Cuento y canto de amor y de libertad

Cuento y canto de amor y de libertad

Jorge Alvarado


1. Preludio trinitario

En el principio era el Verbo, una palabra de puro dinamismo y alegría, el verbo Amar.

El infinito quehacer del verbo Amar es hacer el Amor, qué maravilla, sin prisa pero sin pausa.

Pero el Amor, como se sabe, es cosa de tres.

Entre ellas tres, divinas personas, el Amor es darse y recibirse del todo en cada instante.

Amor sin más, puro dar de sí, sólo porque sí, puro amor libre.

Amor libre y liberador. Más que divino, divinísimo (sabrosísimo, sí), creador de libertad.

Amor libre que conmueve y promueve libertinos, libertarios y libertadores sin cuento.

Amor libre que promueve y conmueve el amor de las y los amantes, en todas las galaxias.

L’Amore che move il sole e l’altre stelle.

2. Un cuento de amor y libertad

Había una vez un hombre que decía que «Dios es el título de un magno problema». También nosotros podemos decir que Libertad es el nombre de un magno problema (quizás el mismo) que consiste en que la palabra «libertad» es el comodín que hemos creado para olvidar que cada persona humana carga en su propio cuerpo el peso insoportable de la historia del universo y de la mal llamada «historia universal». Pero no sigamos esta vez los malos pasos de aquel esforzado Jorge Guillermo Federico Hegel (1770-1831) que osó conceptuar la libertad como totalidad y finalidad de todos los hechos y desechos de la «historia universal», así: «La historia universal es el progreso en la conciencia de la libertad –un progreso que debemos conocer en su necesidad–». Y que también osó afirmar: «El Estado es la realidad de la libertad concreta». Sigamos mejor el camino abierto por el no menos esforzado José Francisco Xavier Zubiri (1898-1983), quien osó conceptuar el fenómeno de ser libre, así: «La experiencia radical de Dios es la experiencia de ser libre en la realidad. Ser libre es la manera finita, concreta, de ser Dios».

¿Cómo dice que dijo? ¿«Ser Dios»? Pues sí. Que de «ser Dios» se trata cuando nos tomamos en serio este hermoso cuento de la libertad. Ahora bien, ¿en qué consiste «ser Dios»? Tal pregunta no se responde con metafísica sino en la práctica, haciendo la prueba de lo que llamamos (y suele ser distinto a lo que llamamos) «Dios». Porque podría resultar que, para hacer la prueba de Dios, para probar a Dios, para hacer la experiencia de Dios, haya que hacer la prueba de la libertad, hacer la prueba de la justicia y hacer la prueba del amor. Dicho de otra forma: que para ser y hacer a Dios, haya que ser y hacer la libertad, ser y hacer la justicia, ser y hacer el amor. Tal como dice «Dom Pedro Libertad Casaldáliga» en su poema «Equívocos»:

Donde tú dices ley,

yo digo Dios.

Donde tú dices paz, justicia, amor,

yo digo Dios.

Donde tú dices Dios,

yo digo libertad, justicia, amor.

Esa misma pregunta, «¿qué cosa es Dios?», se la hizo san Juan de la Cruz, siendo Prior del Convento de Los Mártires, en Granada, a un hermano lego llamado Francisco, quien osó responderle: «Dios es lo que él se quiere». Siguiendo la osadía del Hermano Francisco, tan encomiada entonces por su Prior, atrevámonos nosotros a decir que Dios es Lo-que-a-Él-le-da-la-gana-de-ser: amor y libertad, puro amor libre. «Dios» es Quien a nosotros nos da las ganas de ser y hacer el amor libre: «Para ser libres nos liberó el Mesías» (Gál 5,1).

Ahora bien, si la verdadera libertad es hacer el amor libre, cuando la libertad sea un deber no es aún verdadera libertad. Cuando la libertad sea una condena (Sartre dixit), cuando sólo sea un destino, no es aún verdadera libertad. Cuando sea sólo rebeldía, no es aún verdadera libertad. Cuando sea sólo satisfacción de necesidades o intereses, no es aún verdadera libertad. Cuando no sea libre incluso de sí misma, no es aún verdadera libertad. Cuando sea sólo pasajera, cuando no sea libertad definitiva de la muerte, no es aún verdadera libertad.

Cuando por ella haya que morir heroicamente o matar chivos expiatorios, no es aún verdadera libertad. Porque la verdadera libertad prescinde de los servicios de cualquier Monsieur Guillotin, Sagrada Inquisición, Proyecto Manhattan, Ley Patriota (Patriot Act) o Complejo Industrial-Militar (drones y bombas «inteligentes» incluidos). Porque en vez de la magnífica y terrorífica consigna «Libertad-Igualdad-Fraternidad», en el estandarte de la verdadera libertad está escrito: «Amor-Unidiversidad-Servicio».

