Decolonizar la educación: otro mundo es posible
Decolonizar la educación: otro mundo es posible, Cleide Nicodemos, Río de Janeiro
Muchas son las cuestiones y problemáticas que pasan en torno de esta temática, cuando, en pleno siglo XXI, todavía tenemos la necesidad de buscar alternativas que fortalezcan y conciban procesos educativos que puedan romper con el privilegio epis-témico de la llamada modernidad eurocéntrica que, perdurando a través de los siglos, todavía domina de forma hegemónica el contexto latinoamericano, en sus aspectos económicos, políticos y culturales.
Para comprender mejor, precisamos reflexionar, mismo que sea de forma breve, los conceptos de colonialidad y colonialismo. Olivera y Candau (2010) nos afirman que la colonialidad sobrevive en las raíces más profundas de un pueblo/nación, perpetuán-dose en una producción imaginaria que legitima y reitera el proceso de subalternización del colonizado, a pesar del proceso de descolonización y emancipación de las colonias latinoamericanas en siglos pasados. En ese sentido, podemos afirmar que la colonialidad presenta una fuerza hegemónica, mayor y mucho más perdurable que el colonialismo.
Grosfoguel (2016) nos provoca a reflexionar sobre como el conocimiento producido por pocos hombres de algunos pocos países de Europa occidental, alcanzó tanto privilegio epistémico, una vez que sus teorías, generadas a partir de una única perspectiva, son consideradas como universales y “supuestamente suficientes para explicar las realidades socio-históricas del restante del mundo”.
Esa dinámica de dominación produce consecuencias directas en el campo de la educación, considerando el sustrato de diversidad, historias e identidades existentes que fueron/son históricamente silenciadas. Para explicar ese contexto, Quijano (2005) destaca el concepto de colonialidad del poder, refiriéndose al proceso de apropiación del imaginario del otro, cuya fuerza engendrada impone una lógica en los medios de producción de saberes, conocimientos y subjetividades. Según él, “(…) todas las experiencias, historia, recursos y productos culturales terminaron también articulados a un solo orden cultural global en torno de la hegemonía europea u occidental”.
Reflexionar sobre estos procesos nos remite a muchos desafíos entrelazados a la compleja red de injusticias y contradicciones, que a lo largo de muchos siglos, negaron las identidades y singularidades propias y provenientes de los pueblos no europeos, atribuyéndoles siempre un lugar de inferioridad y silenciamiento. La educación y todos sus procesos (escolares y no escolares), desempeñan un papel fundador, que puede verdaderamente garantizarnos otra vía, otro mundo posible, considerando que se constituye como el locus privilegiado de apropiación crítica y emancipadora de saberes, conocimientos, memorias e identidades históricas.
El debate entre educación e interculturalidad ha hecho eco en muchos rincones, emergiendo con fuerza en muchos espacios en Brasil y en toda América Latina, siendo asumido con la persistencia de quien resiste e insiste en otro proceso civilizatorio, pautado en un diálogo que ofrece visibilidad, vez y voz a toda la diversidad de pueblos históricamente subalternizados y excluidos. En sus estudios, Oliveira e Candau (2010), destacan la amplia producción de autores latinos que se dedican a la reflexión y construcción de proyectos educacionales, culturalmente referenciados que buscan deliberadamente la contraposición de este proceso, contribuyendo con la propuesta de asumir un proyecto de decolonización de la educación en el mundo y en América Latina. Para ellos, lo que se busca “(…) es la conexión de formas críticas de pensamiento producidas a partir de América Latina, así como autores de otras partes del mundo, en la perspectiva de la decolonialidad de la existencia, del conocimiento y del poder”.
Como ilustración de muchas iniciativas, consideradas como proyectos de ideales educativos latinoamericanos, verdaderamente asumidos en la perspectiva de decolonizar la educación, destacamos las obras y pensamientos de Martí y Freire, cuyos legados son fuerzas inspiradoras que contribuyeron mucho para el campo de la educación popular, en América y el mundo, a lo largo de los últimos siglos. Leite (2022) destaca que las aproximaciones entre los dos autores son muchas, puesto que ambas concepcio-nes “van desde sus trayectorias de exiliados, que los hicieron pasar por varios países, proporcionándoles saberes avanzados para su tiempo, hasta la fe y la esperanza en la mejora humana”.
