Con Jesús hacia la otra economía

Con Jesús hacia la otra economía

José Antonio Pagola


1. Caminando tras los pasos de Jesús

Movidos por el Espíritu de Jesús. El Espíritu de Dios empuja a Jesús hacia los últimos. Ellos han de ser los primeros en experimentar esa vida más digna y liberada que quiere Dios para sus hijos e hijas: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Noticia, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lucas 4, 16-22).

Estos cuatro grupos de personas, los «pobres», los «cautivos», los «ciegos» y los «oprimidos» son los que Jesús lleva más dentro de su corazón de Profeta del reino. En el mundo se habla de «democracia», «derechos humanos», «progreso», «bienestar»… Jesús piensa en los últimos y habla de trabajar por una vida liberada que emerja desde ellos. Desde el Espíritu de Jesús sólo podemos trabajar por una economía que sea «Buena Noticia» para los pobres, «liberación» para los esclavos, «luz» para los ciegos, «gracia» para los desgraciados.

Con indignación y esperanza. Jesús vive en medio de una sociedad donde no reina la justicia. Por una parte, el Imperio de Roma, Herodes Antipas y los poderosos terratenientes de Galilea explotan a los campesinos de las aldeas sin tener conciencia de estar arrebatando el pan a los pobres. Por otra parte, hace tiempo que los dirigentes religiosos se han desentendido del sufrimiento de las gentes. El imperio romano pretende que la pax romana es la paz plena y definitiva; la religión del Templo defiende que la Torá de Moisés es inmutable. Mientras tanto, los excluidos del imperio y los olvidados por la religión están condenados a vivir sin esperanza. Puede haber alguna mejora en la pax romana y se puede observar de manera más escrupulosa la Torá de Moisés, pero nada decisivo cambia para los pobres: el mundo no se hace más humano.

Jesús rompe este mundo cerrado anunciando la irrupción del reino de Dios. Esa situación sin alternativa y sin esperanza es falsa. El mundo querido por el Padre va más allá de los derechos del César y más allá de lo establecido por la religión del Templo. Hemos de seguir a Jesús abriendo caminos al reino de Dios desde dos actitudes básicas: la indignación profética que saca a la luz las causas que se ocultan bajo el sufrimiento de las víctimas y la esperanza en el Dios de los últimos, que sostiene los esfuerzos de quienes trabajan por su reino.

2. Abriendo caminos al Reino de Dios

• El reino de Dios está cerca (Marcos 1, 15). Dios no quiere dejarnos solos ante nuestros sufrimientos, conflictos y desafíos. Dios es una Presencia buena y amistosa que busca abrirse camino entre nosotros para construir una vida más humana. Es posible un mundo diferente. No es verdad que la historia tenga que discurrir por los caminos de sufrimiento y muerte que trazan los poderosos. Es posible otra economía más humanizadora, fraterna y solidaria. Es posible un mundo alternativo más cercano al que Dios quiere para sus hijos e hijas.

Convertíos (idem). Dios pide nuestra colaboración. Hemos de despertar de la indiferencia y movilizar todas nuestras energías para cambiar nuestra manera de pensar y de actuar. Somos los seres humanos los que hemos de cambiar la trayectoria de la historia. La ciencia no tiene conciencia; la economía carece de compasión; los dogmas del capitalismo neoliberal son inhumanos. Sólo acogiendo el reino de Dios caminaremos hacia una convivencia mundial más humana.

Creed en esta Buena Noticia (Idem). Hemos de tomar en serio la Buena Noticia de Dios y creer en la fuerza liberadora de su Proyecto. Hemos de introducir en el mundo la confianza. Dios sigue atrayendo al ser humano hacia una vida más digna. No estamos solos. Dios está sosteniendo también hoy el clamor de los que sufren y la indignación de los que reclaman justicia. Necesitamos profetas del reino, creyentes indignados, centinelas vigilantes para escribir con nuestra vida un relato nuevo de la historia humana, alentado por la esperanza de Dios.

Buscad el reino de Dios y su justicia (Mateo 6, 33). Esto ha de ser siempre lo primero. Lo demás es relativo. No podemos dejar el mundo en manos de quienes imponen cruelmente su injusticia. El sufrimiento de las víctimas ha de ser tomado en serio. No puede ser aceptado como algo normal pues es inaceptable para Dios. Hemos de buscar incansablemente la justicia de Dios que reclama la vida para quienes son asesinados por el hambre y exige dignidad para los pueblos excluidos de la convivencia mundial. Buscar la justicia de Dios exige: promover la conciencia crítica, reaccionar ante la manipulación informativa, luchar contra el escepticismo, denunciar los abusos, pensar el futuro desde la libertad de Dios que no tiene por qué seguir los caminos que le marcan los poderes financieros ni los mercados.

Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo (Lucas 6, 36). El Padre mira nuestro mundo con compasión. Es sensible al sufrimiento de sus hijos e hijas. Es su compasión maternal la que le mueve a buscar un mundo diferente donde sea posible el «buen vivir» de todos. Jesús nos llama a vivir como ese Padre: atentos al sufrimiento de tantos seres humanos, explotados sin piedad por los poderosos y olvidados por la indiferencia de las religiones. Hemos de introducir en el mundo la compasión activa y solidaria, reaccionando contra el pragmatismo político que se desentiende del sufrimiento y se vuelve cada vez más ciego, y contra la ilusión de inocencia que adormece a las religiones. La compasión lúcida, responsable y comprometida es la fuerza más decisiva para humanizar la vida y transformar la economía.

Los últimos serán los primeros (Marcos 10, 31). La compasión exige buscar la justicia de Dios, empezando por los últimos, los más indefensos y desvalidos. No los podemos abandonar en el abismo del olvido o la desesperación. Esto es lo que Jesús quiere dejar claro con el lenguaje provocativo de sus bienaventuranzas: «Dichosos los que no tenéis nada porque de vosotros es el reino de Dios. Dichosos los que tenéis hambre porque Dios os quiere ver comiendo. Dichosos los que lloráis porque Dios os quiere ver riendo». Cuando ya no se sabe cómo ni de dónde podría brotar una esperanza para un mundo que parece caminar hacia su destrucción, Jesús proclama rotundamente por dónde empezar.

Esas políticas que no admiten una crítica de fondo, esas religiones seguras de sí mismas que ni siquiera sospechan la interpelación de los pobres, no responden a la verdad de Dios. El camino hacia una vida más digna y dichosa para todos se comienza a construir desde los últimos. Ellos han de ser los primeros. Esta primacía es absoluta. La quiere Dios. No ha de ser relativizada por ninguna cultura, ninguna política, ninguna religión.

Devolved al César lo que es del César, pero dad a Dios lo que es de Dios (Marcos 12, 17). No se ha de dejar nunca en manos de ningún poder lo que solo pertenece a Dios. Y Jesús ha repetido con frecuencia: los pobres son de Dios; los pequeños son sus predilectos; el reino de Dios les pertenece. Va contra Dios seguir sacrificando a los pobres de la tierra a los «mercados» y poderes financieros. Es insoportable dejar a los pueblos más pobres y excluidos en manos de multinacionales apátridas a merced de un «libre comercio» perverso, que busca impunemente el máximo lucro de los poderosos, aún a costa de la vida y la dignidad de los últimos. La autoridad suprema en el mundo la han de tener las víctimas. Esta autoridad moral de los que sufren es exigible a todos. Ninguna ética digna de este nombre puede prescindir de ella, pues estaría al servicio de la destrucción de los más débiles.

No podéis servir a Dios y al Dinero (Lucas 16, 13). No es posible acumular riqueza de manera insaciable y, al mismo tiempo, servir a ese Dios que no puede ser Padre sin hacer justicia a quien nadie hace. Algo va mal entre los seguidores de Jesús si pretendemos vivir lo imposible. El Dinero se ha convertido en el gran «Ídolo» que, para subsistir, exige cada vez más víctimas y deshumaniza cada vez más a quienes le rinden culto. Por eso llama Jesús «necio» al rico de la parábola, que construye graneros cada vez más grandes para almacenar su cosecha, pensando sólo en su bienestar cuando ni siquiera puede asegurar su vida mortal. Así es de insensata la lógica de los países de la abundancia: viven acumulando insaciablemente bienestar, pero lo hacen, generando por una parte, hambre, miseria y muerte en los países excluidos, y por otra, deshumanizándose ciegamente cada vez más.

«Hoy ha llegado la salvación a esta casa» (Lucas 19,9). La salvación llega a la casa del rico Zaqueo, cuando se compromete a devolver todo lo robado y a compartir sus bienes con los pobres. Ese es el camino. Al mundo irá llegando la «salvación» cuando los países ricos promuevan políticas de restitución para compensar a los países empobrecidos por los saqueos cometidos por el colonialismo y por la imposición del sistema neoliberal. Llegará cuando se ponga límite al desarrollo insostenible y se impulsen políticas de cooperación real y solidaridad efectiva con los últimos. Los seguidores de Jesús hemos de mostrar con nuestra vida que «ha venido a salvar lo que estaba perdido» (Lucas 19, 10).

 

José Antonio Pagola

San Sebastián, Donosti, España