Democracia enferma
DEMOCRACIA ENFERMA
José Ignacio GONZÁLEZ FAUS
«El sentimiento de que la democracia no es todavía la forma correcta de la libertad es bastante general y se va difundiendo cada vez más. No se puede hacer caso omiso de la crítica marxista contra la democracia: ¿hasta qué punto son libres las elecciones? ¿Hasta qué punto la libertad está manipulada por la propaganda, es decir, por el capital, por unos cuantos que se hacen dueños de los medios de comunicación? ¿No existe la nueva oligarquía de quienes determinan lo que es moderno y progresista, lo que una persona ilustrada debe pensar?... ¿Quién va a seguir creyendo que el bien común constituye el factor que propiamente determina esa voluntad (de los grupos de representación democrática? ¿Quien podrá dudar del poder de los intereses, cuyas manos sucias se manifiestan cada vez más frecuentemente?... La voluntad de imponerse los unos a los otros bloquea la libertad del conjunto… Precisamente en vista de las limitaciones de la democracia se hace más clamoroso el grito que reclama una libertad total».
Si jugáramos a adivinar de quién son estas líneas, puede que más de dos pensaran en Fidel Castro, o en Chávez o Evo Morales o algún izquierdista retorcido… Pues no, hermanos: son de una persona con tanta fama de conservador como el cardenal Ratzinger, hoy elevado a la silla de Pedro. Puede ser que Ratzinger haga uso de ese análisis impecable no para ayudar a mejorar la democracia sino para apología de la Iglesia. Pero el mal uso no elimina la exactitud de sus palabras1.
Las derechas (si no saben que es del papa actual) replicarían a esa crítica con la agudeza de Churchill: «la democracia es el peor de los sistemas políticos… exceptuando todos los demás». No sería la primera vez que la derecha argumenta con ingeniosidades que sólo pretenden fomentar la resignación. Pero esas agudezas acaban siendo peligrosas porque llevan a pensar que la diferencia entre democracia y dictaduras es muy pequeña. Y como, por otro lado, los autoritarismos suelen ser más eficaces, la tentación dictatorial está servida. Mejor será pues examinar cuál es el mal que aqueja a nuestras democracias y las pone casi a nivel de cualquier otro sistema.
1.- En primer lugar aparecería la falta de una educación de calidad y para todos: democracia sin educación equivale a incapacidad democrática. De Hitler a Bush no faltan ejemplos de ello. Pero la buena educación requiere unas inversiones grandes (y que, además, sólo fructifican a largo plazo). Mientras que invertir en armas o en lujos suntuosos que halagan la vanidad de un pueblo, es más rentable a corto plazo.
2.- En segundo lugar aparecería la corrupción. Donde la educación ha sido tibia, la corrupción se vuelve caliente. Se comienza porque los «gastos de representación» se convierten en excusas para viajar sin necesidad, lujosamente y con la propia familia. Se sigue porque hay informaciones privilegiadas (sobre recalificaciones de terrenos y demás) que permiten inversiones enormemente rentables. Se continúa cobrando un tanto por cien de comisión a las empresas a las que los gobiernos encargan determinados trabajos. Así sucesivamente. «Y de ahí a todos los vicios» que decía san Ignacio2.
3.- De ambos puntos brota una conclusión importante: la democracia será el mejor de todos los sistemas políticos cuando sea democracia global, es decir, extendida a todos los aspectos: no sólo democracia política sino también democracia económica. La primera sin la segunda puede no ser más que una dictadura camuflada: una «dictablanda» que reduce todas las libertades a la única libertad de consumo. Así la libertad se falsifica convirtiéndose en la adicción consumista de casi todos los países desarrollados. ¿Por qué casi todos los ciudadanos del primer mundo están tolerando una mengua llamativa de libertades y de respeto a los derechos humanos, en aras de mayor seguridad ante el terrorismo? Simplemente porque ya la única libertad que interesa en esos países es la libertad de consumir sin límites e innecesariamente. Por eso, les he aplicado otras veces una parodia de aquel verso de Calderón de la Barca en La vida es sueño: «y yo, con más libertades, tengo menos libertad»3.
4.- Esto nos lleva al problema ineludible de la incompatibilidad entre capitalismo y democracia. Al menos dos rasgos los enfrentan:
4.1.- El sistema capitalista busca sólo el máximo beneficio posible para unos pocos (a costa de los demás); es pues un sistema particularista. La democracia es el poder de todos (dêmos significa pueblo). En buena parte (pero no siempre) ese poder tendrá que ser ejercido por delegación: pero esos delegados habrán de ser sólo representantes del pueblo, no de su partido ni, menos aún, de sí mismos sólo.
