CULTURAS ANCESTRALES Y PAZ

 

CRISTIÁN MUÑOZ VERA

Introducción
El presente artículo quiere sentipensar la cuestión del indigenismo americano, desafío que intento abordar desde el derecho humano que posee toda cultura sobre su idioma. Si el habla de una etnia no tiene posibilidad real de existir, no podrá fortalecerse un vínculo de paz entre la sociedad nacional y el pueblo indígena. Si la cultura hegemónica intenta consciente o inconscientemente subalternizar al otro, minimizará su acervo identitario y la cultura diversa quedará asimilada.
Ahora bien, la relación actual entre la cultura amerindia y la no indígena, puede parecer respetuosa en la actualidad; sustentando dicha percepción en la evidencia de que los procesos genocidas del periodo
colonial han concluido y hoy existen leyes de valoración hacia el mundo amerindio, expresadas en los países con presencia de pueblos originarios, a través de leyes denominadas “indígenas”. Es así como la firma del Convenio 169 de la OIT, firmado por la casi totalidad de países latinoamericanos, sería garantía estatal de protección hacia los pueblos ancestrales, incluyendo la existencia de dos Constituciones Plurinacionales (Bolivia y Ecuador). Pero ¿es ello razón suficiente para afirmar la constatación de que la violencia hacia “el indio” ha quedado minimizada en estas sociedades?
Para tratar de analizar esta cuestión, primero abordaré el problema de la diglosia que afecta a las culturas amerindias y, luego, aportaré dos claves para superar esta compleja realidad y así proponer una conclusión esperanzadora para nuestras contemporáneas generaciones en Abya Yala.
El fenómeno de la diglosia
Es muchísima la literatura que ha investigado procesos coloniales (siglos XVI al XVIII) y posterior colonialidad (especialmente el XIX), en su nefasta secuela hacia los pueblos originarios. Esas consecuencias aún merecen abordar la pregunta de si el siglo XXI ha superado aquel pasado funesto, respecto de la relación interétnica entre la cultura hegemónica occidental y las culturas ancestrales; esto, si queremos hablar de una sociedad en construcción de vínculos pacíficos.
El presente texto, que aborda solamente un aspecto de esos resabios negativos (la diglosia o “muerte” del idioma original), se escribe desde un territorio en el que una de las etnias mayoritarias del país donde vivo (pueblo - nación mapuche), sigue llamando ngülumapu, y uso la palabra originaria, en vez de decir Chile, intencionalmente, pues uno de los efectos colonizadores que ha debido vivir este grupo
humano ha sido el deterioro sistemático de su lenguaje originario.
Esta diglosia ha ocurrido con prácticamente todas las etnias de Nuestra América; la que en 1977 el Consejo Mundial de los Pueblos Indígenas decidió nombrar con la palabra de origen kuna: Abya Yala (tierra en plena madurez), signo evidente del profundo deseo por rescatar palabras ancestrales en estos amerindios.
Entre los muchos ejemplos de la diglosia, podemos observar uno en la región austral chilena: Magallanes. En dicho territorio, además de existir evidencia de exterminio genocida, como el caso Selknam, actualmente dos de sus etnias: Kawésqar y Yagán, que habitan la zona; prácticamente no superan la decena de hablantes originarios. Otro caso complejo ocurre con la población mapuche. Los estudios hablan de que ese pueblo, solo en Chile, tiene cerca de un millón ochocientos mil habitantes, o sea, un 9.9% de la población total del territorio (censo 2017) y del cual, menos del 10% es hablante de su lengua originaria.
El etnolingüista Rodrigo Montoya Rojas en su libro “Cultura y Poder” (2002), sugiere para entender la diglosia que: “Hoy en día existen aproximadamente seis mil lenguas. Hay ocho que tienen más de 100 millones de hablantes (...) Entre estas ocho lenguas hay un total de 2400 millones de hablantes (...) De hecho el 96,0% de la población entera habla solamente 4,0% de las lenguas en el mundo…”.
