Coyuntura de la estrategia revolucionaria
ANÁLISIS DE COYUNTURA DE LA ESTRATEGIA REVOLUCIONARIA
Jorge COROMINAS
Para no pocos, la revolución va quedando confinada al discurso de unos cuantos militantes trasnochados. Si no de mal gusto, les parece al menos fuera de tono hablar de revolución en los círculos políticos o intelectuales.
Pero desgraciadamente la revolución es cada vez menos una cuestión de estética o de literatura. Si algo nos enseña la experiencia histórica de nuestro Continente en este último siglo es que la fuerza revolucionaria no arranca de las ideas ni es primariamente una cuestión de valores. En América Latina el origen y la justificación última de las revoluciones y movimientos guerrilleros, desde Tupac Amaru hasta el movimiento zapatista, ha sido la injusticia, el empobrecimiento y la exclusión de grandes sectores de la población.
Más necesaria que nunca
Si nos atenemos a los hechos, hoy la revolución es más necesaria que ayer. Tras el fin de la guerra fría el abismo de la desigualdad en Latinoamérica y el mundo ha aumentado de manera escalofriante. No hace falta citar a intelectuales de izquierda ni las últimas estádísticas de algún informe aterrador; los datos son sostenidos por todo el muestrario de tendencias políticas.
La necesidad de cambios estructurales (revolucionarios) y no de simples «reformas», se está descubriendo como la condición para la sobrevivencia de la humanidad, incluso de las minorías opulentas del planeta.
Hoy nos damos cuenta de que el problema ya no es -como h_ace unas décadas parecía- un problema (sólo) de justicia y de distribución. Hoy en día una revolución socialista de alcance mundial que, aunque redistribuyera e hiciese justicia, no transformase radicalmente las formas de vida y la civilización actual, sería insuficiente. Incluso el «exterminio de los pobres» sin transformaciones radicales en los modos de producción y las formas de vida, sólo serviría para prolongar la agonía del mundo rico. La justificación de la revolución deviene cada vez menos metafísica, más elemental: para que los seres humanos del planeta podamos simplemente sobrevivir (comer, beber y respirar...) hacen falta con urgencia, cambios estructurales.
Debilidad estratégica
Se podrá pensar que la revolución sea todo lo necesaria que se quiera, pero también parece más imposible que nunca. Hay que conceder que las posibilidades de mejora para las grandes mayorías del planeta han disminuido con respecto a hace tan sólo diez años. Si el aliciente y la fuerza de los movimientos revolucionarios fue siempre el vislumbrar un camino factible de liberación colectiva, hoy su debilidad residiría en mantener una utopía magnífica sin visos de realización histórica.
En este siglo que cerramos la estrategia liberadora consistió básicamente en intentar tomar el poder del Estado por medio de una guerrilla con apoyo popular y apoyarse después en el bloque del Este, como la manera más corta y eficaz para sacar de la marginación y la miseria a las grandes mayorías. La imposibilidad de esta estrategia hoy hace que la crisis de los movimientos y partidos revolucionarios sea más radical que una simple derrota...
Pero el fin de un camino no es el fin de todos los caminos. Así parecen entenderlo las nuevas tendencias emergentes de la izquierda revolucionaria latinoamericana.
Tendencia reformista
El Movimiento de Renovación Sandinista de Sergio Ramírez, Joaquín Villalobos en El Salvador, las reflexiones de Jorge Castañeda en su libro «La utopía desarmada», etc., ejemplifican la tendencia reformista. Consideran tan difícil la posibilidad de cambios estructurales, que pretender constituir movimientos revolucionarios les parece más inmovilista que otra cosa. Según ellos la izquierda debe optar sin complejos por los agentes económicos capaces de crear riqueza, y no tanto por las clases más débiles (desempleados, marginados); y no debe plantearse sustituir el capitalismo, sino atemperarlo mediante políticas sociales redistributivas al estilo de las socialdemocracias europeas.
La principal fuerza de esta tendencia reside en que quizá en algún país pueda ofrecer algunas ventajas comparativas al conjunto de su población si logra insertarse adecuadamente en el mercado mundial. Su principal debilidad es que hoy tampoco bastan las reformas al capitalismo para satisfacer las necesidades mínimas de la mayoría de los seres humanos.
