Dando la vida por el Buen Vivir de los migrantes
Dando la vida por el Buen Vivir de los migrantes
Testimonio de una «cantora del pueblo»
Rosa Martha Zárate
El proceso de desarrollo de la conciencia social y la recuperación de la memoria histórica que ahora anima mi práctica social y de fe, tiene como principio el ejemplo de mi padre, un luchador social; de mi madre, una mujer servidora de la comunidad, y de mi abuela, quien en tiempo de la revolución cristera en México arriesgó la vida por defender sus creencias religiosas. Soy originaria de Guadalajara, Jalisco, México. De niña y joven crecí en un ambiente pueblerino encajonado en el valle cañero de Ameca, Jal. Mi educación magisterial y musical se limitó a la mera capacitación profesional para funcionar en el sistema capitalista y en la sociedad.
En 1961 ingresé a la vida religiosa, como una opción de servicio. Analizando mi vocación y el camino que he recorrido para definirme y optar explícitamente por tomar mi lugar en el caminar del pueblo migrante del que soy parte, necesito hacer una contabilidad objetiva del cúmulo de experiencias, de testimonios de pueblos y personas de lucha que han fortalecido mi esperanza y han alumbrado el camino para atravesar momentos de prueba y darle a la vida un sentido de trascendencia y una razón del porqué luchamos.
De recién profesas, cinco de nosotras nos la agenciamos para asistir a unos cursos de Pedagogía del Oprimido que impartía en Guadalajara el maestro Paulo Freire, sin el permiso de la superiora. Esos cursos eran vetados por algunas congregaciones religiosas, tal vez por el miedo de despertar la conciencia crítica y romper con la inocencia social que caracterizaba a muchas religiosas. Fue ahí donde por primera vez comencé a escuchar cosas que me incomodaron y me hicieron sentir cómplice del sistema dominante. Pude entender cómo el sistema escolar oficial y privado, tal como están modelados por los gobiernos, es un instrumento sutil y eficaz para la explotación, la pér-dida de la memoria histórica y la infiltración de la domina-ción. Pablo nos dio la llave del cuestionamiento del orden de cosas que nos impiden ser libres como personas y como pueblos; hasta la fecha, esa llave me sigue abriendo puertas que se cierran al cruzarlas, y que por el contrario, me empujan a enfrentar retos que jamás pensaba se podrían superar.
Han transcurrido más de 43 años desde que la comunidad religiosa me envió como maestra de educación primaria a San Ysidro, California. Al cruzar la garita fronteriza de Mexicali a Calexico, mi mundo cambió radicalmente: experimenté el racismo, la explotación y la discriminación, aun en la Iglesia católica de ese país del Norte. Por cosas de la vida, César Chávez, el líder del movimiento campesino, llegó al convento a invitar a las hermanas a unirnos a la huelga, para exigir justicia por el asesinato de un campesino. Yo traía la guitarra en la mano y ahí sin más me invitó a animar a los campesinos/as en su huelga. Del mismo modo, aun con la oposición de las hermanas, llegué a la asamblea. Ahí entre banderas rojinegras, con consignas de «¡Sí se puede!», comenzó mi militancia de migrante canta/autora.
A partir del día en que decidí tomar mi lugar en el éxodo del pueblo, la tensión al interior de la comunidad religiosa se me hizo más pesada. No pasó mucho tiempo, cuando sacerdotes y religiosas chicanos/as me invitaron a participar en el movimiento nacional por la reivindicación de los derechos de los bautizados de habla hispana en la Iglesia católica norteamericana. Los PADRES (Padres Asociados para los Derechos Religiosos Educativos y Sociales) y las HERMANAS, junto con líderes laicos, tomamos el liderazgo de organizar al pueblo en sus demandas, entre otras: que se nombraran obispos chicanos y se ordenaran sacerdotes chicanos; que se ofrecieran servicios religiosos, educativos y sacramentales en español y se respetara nuestra cultura y tradición. La teología de la liberación no encontró fronteras para animar el movimiento. Nos enlazamos solidariamente con los movimientos y luchas latinoamericanas.
Los años entre 1970 y 1985 fueron de una gran movilización y organización diocesana, regional y nacional. A base de marchas, plantones, movilizaciones populares... la Conferencia Católica de los Obispos norteamericanos, reconocieron al «Pueblo Hispano» como un «reto y un compromiso». La pastoral hispana, después de un gran renacer pastoral, con el tiempo se fue apagando porque se la comenzó a considerar un peligro para el statu quo de la iglesia y del país. El cierre de las oficinas diocesanas de pastoral hispana dio pie a que muchos/as de nosotros/as escogiéramos otros espacios para vivir el seguimiento de Jesús. En mi caso la congregación religiosa me dispensó de los votos, por haber llevado a un obispo y a 10 sacer-dotes a la corte civil por violaciones a mi contrato laboral, por difamación y discriminación de género.
