Cristianos por el socialismo

«Cristianos por el socialismo»

Jaume Botey


«Cristianos por el Socialismo», CPS, nació en 1971 en el Chile de Allende, para apoyar desde las filas cristianas a la transformación que estaba llevando a cabo el gobierno de la Unidad Popular. Se respiraban todavía los aires del Concilio y, después, de la Conferencia de Medellín de 1968 en América Latina. Las comunidades de base y la Teología de la Liberación estaban dando los primeros pasos. Fueron momentos privilegiados, de una extraordinaria riqueza espiritual. Tal vez el más importante esfuerzo de la Iglesia por acercarse a los problemas de la gente.

Llegamos a creer que aquél mundo más justo que soñábamos lo teníamos al alcance de la mano... El golpe de Estado de Pinochet en 1973, y los que le siguieron en toda América Latina, dieron al traste con tantas esperanzas.

Muy pronto CPS se extendió por Europa. Aquí se trató fundamentalmente de poner en evidencia que la fe y la lucha por la justicia desde partidos de izquierda pueden ser asumidas sin contradicción. Se trataba de superar las antiguas condenas, posturas cerradas y dogmáticas que la Iglesia mantenía contra el comunismo y que el comunismo mantenía contra los cristianos, y que fuera posible, según la conocida frase de Alfonso Carlos Comín, ser comunistas en la Iglesia y ser cristianos en el partido.

Se vivía militantemente una doble e indisoluble fidelidad al evangelio y a los pobres. Esto suponía vivir en dos fronteras, la eclesial y la política, sabiendo de sobra que las zonas de frontera son peligrosas y suelen estar minadas. Se partía de vivir la fe en Jesús, y de vivirla desde una opción socialista, utilizando de manera explícita los instrumentos que el marxismo había aportado para el análisis de la historia: la lucha de clases y la clase obrera organizada en partidos y sindicatos obreros.

Lógicamente CPS encontró de inmediato resistencias entre los que siempre han estado a favor de los poderosos, tanto desde el campo político como del religioso. Recordemos que en aquel momento la Iglesia trataba de impulsar en Europa la «democracia cristiana», y en Latinoamérica mantenía actitudes ambiguas frente a las nacientes dictaduras militares de los 70.

El testimonio de fe y el compromiso político de tantos «cristianos y cristianas por el socialismo» ponía en evidencia que ambas fidelidades eran compatibles. Muchos sufrieron persecución, y hasta la cárcel. La prudencia, el codo a codo en la calle, y la evidencia de que se compartían valores fundamentales como la justicia, hicieron que fueran desapareciendo los antiguos prejuicios. La batalla se había ganado.

Pluralismo

Aunque para el cristiano «su reino no es de este mundo», CPS no quiere ser acusado de limitarse a intervenciones críticas ético-morales. Su deber es mojarse con el compromiso, ensuciarse las manos... Y en el interior de CPS siempre se ha considerado una riqueza poder compartir la fe con todo el abanico de opciones ideológicas y políticas de izquierda, con socialistas, comunistas, anarquistas o trotskistas. Y también con las diferentes formas o «velocidades» de entender el compromiso, por ejemplo, entre aquellos que parten de la radicalidad profética que surge de la fe, y aquellos otros más cercanos al realismo o al posibilismo de la política, es decir: al pacto, la negociación y las renuncias. ¿Cómo combinar la utopía con algo tan poco utópico como una gestión de gobierno? Sin renunciar nunca a la utopía como objetivo, se hizo práctica normal la necesidad de compaginar la llamada ética de la convicción (que expresa la radicalidad de los valores) y la ética de la responsabilidad (que tiene presente lo realizable).

Esto fue particularmente complejo en España, donde el movimiento de CPS había arraigado profundamente, porque en aquellos años coincidieron dos procesos: uno de carácter nacional, la transición de la dictadura a la democracia, y otro de carácter mundial, el inicio de la ofensiva neoliberal.

Cambios y nuevas contradicciones

La real crisis del socialismo debe situarse mucho antes que la crisis del mal llamado «socialismo real», que con cansancio y de forma momificada representaban todavía los países del Este.

En Europa desde finales de los 70 el tacherismo inició una guerra feroz contra las históricas conquistas conseguidas por la clase obrera desde el siglo XIX. Se impusieron las desregulaciones, privatizaciones, la precariedad laboral, la reducción de gastos sociales... El sindicalismo resultó derrotado.

Y a nivel mundial, a principios de los 80, Reagan lanzó una política de intervenciones militares y golpes de Estado, y aprovechó la crisis de la deuda para aplicar sin compasión las recetas del FMI a los países pobres, provocando una crisis sin precedentes en América Latina y África.

