«¿CÓMO PROMOVER EN LAS GENERACIONES JÓVENES EL CULTIVO DE LO QUE NUESTROS ANTEPASADOS LLAMARON “ESPIRITUALIDAD"?»

 

JOSÉ MARIA VIGIL

Espiritualidad, religión, religiosidad ¿Cómo es posible que nos cueste tanto identificar y describir una realidad que nos constituye y de la que podemos dar un testimonio vivencial y directo? Probablemente
se deba a que dichas realidades son, a la vez que universales, sumamente experienciales y personales. Por otro lado, ¿cómo es que gran parte de la juventud se aleja de estas realidades?
De entrada, por opción metodológica, situamos nuestro pensamiento fuera de la religión insti tucional,
en el ágora de la sociedad laica actual, la sociedad del conocimiento libre, que no acepta de entrada ninguna creencia, revelación, dogma ni «argumento de autoridad» que dificulte o impida la búsqueda libre y creativa de la verdad.
I. RECONCEPTUACIÓN DE RELIGIÓN Y ESPIRITUALIDAD COMO AUTOCONCIENCIA
Preguntándonos cómo presentar al ser humano de hoy y de mañana aquello que «nuestros antepasados » –y nuestra propia tradición– llamaron religión, espiritualidad... decimos que lo habremos de hacer efectivamente desde presupuestos nuevos (los actuales), y por eso mismo con palabras nuevas, no contaminadas, que no incluyan desapercibidamente los viejos presupuestos.
Por ejemplo: las palabras religión y espiritualidad. La primera, religión, es quizá la palabra más polisémica de las usadas en el campo semántico de lo religioso. Hoy consideramos «religiosas» también a las personas ateas... o incluso a las explícitamente «no afiliadas». El concepto ha perdido los límites claros que hasta hace bien poco lo definían. La segunda, espiritualidad, lleva en su propia etimología el ADN del dualismo materia/espíritu, del sobre-naturalismo por tanto, de la inmaterialidad o la negación de lo corporal.
Un lenguaje nuevo
Lo que tradicionalmente hemos llamado con esas palabras «sagradas» (separadas, exclusivas), no es sino la propia humanidad, la dimensión más interior y profunda del ser humano. Lo hemos dicho en otras ocasiones: «Humanizar la humanidad », ese es el ser y el quehacer de la religión. No es que seamos humanos que, además, son religiosos o espirituales: en realidad somos simplemente humanos, y ahí está comprendido todo. Lo religioso y/o espiritual en nosotros no es nada añadido, claramente diferenciado, ni mucho menos separado: es nuestra misma interioridad profunda, lo más hondo de nuestra humanidad. (¿Qué importa aquí, en nuestro concepto, una religión u otra, o ninguna? Estamos hablando de más allá, o quizá mejor, de más abajo, de más adentro...).
Autoconsciencia
Lo más fundamental y específico del ser humano es su autoconsciencia, el hecho decisivo de ser autoconsciente. Nos mantenemos estrictamente en el campo del conocimiento científico, interdisciplinar, no filosófico ni metafísico, refiriéndonos a la autoconsciencia que la ciencia actual atribuye al ser humano como un propio esencial, y que la biología moderna considera una «emergencia» de la Vida en su proceso evolutivo.
Nos referimos pues a la autoconsciencia del ser humano, con todo «lo autoconsciencial» que la acompaña, es decir, todos los dinamismos incontables que incluye, dispara, alimenta, soporta, goza...;
como el amor universal; como la atracción universal de los cuerpos cósmicos ...; el amor incontenible a la libertad, a la emancipación, a la realización personal y social; la creatividad (la necesidad de idealizar la realidad, incluida nuestra propia realidad); la potencia de la Vida y su recreación constante; la curiosidad y la admiración; la nostalgia infinita en las cavernas del corazón; la fruición de la belleza, la búsqueda del bien... la «vida interior » buscada, cultivada, sufrida o gozada en la interioridad...
