De la conciencia ecológica a la conciencia planetaria
De la conciencia ecológica a la conciencia Planetaria
Pedro a. Ribeiro de Oliveira
El surgimiento de la conciencia ecológica en el espacio público se da poco después de la IIª Guerra Mundial. Los datos sobre extinción de especies, el avance de los desiertos y la polución el aire y del agua despertaron a las sociedades desarrolladas ante el desequilibrio ambiental que estaban provocando. Como suele ocurrir, al principio poca gente dio al problema la atención que merecía. Yo mismo, saliendo de la adolescencia y descubriendo los grandes temas políticos y sociales de Nuestra América –subdesarrollo, lucha contra el colonialismo, riesgo de guerra nuclear, desigualdad social, oposición entre capitalismo y socialismo– no di importancia a las cuestiones ambientales. Fue la Eco-92, de Rio de Janeiro, la que abrió los ojos de mi generación al desequilibrio ecológico como una cuestión tan importante como las luchas sociales y políticas de aquel momento. Mi generación despertó con atraso a la conciencia ecológica.
Conciencia ecológica
Tomar conciencia de una realidad es la primera condición para la acción social, cualquiera que sea. Los movimientos sociales –obrero, campesino, de mujeres, negros, indígenas, LGBT u otros– tienen en su base un proceso de toma de conciencia: ¿quiénes somos? ¿En qué nos diferenciamos de otras personas o grupos? ¿Cuáles son nuestras aspiraciones? Tomar conciencia implica 1) hacer la crítica de la visión del mundo recibida de generaciones anteriores, y 2) elaborar otro sistema de conocimientos y valores para guiar la acción social. Es pues un proceso de conversión del pensamiento y de la práctica social. Esa conversión pone en marcha un proceso dialéctico en el que la acción social, al ser críticamente reflexionada, incide sobre la conciencia llevándola a afinar sus concepciones, lo que a su vez incidirá en la acción social imprimiéndole nuevos rumbos y mayor amplitud.
Fue lo que ocurrió con la conciencia ecológica: al romper con la antigua concepción de la Tierra como recurso a ser explotado, pasó a entenderla como un gran sistema de vida cuyo equilibrio es fundamental para la especie humana. Ese cambio en el plano de la conciencia cambió también el comportamiento social, fundamentando el cuidado como uno de los principios éticos para el siglo XXI, como enseña Leonardo Boff. Así, pasado medio siglo desde su aparición fuera del mundo académico, la conciencia ecológica se ha difundido hasta ganar la aceptación general como norma de comportamiento humano en relación al ambiente natural. Marco de ese proceso fue la Carta de la Tierra (UNESCO, 2000).
La Carta de la Tierra
Aunque no tenga carácter oficial equivalente a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Carta de la Tierra establece un marco teórico de valor universal. Fue elaborada por un grupo que, en nombre de los Pueblos de la Tierra, trató de recoger y expresar sus anhelos y sentimientos más nobles y asumir la defensa de la comunidad de vida del Planeta como compromiso ético prioritario de este siglo.
El texto está organizado a partir del postulado ético de «respetar y cuidar la comunidad de vida», que en seguida es aplicado a distintas áreas: 1) el ambiente: respetar la Tierra y la vida en toda su diversidad; 2) los seres vivos: cuidar de la comunidad de la vida con comprensión, compasión y amor; 3) la humanidad: construir sociedades democráticas que sean justas, participativas, sostenibles y pacíficas y 4) el futuro: garantizar la generosidad y la belleza de la Tierra para las actuales y futuras generaciones.
La Carta abandona el antropocentrismo moderno, que ve la especie humana como superior y dueña de las demás especies vivas, y pasa a entender que los humanos son parte de la gran comunidad de la vida. Va más allá de la conciencia ecológica y hace que la Humanidad se vea como uno de los muchos componentes del complejo sistema de vida de la Tierra. Un componente que piensa, habla y, de diferentes modos, expresa su conciencia –y que al hacerlo se distingue de todos los demás– pero que no puede arrogarse el derecho de imponer su voluntad. Por eso, corresponde a la especie homo sapiens la noble función de manifestar la autoconciencia de la Tierra.