La base del pensamiento y las luchas del cubano José Martí (1853-1895) en la mitad del siglo XIX se constituyeron como elementos centrales de la formación de las bases político-pedagógicas del campo de la educación popular, en América Latina. Una de sus principales referencias es la premisa de instituir la educación como un camino para la emancipación de un pueblo y/o nación, dando voz a las minorías de su época y promoviendo la crítica, la autonomía y la autoconsciencia como práctica político-pedagógica.
Su legado influyó en las pedagogías latinoamericanas consideradas emancipadoras, donde el proceso educativo está directamente articulado a las circunstancias históricas de cada tiempo, contribuyendo así en la deconstrucción del concepto de neutralidad en favor de una práctica reflexiva, donde teoría y praxis se fortalecen en la busqueda por la transformación del mundo, en un lugar más justo y humano. Según Leite (2022), Martí “presenta sus concepciones de insurgencia, como principio educativo, que mantiene significativa validez en la pedagogía latinoamericana, reivindicando una historia de América Latina, más allá de la Europa opresora”.
En Brasil, cumple destacar la contribución de Paulo Freire (1921-1997), como otro importante legado de los procesos educativos de América Latina, reconocido como una de las principales referencias en educación popular, cuyos proyectos – de educación, mundo y sociedad – son ampliamente legitimados. Nos dejó una enorme producción académica en el ámbito de la educación, con un alcance que va mucho más allá de ser apenas una metodología de enseñanza, pues su dimensión epistemológica es referencia en el mundo entero como una teoría del conocimiento con sólidas bases éticas y filosóficas. En el campo de las ciencias humanas, es reconocido como el tercer pensador universalmente más citado en trabajos académicos, galardonado con veintinueve títulos de doctor honoris causa otorgado por universidades de Europa y de América.
Las concepciones de Freire contribuyeron para una percepción más amplia del sentido educacional, puesto que su aporte teórico y práctico, fundamentado en la relación del hombre con la sociedad, considera la totalidad y la complejidad de las dimensiones ética, política, teórica y estética. Comprometido con la emancipación de los individuos, Freire reconoce a la autonomía, la dialogicidad y el respeto a la realidad y saberes de los educandos como elementos fundamentales para el proceso educativo. Otro referencial importante, es el reconocimiento de la humanidad incompleta que se constituye como una característica existencial, de toda la humanidad. Para Freire (1998), “el ser inacabado o su inconclusión es propio de la experiencia vital. Donde hay vida, hay inacabamiento”.
Y es exactamente como seres inacabados que nos colocamos en permanente proceso de búsqueda, que, además de fortalecer la superación de la inmovilidad, viabiliza la transmutación de la consciencia ingenua para una consciencia crítico-reflexiva, garantizando la inserción y el reconocimiento de los individuos como sujetos históricos y participativos.
Con Freire (1987), aprendemos que es fundamental que educandos y educadores asuman una postura dialógica e indagadora frente al conocimiento, estableciendo formas propias de pensar y actuar que se puedan instrumentalizar para el reconocimiento de su papel de acción-reflexión en el mundo, como sujetos históricos. “La existencia, porque humana, no puede ser muda, silenciosa, ni tampoco puede nutrirse de falsas palabras, sino más bien de palabras verdaderas, con las que los hombres transforman el mundo”.
Revisitar ese legado de intensa producción de ideas e ideales latinos fortalece la utopía que nos mueve como humanidad en la busqueda por nuevas alternativas de proyectos civilizatorios, pautados en la producción de saberes, conocimientos y dimensiones culturales que puedan anunciar nuevas perspectivas y denunciar las prácticas de colonialidad del saber/poder, a tantos siglos referenciadas.