Tendencia ortodoxa
La tendencia ortodoxa la encarna el castrismo y el núcleo duro de las antiguas guerrillas. Esta tendencia pretende separar totalmente el marxismo de la crisis del socialismo real. Hoy se trataría de mantener fundamentalmente los mismos principios y estrategias, con la esperanza de que llegue al poder la izquierda revolucionaria en algún estado importante (por ejemplo en la Unión Soviética), o bien de que puedan sumarse las fuerzas de diferentes Estados. Se sigue dando por sentado que el partido revolucionario debe liderar y conducir las organizaciones de base. Esta vanguardia la constituyen precisamente las personas conscientes de que la revolución es inevitable por una especie de lógica dialéctica inherente al dinamismo de la historia.
Su principal fuerza son los excluidos mismos, su disposición a las movilizaciones populares y su oposición sin ambages al sistema vigente. Su principal debilidad son sus «protestas sin propuesta», sin alternativa real a corto y medio plazo, así como la pervivencia de demasiados dogmas y metafísicas que inhiben el debate serio, los análisis profundos y la revisión de las categorías y de los esquemas mentales al uso.
Tendencia civil y popular
Se manifiesta en movimientos feministas, el zapatismo, sectores importantes de partidos de izquierda tradicionales, movimientos cristianos de base, organizaciones populares, ONGs críticas hacia el sistema, etc. Parte de la constatación de que hoy, más allá de los Estados y la diversidad cultural, estamos conformando ya una única sociedad mundial. En el sistema de esta sociedad la riqueza y bienestar económico de una minoría implica la miseria y la marginación de la mayoría de la humanidad. Para que una parte del mundo pueda tener carro, frigorífico, vacaciones y salario digno, es imprescindible que otra apenas puedan sobrevivir. Si antaño la explotación era un elemento fundamental del sistema, hoy, cuando ser explotado es un privilegio, es mucho más decisivo para el mismo la marginación.
Desde esta perspectiva, la revolución, para ser tal, ha de afectar a la estructura del sistema mundial mismo; a lo más decisivo de este sistema. Si deja intacta la marginación de las grandes mayorías del mundo no dejará de ser simple reformismo. Eso significa que una simple y anodina reforma democrática en una institución mundial poderosa (BM, FMI...) puede tener consecuencias «revolucionarias», mientras que la mejor de las revoluciones pensables en un solo Estado apenas si afecta hoy al sistema mundial.
Esta tendencia se toma muy en serio la amenaza y los límites ecológicos del planeta y la importancia decisiva de nuestras acciones cotidianas. La única solución a la «paradoja de los chinos» (cada chino -1300 millones- tuviera una moto no podríamos respirar, lo cual es cierto), está en cambiar nuestra forma de vivir.
Se reconoce la fragilidad de las propuestas económicas en términos mundiales. Se denuncia que el fundamentalismo más peligroso y terrorista de nuestro tiempo es el fundamentalismo del mercado. Y se afirma que en principio una orientación democrática de la economía y el mercado mundial (socialdemócrata e incluso liberal) altera más las raíces del sistema y puede beneficiar más las mayorías pobres que una revolución socialista en un Estado. Se incentiva la lucha en todos los espacios por la democratización de las estructuras y la participación democrática de las personas, desde los grupos, ONGs, entidades locales y municipales, hasta las grandes redes e instituciones mundiales. Se exige el reconocimiento de una ciudadanía mundial y la exigencia por derecho de lo que solemos dejar a la solidaridad o a la caridad.
La gran fuerza de esta tendencia es la de presentar una estrategia revolucionaria factible. Su gran debilidad es su estadio germinal, la articulación todavía incipiente de los grupos, la dificultad ideológica de desembarazarse de una multitud ingente de ideas que opacan las posibilidades reales y permiten al sistema seguir siendo lo que es. El desafío está en conformar una fuerza social mundial que pueda luchar y presionar para conseguir esas transformaciones.
Conclusión
Hay continuidades que son auténticas abdicaciones y cambios que nos permiten continuar siendo lo mismo. La revolución pasa hoy por un gran esfuerzo de realismo y por la constitución y unificación de fuerzas sociales que puedan estar dispuestas a luchar en todos los ámbitos (también en el del Estado) y a encarnar en sus actos cotidianos no algún sueño de la razón sino algo perfectamente posible hoy: un mundo donde cada mujer y cada hombre tengan, cubiertas con sencillez sus necesidades básicas, como mínimo. El análisis y la claridad teórica pueden aportar alguna luz al sombrío futuro que se cierne sobre las grandes mayorías de Latinoamérica y el planeta entero.