Crítica Global y Teológica a la economía mundial

Crítica Global y Teológica a la economía mundial actual

Jung Mo Sung


Hay una novedad en la forma de dominación que el actual sistema capitalista mundial está imponiendo sobre el mundo. A diferencia de los imperios del pasado, que conquistaban nuevas regiones y países a través de la fuerza bruta y de invasiones militares, hoy la conquista se da fundamentalmente por la atracción y la fascinación. Comprender estas novedades es fundamental para nuestra lucha por otro tipo de globalización.

El sistema capitalista mundial como sistema imperial

Hay autores que piensan que el mundo vive hoy bajo el dominio del imperio estadounidense. Otros afirman que la fase de los imperios ya pasó, y que vivimos una época post-imperial y post-moderna. Otros, que no hemos superado esa época, sino que el modo como el imperio se organiza y funciona ha cambiado. Junto con éstos, yo también pienso que el sistema capitalista mundial actual actúa como un sistema imperial.

En pocas palabras, el imperio no debe ser entendido aquí como una forma política institucional, sino como un modo de conformar el ejercicio del poder que hace coincidir -más allá de las diferencias, organizaciones institucionales o fronteras nacionales y étnicas-, los intereses de las élites. Esa coincidencia significa el fin de los controles y equilibrios del ejercicio de poder que se dan cuando los subsistemas del poder económico, político, militar y cultural se contraponen y limitan unos a otros por causa de intereses y visiones diferentes. Por ej., el Estado, poniendo límites y regulando el sistema de mercado. En otras palabras, el imperio es la constitución de una «armonía» de intereses entre las élites.

Otra característica importante es el hecho de que el imperio tiene la pretensión explícita de totalidad, de someter el mundo conocido a su dominio, imponiendo la «paz», y, por eso, se presenta como manifestación de la voluntad divina o como ápice de la evolución de la historia que durará para siempre.

El actual sistema capitalista mundial es exactamente un sistema con la pretensión explícita de totalidad, de llegar a todos los rincones del mundo, y en torno de ese proyecto une a las élites de todos los sectores de todos los países (o casi todos), sin que importe si son de países ricos, emergentes o pobres. Y su expansión es presentada y vista por la gran mayoría de la población mundial como la expansión del progreso económico, la llegada de la «buena nueva».

Todo eso no sería posible sin un espíritu que le diese esa unidad, fuerza y legitimidad para su expansión: el «espíritu del imperio».

Al hablar de «espíritu» aquí, necesitamos tener claro que no nos estamos refiriendo a una realidad «espiritual» que se opondría a la realidad material –fruto de una visión dualista de la realidad–, sino de una «fuerza» que mueve el sistema y le da la unidad. El espíritu del imperio se refiere a una forma de pensar, actuar, gerenciar una cosmovisión y hasta una teología que es consustancial a la forma de organización social que aquí llamamos imperio. Así como el capitalismo, para surgir, necesitó de un espíritu capitalista que rompiese con el espíritu del mundo feudal-medieval, el sistema imperial actual se gestó y es movido por el espíritu del imperio.

Con eso, queremos enfatizar que la lucha contra el actual sistema capitalista mundial presupone también una lucha espiritual contra ese espíritu del imperio. En ese sentido, es también una «lucha de los dioses» (título de un importante libro de la teología de la liberación escrito al inicio de la década de los 80). No habrá posibilidad de otro mundo sin espiritualidad y teología alternativa. Ante un imperio que se pretende absoluto y movido por un espíritu que se pretende «sagrado», vale la pena recordar las palabras de Marx: «la crítica de la religión es la condición preliminar de toda la crítica». O sea, sin la crítica a la idolatría del imperio, otras críticas –como la política y la económica– no encuentran eco en la sociedad.

Dominación por atracción

Con el aumento de la complejidad y amplitud de la división social del trabajo, que hoy es mundial, no es ya posible producir los bienes necesarios para la vida de la población de un país estando completamente fuera del sistema económico mundial. Por eso, la alternativa no consiste ya en salir de la economía mundial. Sin embargo, eso no significa que no pueda haber otra forma de organizar la economía mundial o, por lo menos, la economía de un país o de una región.

