignominia de quien la quiere negar.
En el conflicto violento se quiere ganar con la violencia directa, física, obligando a ceder al enemigo con insultos, amenazas, agresiones, sanciones, golpes, torturas, prisión, muerte. En el conflicto noviolento se quiere crear las condiciones para poder acordar una solución, sin utilizar la violencia física que hace perder apoyos, crea enemigos y, de fondo, encubre violencias más profundas: las culturales y las estructurales.
La lucha noviolenta solo se justifica por una causa verdadera, por liberarse de una dominación, por evitar la violación de unos derechos y libertades fundamentales. Es la lucha de un grupo, de un pueblo que está determinado a liberarse dejando de colaborar con quien le domina.
La lucha noviolenta no solo denuncia la dominación, sino que acepta las consecuencias de desobedecer públicamente al dominador para evidenciar su dominio y represión, y para fortalecer la no dependencia de los luchadores. También es la lucha que va construyendo espacios liberados, donde fortalecer a las personas luchadoras y donde vivir y experimentar libertades.
Cabe decir que quien domina puede hacerlo gracias al apoyo de unos pilares: ideológico, político, judicial, económico, fiscal, policial, militar, mediático... Uno de los objetivos estratégicos de la lucha noviolenta es debilitar algunos de esos pilares, hacer que se tambaleen, hasta poder derribar el edificio del dominador.
La lucha noviolenta no está basada en la fuerza de las armas, ni del dinero: ¡lo está en la fuerza de la gente! La firmeza permanente de la gente que la hace insobornable. Es un ejercicio de disrupción consciente: no hacer daño al otro, ¡pero aceptar que el otro nos puede hacer daño! Busca una acción que plantee al dominador un dilema, lo ponga en un callejón sin salida: haga lo que haga se debilita; una acción contundente que no puede ignorarse y que crea situaciones para obtener la simpatía de la sociedad tanto si el resultado es que se gana libertad como si es más represión.
La lucha noviolenta pora ser efectiva debe implicar a mucha gente, entre los amigos, los adversarios y los indiferentes. Debe evitar perder apoyos. Para poder implicar a mucha gente el objetivo debe ser claro y compartido. Acordar un objetivo claro y compartido es la prioridad de una estrategia inteligente.
En el marco de esta estrategia compartida las acciones deben buscar objetivos alcanzables, que refuercen el movimiento y su causa. Es necesario llevar la iniciativa, sorprender, con acciones disruptivas, audaces y no reactivas. Es necesaria creatividad, inteligencia y compromiso individual y colectivo como factores de estímulo de los miembros del movimiento.
Cabe decir que, a pesar de que solo vemos las victorias finales, todas las luchas noviolentas pasan por ciclos: concretar un objetivo general, acordar estrategia compartida, formación a gran escala de los luchadores, preparación y realización de acciones que con una escalada lleven al clímax, celebración del éxito, división de valoraciones, frustración por no conseguir el objetivo final, descanso, recuperación y nuevo ciclo. Es normal que después de la acción el movimiento debe recuperar la energía – personal y colectiva– perdida en el estrés vivido. La gestión de las emociones, como el miedo, es clave: ésta nos ayuda a protegernos. Pero cuando, fruto y objetivo de la represión, el miedo se convierte en pánico, éste nos paraliza, nos hace huir o nos vuelve violentos. La lucha noviolenta combina entusiasmo, técnica y práctica. Todo el mundo es aprendiz en esta lucha. No hay ninguna certeza de conseguir los derechos y libertades anhelados. Sí, sin embargo, existe la certeza de que en su nombre, no los habremos destruido en el camino.