Nuevos significantes para significados más amplios y hondos
Hagamos la experiencia de cambiar el significante. No utilicemos las palabras religiosas tradicionales
ya «consagradas». Para referirnos a lo que la ciencia conoce naturalmente como la autoconsciencia, o lo autoconsciencial, echemos mano más bien de palabras bien llanas y laicas, de sentido directo, desprovistas de metáfora –siempre que sea posible–. Por ejemplo: «interioridad», «vida interior», «profundidad»... podrían ser unos excelentes nuevos significantes para referirnos desde un nuevo horizonte epistemológico, descontaminado, a aquello a lo que nuestros ancestros se referían con palabras como espiritualidad, religión, religiosidad...
Efectivamente, creemos que, interdisciplinarmente, puede reconocerse como universalmente aceptado y fuera de discusión, que la peculiaridad y la potencia de la autoconsciencia del ser humano, es la cualidad y el motor principal de las vivencias y experiencias profundas (personales y colectivas) de los humanos; de sus esperanzas, sus búsquedas de explicación y de sentido, sus angustias, su imaginación, sus preguntas profundas y sus intentos de respuesta, su creatividad, sus relatos, sus mitos, sus experiencias de sentido y de transcendencia... en una palabra, su vida interior, o el interior más hondo de su vida, lo que la mueve, lo que la inspira, su inspiración, o su inspiratividad... o sea, lo que nuestros ancestros solieran denominar con palabras como espiritualidad, religión, religiosidad, pero enmarcado y contextualizado ahora todo en una perspectiva natural, científica, laica y holística, que no contradice aquella visión, sino que simplemente la ahonda, la despatrimonializa y la universaliza, abriéndola a una nueva etapa, tal vez un nuevo grado o estadio de autoconsciencia de nuestra especie.
Fe, oración, meditación, reflexión, conciencia moral, examen de conciencia, liturgias, celebraciones, ritos, búsqueda de experiencias místicas contemplativas, unitivas, inefables... o de «estados modificados de conciencia»... han constituido tradicionalmente paquetes específicos de acciones o experiencias llamadas religiosas y espirituales. Desde esta visión nueva más amplia a partir de la autoconciencia, vemos que esas acciones y experiencias pueden ser muchas más, muchas de ellas laicas, o simplemente humanas, profundamente humanas, que nunca antes fueron consideradas «espiritualidad ». Podríamos utilizar también esta palabra, este viejo significante, pero solo siendo conscientes de que le cambiamos de significado, en cuanto que lo trasponemos hacia un ámbito más
amplio y más profundo, más básico, más ‘humanamente primero’: el de la autoconsciencia. Lo que siempre hemos llamado espiritualidad, hoy sabemos y caemos en la cuenta de que es en realidad una designación reducida y parcial de la misma autoconsciencia del ser humano.
Cantidad/calidad
Siendo en sí misma, como cualidad humana, algo incuantificable, la autoconsciencia del ser humano puede desarrollar en la práctica realizaciones humanas de mayor o de menor calidad. Obviamente, si las necesidades básicas (consecución de alimento, búsqueda de refugio, autodefensa frente a los depredadores, vestido...) acaparan todas las energías y los tiempos del ser humano, la proyección creativa de su autoconciencia no alcanzará desarrollos valiosos, pudiendo incluso quedar atrofiada. En la medida en que se vaya liberando de la servidumbre de la atención a sus necesidades elementales, podrá atender más profunda y creativamente a la elaboración de sus respuestas de sentido, a sus exploraciones explicativas respecto del mundo que lo rodea, a la introspección de sí mismo, a la fruición de sus experiencias inefables, a la autodotación de herramientas de pensamiento, reflexión, argumentación, creación de belleza, finura interior, sentido moral...