El sistema actual ha impuesto el sistema de libre mercado como el ideal de economía para todo el mundo. Con eso, los Estados nacionales y organismos multinacionales actúan en función del mercado. Su principal tarea es la defensa de las leyes del mercado. La política dejó de ser una contraparte de la economía para pasar a ser una socia sometida. Ésa es la «armonía» imperial que mencioné más arriba. Claro que aquí también juegan un papel muy importante los medios de comunicación, que divulgan al mundo entero que el progreso significa crecimiento económico, y que sólo será posible dentro de la economía capitalista mundial.

En la medida en que todo es medido y evaluado a partir del índice de crecimiento económico, la sostenibilidad del medio ambiente y la sostenibilidad del tejido social de los países –fundamentales para la vida humana en el planeta– también quedan subordinadas al criterio económico.

Y ese poder avasallador del mercado global funciona como una gran «masa» que atrae, casi como por gravedad económico-social, a todas las economías regionales que todavía están fuera del imperio o que buscan caminos alternativos de organización de su sociedad.

Antes, los imperios usaban sus fuerzas militares, políticas y económicas para mantener a los países y pueblos dentro de la totalidad de su dominación. Hoy, el imperio amenaza con la expulsión a aquellos que se resisten a asumir integralmente las leyes y los valores emanados por el «espíritu del imperio». ¡El miedo que se impone es el de ser expulsado del imperio!

Fascinación del imperio: la colonización de la subjetividad

Ese sistema de mercado global no habría sido posible si no hubiese ocurrido un proceso de colonización de la subjetividad, la cooptación del deseo de los pueblos del mundo entero capaz de crear un único mercado consumidor mundial. Sin mercado consumidor mundial, no es posible una producción y distribución de mercancías a escala mundial y, con ello, un sistema económico mundial.

Personas del mundo entero desean consumir iPad, iPhone, iPod y otros iconos que los medios de comunicación socializan como objetos de deseo. No desean esas mercancías por sus características propias, sino por lo que representan en la vida cotidiana y en lo que se cree que es el camino de humanización. Porque, en el fondo, las personas desean adquirir más «ser» que los haga más humanos. Sólo que para «ser» más, necesitan un modelo, un «ideal» de ser humano que les indique el camino a seguir, los objetos a desear. Y sus modelos indican esos productos como portadores del «ser». Esas mercancías de marca mundial fascinan a personas y pueblos, pues prometen la fuerza y la pureza de los seres humanos que todos soñamos ser.

Sólo que en el mercado, lo que vale no es el deseo, sino el deseo transformado en demanda; esto es, deseo de personas con capacidad de consumo. Si el camino de la humanización consiste en comprar esos productos, entrar en la economía mundial -lo que les permite tener acceso a esos bienes- les parece más que natural, se vuelve obligatorio. Quedar fuera de ese circuito y de la posibilidad de realizar el deseo de volverse humano reconocido en la sociedad es algo que da mucho miedo. Los no-consumidores o consumidores fallidos son vistos como los «demonios» de la sociedad. Fascinación y miedo son los dos lados de la experiencia de lo sagrado.

Paulo Freire, en su clásico «Pedagogía del oprimido», ya nos alertaba de que, en la lucha por la liberación, los oprimidos desean ser como sus opresores. «Su ideal es, en realidad, ser hombres, pero, para ellos, ser hombres, en la contradicción en que siempre han vivido y cuya superación no les está clara, es ser opresores. Éstos son su modelo de humanidad».

¡La subjetividad de los oprimidos y marginados del mundo fue colonizada! Es preciso descolonizar la cultura y la subjetividad y proponer otros modelos de ser humano que realmente indiquen caminos de verdadera humanización. En parte, la conversión consiste en eso: el descubrimiento de un nuevo modelo de deseo, un nuevo ideal de ser humano.

¿Alternativas?

Desenmascarar la pretensión de totalidad y de eternidad del sistema capitalista mundial, con la crítica a la idolatría y la afirmación de la fe en el Dios que transciende, que está más allá de todos los sistemas imperiales; romper la pretensión de «armonía y paz imperial» introduciendo tensiones entre los diversos sub-sistemas –por ejemplo, tensión entre mercado, el Estado y la sociedad civil–; crear y potenciar sub-sistemas económicos no capitalistas –como por ej., economías solidarias– para romper con la lógica de un único principio organizador de la economía; y luchar en el campo espiritual-cultural para presentar el ideal de ser humano y modelos de deseo que no se subordinen a la lógica y la espiritualidad de consumo. Éstos son algunos de los desafíos que debemos asumir.

 

Jung Mo Sung

São Paulo, SP, Brasil