A partir de esa nueva conciencia del lugar del ser humano en la Tierra la conciencia ecológica evoluciona en dos vertientes que se complementan: una, con énfasis ética y espiritual, constituye la ecología integral, que es el tema principal de esta Agenda; otra, con énfasis en la política, ha sido llamada conciencia planetaria. Sobre ésta versa la segunda parte de este texto.
Conciencia planetaria
Se puede hablar de conciencia planetaria para designar el conjunto de ideas y valores que tratan de crear una forma de sociabilidad humana en armonía con la gran comunidad de vida del Planeta. La sociabilidad puede ser definida como el conjunto de las relaciones sociales (económicas, políticas, de parentesco y demás áreas de comportamiento) inscritas en la cultura: la identidad cultural de un pueblo o sociedad es definida por la forma de sociabilidad que construye y reproduce a lo largo de su historia.
La forma de sociabilidad hoy predominante en el mundo es aquella que tiene origen en Europa en el siglo XVI. Tiene como base material la economía capitalista de mercado; se sostiene por el desarrollo de las ciencias y de la tecnología y se apoya en la concepción antropocéntrica (dominio sobre las demás especies y sobre la Tierra) e individualista (primado de la persona individual sobre la sociedad) del ser humano. Desde entonces esa forma que llamamos moderna ha colonizado las formas de sociabilidad de otras culturas y civilizaciones. Esta globalización de la sociabilidad antropocéntrica e individualista, basada en el modo de producción y consumo capitalista, provoca la disminución de la diversidad que caracteriza a la especie humana desde el momento en que comenzó sus grandes migraciones desde África hacia otros continentes, hace por lo menos 100.000 años. Esa pérdida de sociodiversidad equivale, para la humanidad, a la pérdida de la biodiversidad que sostiene la tela biológica de la vida. A esta globalización unilateral y reductora de la diversidad humana se contrapone hoy la conciencia planetaria, con la propuesta de otra forma de sociabilidad.
Fenómeno muy reciente –pues sólo a mediados del siglo XX comienza a tomar forma–, la conciencia planetaria está todavía en estado naciente. Estudiarla es, por tanto, un enorme desafío metodológico: se percibe hoy que hay algo diferente en el campo del pensamiento, de la cultura, de la ciencia y de los valores, que indicaría el surgimiento de otro paradigma civilizacional. En estadio embrionario, la conciencia planetaria es un ideario abierto a diferentes formulaciones, según la índole de los movimientos sociales que en ella se inspiran para construir una sociabilidad en armonía con la comunidad de vida de la Tierra. En una visión de conjunto, destacan algunos principios; apunto aquí los más innovadores.
• Superación gradual de los Estados nacionales soberanos por la creación de un sistema de gobernanza mundial responsable de cuidar la Tierra, combinada con la mayor autonomía de cada pueblo en su respectivo territorio. Eso favorece la sociodiversidad y el cuidado global del Planeta.
• Equiparación de los Derechos de la Tierra a los Derechos Humanos, y compromiso general por su estricto cumplimiento. Eso incluye el derecho de sobrevivencia para todas las especies vivas y el derecho de realizar su esencia para las especies sintientes.
•Superación de la economía capitalista por la economía solidaria también en el ámbito mundial, lo que implica el uso de la moneda exclusivamente como medio de trueque sin que se convierta en capital.
Es evidente que la conciencia planetaria necesita ganar fuerza para superar la concepción antropocéntrica e individualista, todavía dominante. Cuenta a su favor con la percepción de la insensatez de la expansión ilimitada del mercado, cuyo crecimiento pone en peligro la sostenibilidad de la Tierra. Cada día aumenta la certeza de que la economía fundada en proceso de extracción > transformación > consumo > descarte, causa la degradación de los suelos, de las aguas, del aire y del clima, y que es imperativo encontrar otra forma de atender las necesidades vitales de la humanidad sin imponer tanto daño al Planeta.
Crece también la convicción de que es viable una sociabilidad integrada en la comunidad de la vida de la Tierra, tratando a las otras especies como compañeras en la gran y compleja red de vida que hace tan bello nuestro planeta y tan diferente de los demás. Es preciso abandonar el antropocentrismo y entender que somos una parte de la Tierra y que tenemos un papel muy importante que desempeñar para que continúe evolucionando, diversificándose y volviéndose cada día más bella hasta el momento en que, como todo ser vivo, morirá.
Pedro a. Ribeiro de Oliveira
Juiz de Fora, Brasil