Ya sabemos: las «religiones» son realidades recientes, de hace no más de 4500 años. La autoconsciencia nos acompaña no sabemos desde cuando, probablemente «desde siempre», es decir,
desde antes de la aparición de nuestra especie (las otras especies del género homo de las que procedemos ya tenían autoconsciencia, que es algo originariamente humano, propio del género homo,
no exclusivo de la especie sapiens). Las religiones podrían desaparecer, pero la autoconsciencia continuará su marcha evolutiva, inexorablemente, con la evolución de la Vida misma. Y ahí está toda nuestra historia para demostrarlo: desde la noche de los tiempos, desde la aurora de la autoconsciencia, siempre hemos estado dotados de autoconsciencia, esa nube conciencial creciente, evolutiva, esa especie de biosfera antrópica, noosfera a la vez interior y exterior que nos ha mantenido en comunicación, y nos ha llevado a agruparnos en clanes, en tribus, comunidades, aldeas, ciudades, estados, civilizaciones, culturas, religiones... En cada época y período histórico, nuestra autoconciencia ha tenido unas u otras características, ha producido diferentes y super-diversas creaciones, explicaciones, sentidos, mitos, creencias... en una enorme biodiversidad también en el ámbito autoconciencial, en nuestra interioridad compartida, y en nuestra interioridad más íntima.
Grecia pagana y «religiosa»
Es interesante llamar la atención sobre como estudios relativamente recientes insisten en el carácter autoconciencial –«religioso» dicen ellos– de la mayor parte de la llamada Filosofía Antigua, sobre todo en sus últimos siglos. Con nuestra visión ilustrada y analítica hemos mirado la Filosofía de la Antigüedad como una disciplina, un saber especulativo, en un plano teórico abstracto separado de la vida... cuando desde el principio, y de manera creciente, la Filosofía Antigua fue ante todo una respuesta a lo más íntimo de la vida humana, a la autoconsciencia y sus requerimientos, a la pregunta por el sentido, a la angustia de la soledad en medio del cosmos, a la pregunta por nuestra identidad humana, por el sentido de nuestra existencia, por la resolución de las intuiciones de la conciencia moral, la búsqueda de la paz interior...
Reconceptualizar
Creemos que es posible reconceptualizar la religión y la espiritualidad a partir de una realidad tan profundamente humana como es la autoconsciencia del ser humano; y creemos que esta reconceptualización está ya en curso, hace tiempo, en los muchos autores y grupos que se esfuerzan por recrear el lenguaje, renovar los significantes, y profundizar los significados.
Más, al adoptar esta perspectiva laica, antropológica, autoconsciencial... me parece que hemos dado una respuesta a la pregunta planteada, la del qué [quid] promover, no cuál [qualis] espiritualidad promover, ni cómo [quomodo] promoverla, especialmente pensado en las generaciones jóvenes.
Ya no se trata tanto de promover lo que se llamaba espiritualidad, ni lo que se llamaba religión, sino la autoconsciencia plena del ser humano actual, en toda su amplitud y biodiversidad religiosa. Creemos que, de cara a la sociedad futura, sociedad del conocimiento, sociedad emancipada o de cualquier otra forma que la llamemos, estos nuevos presupuestos son mejores para ayudar a los hombres y mujeres de hoy, que aquellos otros que nosotros heredamos hace unas décadas, en torno a «religión y espiritualidad».
Desglosemos unas intuiciones sobre cómo debería ser presentada esta autoconsciencialidad en el futuro, o ya desde ahora.
II. RASGOS DE LA AUTOCONSCIENCIALIDAD EMERGENTE
POR VÍA NEGATIVA PRIMERO
• A estas alturas del desarrollo humano, la epistemología mítica ha dejado de ser un camino transitable
para el hombre y la mujer de la sociedad del conocimiento. Por otra parte, la interioridad del ser humano culto y cultivado va a ser perfectamente posible sin mitos ni creencias.
• Parece plausible pensar que una característica dominante de la interioridad del ser humano futuro va a ser la superación del teísmo, Theos estrella polar del firmamento mental/espiritual humano, como lo ha sido en los últimos milenios.