Si la verdadera libertad es hacer el amor libre, cuando la libertad no sea actuar como Dios manda (creando más libertad) no es aún verdadera libertad. Porque la verdadera libertad es un proceso de liberación universal ad infinitum (revolución permanente), infinitamente abierto (nunca establecido), infinitamente alegre (nunca iracundo) e infinitamente expansivo (nunca explosivo), y el único y verdadero imperativo categórico es éste: «Actúa como Dios, realizando tu libertad en la creación de más libertad». O mejor dicho, como dijo san Agustín: «Ama y haz lo que quieras».

3. Dos cantos de amor y libertad

Desde el primer día de 1959 hasta hoy, un buen indicador para medir la calidad del compromiso con el proceso de liberación universal es la solidaridad y el respeto a la revolución cubana. Solidaridad y respeto que resplandecen en el pequeño poemario Canción de Gesta (1976), de Pablo Neruda, uno de cuyos poemas se titula justamente así:

La libertad

Tesoros del Caribe, espuma insigne / sobre ilustres azules derramada, / costas fragantes que de plata y oro / parecen, por la arena elaboradas, / archipiélago intenso de los sueños, / comarcas de susurro y llamarada, / castillos de palmeras navegantes, / montañas como piñas perfumadas, / islas sonoras que al baile del viento / llegasteis como novias invitadas, razas color de noche y de madera, / ojos como las noches estrelladas, / estatuas que danzaron en los bosques / como las olas por el mar amadas, / caderas de azafrán que sostuvieron / el ritmo del amor en la enramada, / senos oscuros como el humo agreste / con olor a jazmín en las cabañas, / cabelleras urdidas por la sombra, / sonrisas que la luna edificara, / cocoteros al viento concedidos, / gente sonora como las guitarras, / pobreza de las islas y la costa, / hombres sin tierra, niños sin cuchara, / muchachas musicales dirigidas / por un tambor profundo desde el África, / héroes oscuros de los cafetales, / trabajadores duros de la caña, / hijos del agua, padres del azúcar, / atletas del petróleo y las bananas, / oh Caribe de dones deslumbrantes, / oh tierra y mar, de sangre salpicadas, / oh Antillas destinadas para el cielo, / por el diablo y el hombre maltratadas: / ahora llegó la hora de las horas: / la hora de la aurora desplegada / y el que pretenda aniquilar la luz / caerá con la vida cercenada: / y cuando digo que llegó la hora / pienso en la libertad reconquistada: / pienso que en Cuba crece una semilla / mil veces mil amada y esperada: / la semilla de nuestra dignidad, / por tanto tiempo herida y pisoteada, / cae en el surco, y suben las banderas / de la revolución americana.

Himno de la República Bolivariana de Venezuela

En este himno, con letra de Vicente Salias y música de Juan José Landaeta (¿o Lino Gallardo?), compuesto hacia 1810 a partir de una canción de cuna, se oye la voz del «señor» (patrón, propietario, dómine) que pide que caigan las cadenas del imperio colonial; y se oye la voz del «pobre» (oprimido, siervo, esclavo) que pide Libertad. Pero sólo cuando sus voces cantan unísonas y sus voluntades se aúnan en un mismo movimiento, sólo entonces comienza a temblar y a huir despavorido el vil egoísmo que alguna vez triunfó. Se trae a cuenta este canto aquí porque esa «fuerza que es la unión» brilla hoy por su ausencia en Venezuela y porque la solidaridad y el respeto a la revolución bolivariana son también indicadores verificables de inteligencia (entendimiento-en-coexistencia) política y de amor a la libertad:

Gloria al bravo pueblo / que el yugo lanzó, / la ley respetando / la virtud y honor. / ¡Abajo cadenas!, / gritaba el señor, / y el pobre en su choza / Libertad pidió. / A este santo nombre / tembló de pavor / el vil egoísmo / que otra vez triunfó. / Gritemos con brío: / ¡muera la opresión! / Compatriotas fieles, / la fuerza es la unión. / Y, desde el Empíreo, / el Supremo Autor / un sublime aliento / al pueblo infundió. / Unida con lazos / que el cielo formó, / la América toda / existe en nación. / Y si el despotismo / levanta la voz, / seguid el ejemplo / que Caracas dio.

 

Jorge Alvarado

UCA, Managua, Nicaragua