Cuba 98: un siglo frente al imperio

Cuba 1998: un siglo frente al imperio
 

María López Vigil


El 15 de febrero de 1898 estalló en aguas del Caribe, frente a la ciudad de La Habana, el acorazado Maine. El navío de guerra estadounidense permanecía atracado en el mar desde hacía meses, en tensa vigilia, al acecho de lo que ocurría en la isla.

En Cuba, cubanos y cubanas combatían victoriosamente desde hacía tres años contra las tropas españolas. «La guerra necesaria» convocada por José Martí en 1895, después de decenas de alzamientos y de tentativas de negociación, estaba llegando a su fin.

También llegaba así a su fin el imperio español en América, edificado cuatro siglos atrás sobre pólvora y la sangre de millones de indios y de negros. Cuba, la más preciada posesión de España, la niña de los ojos de la Corona, luchaba fieramente -la última de todas las colonias- por su independencia. Un ejército perfectamente equipado de 200 mil españoles estaba a punto de rendirse ante el empuje de 50 mil mambises que empuñaban filosos machetes y la bandera de la estrella solitaria.

Fue el gobierno de EEUU quien hizo explotar el Maine, pero acusó del incidente a los españoles. Necesitaba el estallido de aquel barco como pretexto para declarar la guerra a una España extenuada y así entrar en un conflicto ya decidido. La destrucción del Maine resultó un negocio redondo: por sólo unos meses de combate y la baja de 220 marines y por los Tratados de París (diciembre de 1898) EEUU se apoderó de la cercana isla caribeña de Puerto Rico y de las lejanas y riquísimas islas Filipinas, últimos vestigios de aquel imperio hispano «donde no se ponía el sol».

Y se quedó en Cuba. La suprema y declarada aspiración del gobierno estadounidense era, desde comienzos del siglo, el que Cuba cayera en sus manos «como una fruta madura», el convertir a la isla en una estrella más de la bandera yanki. En 1898 sonó la hora del oportunismo. Las tropas estadounidenses se quedaron en Cuba cuando salieron las españolas y gobernaron la isla hasta 1902. Condicionaron su salida de la isla al establecimiento de la base militar de Guantánamo, en el oriente de Cuba, y a la inclusión en la Constitución de la naciente República de la llamada «enmienda Platt», figura jurídica que garantizaba al gobierno de EEUU el intervenir en los asuntos internos cubanos siempre que quisiera, ardid que no enmascaraba la realidad: Cuba había ganado la guerra pero no la independencia, dejaba de ser colonia de España y comenzaba a ser colonia de EEUU.

En 1998 el mundo conmemora el centenario de una fecha de plomo con la que se cerró un siglo y se abrió el siguiente. En España, el sol imperial llegó a un ocaso sin retorno. 1898 fue el fin de un mundo para toda una generación, que mascó cenizas de humillación y derrota. 1898 es una fecha trágica con la que se inauguró un nuevo siglo, marcado por la arrogancia de otro imperio, aún no humillado ni derrotado. Con la intervención en Cuba se iniciaron las guerras imperiales de EEUU, que han llenado todo el siglo XX. Desde aquel 1898 contra España para anexar territorios al imperio, hasta 1991 contra Irak para garantizar petróleo a las maquinarias de ese imperio, la lógica ha sido la misma, la lógica de la fuerza impuesta y de la prepotencia.

Cuando las tropas estadounidenses salieron de Cuba en 1902 dejaron un monumento en el malecón de La Habana, erigido en honor a las víctimas estadounidenses de la explosión del Maine. Un águila imperial de bronce coronaba dos esbeltas columnas blancas. Sesenta años después, en enero de 1959, los cubanos derribaron el águila e hicieron pedazos sus gigantescas alas extendidas. Para que no volara más. Se iniciaba la revolución, una gesta que aún hoy sigue apuntando hacia las mismas metas que señaló Martí: independencia nacional y justicia social.

Desde hace cuatro décadas, la revolución cubana es nacionalista: afirma la dignidad de la nación y tiene voz propia. Y a pesar de los bloqueos, de Helms y de Burton, sigue apostando al socialismo: cimientos de equidad, igualdad de oportunidades para todos. Esto desafía al imperio, promotor de la inequidad capitalista y de relaciones desiguales con las naciones de Nuestra América.

 

María López Vigil

Managua