• En este sentido, la enemistad secular entre el ateísmo y el cristianismo tradicional se ha esfumado y cristaliza hoy en un nuevo paradigma pos-teísta. Roger Lenaers llega a postular abiertamente la necesidad de la reconciliación entre cristianismo y ateísmo: los dos tenían razón, y ya es hora de reconocer que los problemas habidos son simplemente de lenguaje filosófico y cultural.
• Otra cuestión que fue fuente constante de problemas en la tradición anterior fue la de la ciencia, con el conflicto fe-razón, o religión-ciencia. En la cultura actual, no podemos constituirnos como sujetos conscientes en este cosmos, no podemos dialogar con nosotros mismos en nuestra autoconsciencia, en nuestra interioridad, sin poner bien firmes los pies en el suelo de la ciencia. Después de cuatro siglos de conflicto, todavía las religiones no han logrado reconciliarse con la ciencia, releyéndose a sí mismas desde una aceptación sincera de la ciencia; no son capaces de desprenderse de su epistemología mítica...
Por otra parte, la ciencia actual no es ya aquella ciencia decimonónica obsesivamente materialista y reduccionista. La Nueva Cosmología, la astrofísica, la Biología Evolutiva, las ciencias de la Tierra... constituyen por sí mismas una etapa nueva del conocimiento humano, superior a aquella que fue la Revolución Científica del S. XVI.
• En la nueva interioridad autoconciencial ya no se trata de “creer lo que no se ve”, dar por cierto lo que no sabemos pero que nos es propuesto por una institución religiosa. Diríamos que desde la autoconciencia del ser humano actual ya no es posible aceptar que el sentido de la vida humana sea aprobar en un juicio final sobre si hemos sido capaces de creer lo que no veíamos.
• No hay un segundo piso, ni en el cosmos, ni en la materia, ni en el ser humano. Lo cual tampoco nos lleva al materialismo reduccionista... sino la «inmanensidad» de un mundo holístico: una inmanencia cargada de transcendencia, pero de una transcendencia no hacia afuera, ni hacia el más allá, sino hacia acá, hacia un más adentro, en dirección a un «interior más interior a mí mismo que yo mismo»...
En estos puntos tan decisivos, la actual autoconciencia de las nuevas generaciones puede sentirse en un verdadero diálogo de sordos cuando trata de compartir sobre estos temas con las personas de la «espiritualidad» clásica. Cuando se da esta situación, lo mejor es respetar el camino independiente de cada una, y el tiempo resolverá.
APUNTES POR VÍA POSITIVA
- Oikocentramiento
Abandonado o superado el teocentrismo, el antropocentrismo, el eclesiocentrismo, el neumatocentrismo, el sobrenatural-centrismo... típicos de la «espiritualidad» tradicional, la única realidad que emergerá como adecuada para fungir como centro, como punto de partida, como base de partida de la experiencia espiritual será la Realidad misma, la realidad total, el cosmos, visto –como no podría ser de otra manera– desde nuestro punto de vista, como nuestro oikos (nuestro hogar) La única «centración » correcta y universal será el oiko-centrismo.
- Oiko-comunión
La nueva autoconciencia del ser humano, desde la nueva visión posibilitada por las ciencias, sabe que no necesita alienarse a sí misma fuera de la materia (buscando el espíritu), ni fuera de la tierra (buscando el cielo), ni «ahí arriba, ahí fuera» (buscando a Theos), porque está capacitada para «comulgar » con la Tierra, con el Mundo, con el Cosmos, con la Materia (la Santa Materia, al decir de Teilhard de Chardin).
- Nueva visión del mundo
En la Nueva Cosmología el concepto tradicional de «materia» ha quedado obsoleto (BOFF 2012). La materia es energía, y es autoorganizativa, tiende a la Vida, es autopoiética, tiende a la complejidad, a la sensibilidad, a la conciencia, a la inteligencia... y desaparece el dualismo y la frontera entre la materia y el espíritu. El nuevo relato del Universo va a recuperar y ampliar todo el espacio que en otro tiempo acapararon los mitos y creencias, de las religiones y las espiritualidades: y no por eso serán menos ‘religiosas y espirituales’ en el nuevo sentido.