La «caída del muro de Berlín» y el asalto del neoliberalismo a los países de la ex-URSS fueron sólo un peldaño más en los fracasos del socialismo.

Sin embargo el gran fracaso del socialismo a mi entender hay que buscarlo en su incapacidad de crear el hombre y la mujer nuevos. Es ahí, en el terreno del pensamiento y los valores, donde el socialismo como propuesta alternativa de fraternidad fue derrotado. Se había puesto excesivo énfasis en el modelo productivista-desarrollista del capitalismo, creyendo que con el desarrollo de las fuerzas productivas la humanidad pasaría gradualmente de la escasez a la prosperidad; excesiva confianza en la dogmática marxista, creyendo que con el cambio de la infraestructura cambiaría la conciencia; se aceptó ingenuamente el modelo ilustrado de la posibilidad del crecimiento indefinido, etc.

Hoy sabemos que este modelo es insostenible. Capitalismo y neoliberalismo han fracasado, no sólo por injustos y antidemocráticos: su insaciable ansia de acumular nos lleva hacia el suicidio colectivo. La Tierra no da para más. Pero ha pillado a la izquierda sin propuesta, sin proyecto concreto. Y esta falta de visión, de proyecto alternativo y real al capitalismo, está en la raíz del descalabro.

Hoy echamos en falta tanto el vigor moral del Marx joven, como la capacidad teórica del Marx maduro, la pasión de Rosa Luxemburgo, el valor de José Martí o Mariátegui, el idealismo antiimperialista y rigor autocrítico del Che, etc.

El combate por la Utopía

A comienzos de los 80, mucho antes del colapso de los países del Este, los grupos de CPS de Europa ya lamentaban que no se habían tenido suficientemente en cuenta nuevos fenómenos como la crisis de la conciencia de clase, la nueva composición de la clase obrera o la crisis ecológica, etc. A partir de este análisis se proponía el proyecto mesiánico como recuperación de la Utopía, el internacionalismo como la dimensión necesaria de la fe, etc.

Entran a formar parte del patrimonio de CPS conceptos hasta cierto punto ajenos a la tradición del marxismo, como el concepto de Utopía. No como vago anhelo adolescente de un mundo de ensueño, sino como propuesta fuerte y atrevida, meta del combate y de la acción política. Es obvio que hoy la lucha por la Utopía choca con el pensamiento débil, recurso ideológico del neoliberalismo. Por eso, una de las aportaciones que hoy puede hacer la fe ante la insustancialidad del postmodernismo es dar al militante solidez y reciedumbre de convicciones ante la banalidad, o capacidad de resistir firmemente ante el relativismo en los valores y los vaivenes de la política.

En una realidad social tan global y tan disgregada como la de hoy, la lucha por la Utopía pasa sobre todo a través de las pequeñas experiencias. Todavía no hemos podido construir una alternativa socialista global. Por eso muchos militantes de CPS, a la vez que se van sintiendo progresivamente extraños en los debates internos de los partidos políticos y de la Iglesia, van asumiendo compromisos en movimientos sociales (contra la droga, el paro y la marginación, por la solidaridad internacional...) algunos de los cuales exigen una radicalidad muy acorde con la fe. No es que no se quiera el debate sobre ideas, sino que el militante de CPS considera que hoy, para construir grandes ideas, es necesario dejar que primero hablen los hechos.

La vida de Fe y el compromiso

La fe es una experiencia de Dios, no una doctrina. Para nosotros es el encuentro con Jesús de Nazaret. Jesús nos enseñó a leer la historia desde los perdedores, desde los crucificados. Y a partir de esta lectura del mundo nos hemos encontrado con otros muchos cristianos y no cristianos, y con gente de otras confesiones que, impulsando la creación de realidades alternativas, impulsan la construcción del Reino. Y desde aquí, desde lo concreto, hemos podido reconstruir una nueva teología, hemos descubierto la vida del pobre o de la víctima como el altavoz desde el que nos habla Dios. En definitiva, para el creyente, la persecución de la Utopía es la lucha por el «Reino de Dios».

Porque CPS, más allá de las formulaciones, más allá incluso de tantos hechos políticos a los que tiene que hacer frente, fue y sigue siendo una mística, un estilo, una escuela a medio camino entre el intelectual colectivo que elabora ideas y se compromete con ellas, y un equipo de revisión de vida, un grupo de amistad y el espacio de oración y celebración de la Fe.

 

Jaume Botey

Barcelona, Cataluña, España