David Crystal en su significativa obra “Language Death” (2000), propone que, de no mediar un plan de revitalización, las culturas llamadas minoritarias, en particular las etnias indígenas, están destinadas a la asimilación de la cultura más fuerte, perdiéndose por completo la lengua minoritaria; ello solo por el hecho de no prestar utilidad práctica, junto con un componente de rechazo.
La diglosia, por tanto, es una forma enajenada de etnocentrismo que se relaciona directamente con el
colonialismo heredado de antaño y que nos impulsa a mirar lo indígena bajo la expresión “salvaje”. En
consecuencia, la lengua originaria, solo podría ser considerada como una realidad exótica para la sociedad hegemónica. Por ende, el único destino de dichas lenguas será el de los museos.
Claves para superar la diglosia
¿Cómo superar esta funesta realidad entonces? Aquí dos sugerencias de estudiosos de dicha problemática.
El sociólogo noruego Johan Galtung, propone ante la evidencia de formas violentas (como la diglosia),
que de no propiciar acciones que interrumpan los circuitos que reproducen y naturalizan lo violento, este modo de interacción continuará. Superar dicho aspecto negativo social, solo es posible estableciendo alianzas de participación comprometida, consciente y activa, con los “condenados de la tierra” (paráfrasis, cuyo significado se comprende desde Franz Fanon). En consecuencia, afirmamos con
Galtung, que para la construcción de la paz “el momento de empezar es siempre y el momento de acabar es nunca” (2009)
Por otra parte, el texto “Decolonizing Methodologies” (2016) de la activista maorí Linda Tuhiwai, plantea que el papel que han desempeñado en el mundo educativo los procesos colonizadores reproduce una mirada subalternizadora hacia el indígena. Según Tuhiwai, la ciencia occidental reduce la sabiduría indígena a la creencia de que reproducir ese conocimiento es involución. A esto la autora le llama epistemicidio, pues instalaría la creencia de que existe una sóla posibilidad legítima de conocer. En este contexto, usar el idioma indígena para crear perspectivas de conocimiento, que aporte al saber occidental, no tiene sentido. Desde dicha óptica, la autora incita al indígena para construir teoría desde los márgenes, promoviendo desde sus propias categorías, recrear nuevas formas de conocimiento, que surjan desde las epistemes indígenas.
Y como afirma Tuhiwai: “En su sentido lato, la lucha es simplemente la vida de la gente que está tratando de sobrevivir en los márgenes, en búsqueda de libertad y mejores condiciones, en búsqueda de justicia social. La lucha es una herramienta tanto para el activismo social como para la teoría…” (pg. 216) Por tanto, se comparte con Linda T., este deseo de resistencia, que también debe ocurrir al repensar formas nuevas de superar la diglosia.
Conclusión
En nuestra actualidad se habla muchísimo de crisis; cuyas principales expresiones evidencian un desequilibrio ecológico y de relaciones humanas interpersonales dominadas por hedonismos exitistas e individualismos materialistas de consumo mercantilizado. Todo esto, en detrimento de un comunitarismo, que al mismo tiempo presenta una distancia abismal entre un pequeño sector de la humanidad que tienen acceso al máximo de riquezas que la producción permite desarrollar, contrario a un inmenso número de habitantes que experimentan la marginación y pobreza más miserable. En esta misma línea crítica, debemos observar que esta desigualdad social se expresa incluso en el acceso a la propia lengua o idioma, elemento esencial para ingresar en la episteme (conocimiento profundo) de una cultura.
En este sentido, revitalizar las lenguas en peligro de extinción no solo se convierte en una exigencia ética, sino que, además, pareciera poseer claves para repensar nuestros modos de encontrar equilibrio
ecológico y construir una solidaridad comunitaria. En consecuencia, si no tomamos conciencia de la diglosia, seguirá pendiente la superación del colonialismo y nos veremos imposibilitados de reconfigurar aquella episteme ancestral que corazona y sentipiensa nuestro modo de habitar la cosmoexistencia amerindia, en clave diversa al occidentalismo de la colonialidad.