4.2.- Además, el capitalismo persigue sus fines de máximo beneficio a base del marketing, que es en realidad la muerte del mercado: el imperio de la mentira a base de falsa propaganda y publicidad alienante. Y la pervadencia de este sistema acaba infectando incluso a los muchos brotes democráticos que hay en todas las sociedades.
5.- Y como el dinero lleva al poder, nuestras democracias actuales están enfermas de una droga peor que la cocaína o la heroína, aunque Bush no la persiga. Me refiero a la “adicción al voto” que impone a los políticos conductas inhumanas. Al igual que un drogadicto, que cuando tiene el «mono» es capaz hasta de robar y matar a sus padres, los políticos apuñalan a la democracia para ganar votos: sustituyen el razonamiento por el insulto y la sospecha por la calumnia, efectúan uniones «contra naturam» y enfurecen a las masas contra el «enemigo absoluto» como si fueran talibanes en vez de parlamentarios. Quien lo dude, véngase a pasar una temporada en España. O recuerde cuántos norteamericanos han dicho a su presidente actual que quiere imponer la democracia fuera de EEUU, pero es incapaz de practicarla dentro.
Si la democracia es la patria de lo humano habrá que concluir entonces con aquel aviso de los antiguos romanos: «la patria está en peligro». Entonces, el senado romano lanzaba aquel grito famoso: «vigilen los cónsules para que no se estropee la república»4. En estas circunstancias se podía instaurar una cierta supresión de las libertades con dos condiciones muy precisas: no podía durar más de seis meses y la decidía el parlamento, no el jefe del gobierno (o los cónsules, que eran siempre dos y cuyo mandato no duraba más de dos años).
No sé si nuestras democracias necesitarían hoy algún decreto semejante, que respetara mucho las condiciones puestas por la república romana. El fallo de Fidel Castro, por ejemplo, no está en haber ejercido una cierta dictadura en sus inicios, sino más bien en haberse perpetuado como dictador, cuando la revolución ya había logrado determinadas conquistas innegables, y cuando por otro lado, satisfechas las demandas primarias de alimentación, sanidad y escuela, la gente aspira a nuevas conquistas «espirituales» de expresión, asociación, religión etc. Fidel debería recordar el pequeño epigrama de don Pedro Casaldáliga: «primero sea el pan / después la libertad. / La libertad con hambre / es una flor encima de un cadáver». Lástima que, cumplida la primera parte, olvidara Fidel la segunda.
Habría que contar en este juicio con el factor atenuante del bloqueo norteamericano, pero aún así la perpetuación en el poder ha llevado a la revolución cubana a un callejón sin salida. Porque garante de la revolución no puede ser una sola persona: ha de serlo la mayoría de un pueblo y si no, es señal de que algo ha fallado en esa revolución.
Esta observación no entra en la discusión latente entre economistas, de los cuales algunos (cuyo representante más eximio es el indio Amartia Sen, premio Nobel de economía) sostienen que con más libertad y democracia es más fácil salir de la pobreza. Otros contradicen ese modo de ver y piensan que, en casos de miseria e injusticias extremas, es imprescindible una breve temporada autoritaria para poner en marcha el motor que las supere. Marx debió pensar así y de ahí vino la idea de dictadura del proletariado: pero es bien sabido que esa dictadura fue cruel, inamovible y además, no del proletariado sino del partido. Probablemente no hay una respuesta única a este problema, como pasa tantas veces en la vida. Por doloroso que sea, hay que decir que la respuesta no depende de unos principios a aplicar mecánicamente, sino más bien de análisis concretos de situaciones. Ello complica las cosas, como complicado es todo lo humano...
Cuando concluyo estas líneas está iniciándose el mandato de Evo Morales. Le deseo lo mejor: que ni la impaciencia ni la pereza corrompan su difícil mandato. Y que el código ético de quechuas y aymaras («ama sua, ama llulla, ama quella»5) sirva de correctivo a las democracias enfermas.
Notas:
1 Las palabras del entonces cardenal Ratzinger se encuentran en Fe, verdad y tolerancia, págs. 249-250.
2 Un pequeño detalle: cuando el demócrata Berlusconi llegó al poder su fortuna superaba los 3000 millones de dólares; actualmente pasa de los 9000.
3 El original dice: «y yo con más albedrío, tengo menos libertad».
4 En latín: caveant consules ne quid respublica detrimenti capiat.
5 No robar, no mentir, no estar ocioso.
José Ignacio GONZÁLEZ FAUS
Barcelona