Después de pasar la noche oscura del duelo de este rompimiento con la congregación y con la pastoral hispana, los/as agentes de pastoral de la diócesis de San Bernardino nos organizamos como asociación civil y desde ahí continuamos la tarea de «protegernos, ayudarnos y defendernos». Desde 1985 a la fecha trabajamos con proyectos de educación, organización de barrios (Calpullis), defensa de los derechos migrantes... Hemos apoyado proyectos de solidaridad con luchas latinoamericanas campesinas e indígenas. Actualmente participamos en la lucha de más de 2,5 millones de ex braceros, ancianos/as que reclaman a EEUU y a México el fondo de ahorro que desde los años 1942 a 1964 se les adeuda, y también en el movimiento por la reforma migratoria y la defensa de los derechos de los migrantes.
El calvario de los miles de migrantes que cruzan las fronteras día a día para llegar al Norte buscando salir de la pobreza generalizada por todo el continente, va siendo cada vez más evidente: los crímenes que se cometen por parte de las autoridades, los narcotraficantes, los traficantes de órganos, la trata de blancas, las violaciones sexuales de hombres y mujeres, la extorsión, los secuestros... son muestras de una guerra contra la vida, la dignidad y el derecho a la movilidad humana.
Es obvio que los gobiernos no han hecho lo que les corresponde para evitar el éxodo de sus conciudadanos. Es claro que las iglesias no han ejercido su poder para incidir en una solución justa a esta gravísima situación. Al mismo tiempo habrá que recalcar el trabajo de sacerdotes, religiosas, laicos, pueblo, organizaciones sociales... que han hecho los señalamientos oportunamente, han abierto una cadena de albergues para migrantes, y han respondido limitadamente para remediar en parte tanto sufrimiento humano. Ésta es la trinchera en la que estamos dando la vida, luchando por abrir las fronteras a la ciudadanía universal del Buen Vivir que los hermanos indígenas americanos nos proponen, en la que nadie sea señalado/a como extranjero, mucho menos como criminal.
Como las cosas no suceden por casualidad, los caminos de la vida me llevaron a radicar en tierra mexicana ocupada, en el corazón del imperio. Entre tanta desesperanza, he aprendido a cantar «de las cosas que nos pasan, que nos hacen tanto mal»; de las posibilidades que tenemos para crear un mundo más humano y de participar en el diseño de un nuevo modelo de nación (mexicana), y solidarizarnos con los países que también buscan su propia emancipación del imperio norteamericano.
Las comunidades con las que he caminado me llaman «Señora del Canto», como título de servicio, y así lo he tomado. Mi oficio de cantora del pueblo tiene la tarea de animar y ser eco de la parte de la historia que vamos escribiendo desde el cautiverio. Así lo expreso y lo confirmo en este canto: «Yo sé que mi canción animará el camino. Por fin dijimos: ¡Basta! Emprendimos la marcha, lo sé porque la fe es fuego que arde en llama, son siglos de esperanza, fuego que no se apaga. Por amor a la Tierra Madre nuestra, ultrajada, vamos a recobrar nuestro ser, nuestra historia. Marchemos. La victoria se alcanza cuando hay pueblo que quiere caminar. Lo sé, todo mi ser lo proclama, llegará el mañana de nuestra libertad».
El pueblo migrante, al otro lado de la frontera norte, también está en pie de la lucha solidaria. Hay que seguir rompiendo cadenas, derrumbando fronteras. Tenemos la llave de la conciencia solidaria para abrir la puerta a la ciudadanía universal, donde se viva la paz con justicia y dignidad. No hay marcha atrás.
«...A donde voy no hay camino de regreso, ya me sacudo el polvo, por nada me devuelvo, el miedo y los temores murieron hace tiempo, los/as mártires redimen con sangre mi sendero... A donde voy se llega por un camino nuevo, se pasa por desiertos, fronteras y desvelos, se pisa en tierra firme, el éxodo del pueblo. Me voy, lo he decidido, ¡por nada me devuelvo! ¡Vamos a andar mil noches! Sembremos nueva aurora, a recorrer caminos, a escribir nuestra historia, vamos a recobrar Nuestra América robada. Vamos, que nuestro andar no tiene ya regreso. Llegó el momento, el tiempo abrió las puertas, la libertad nos llama, la primavera asoma. Vamos, que es de cobardes andar sin esperanza. ¡Sí se puede!».
Rosa Martha Zárate
San Bernardino, California, EEUU