Dengue, chicunguña, Microcefalia y mujeres: clamor ecológico

Dengue, chicunguña, Microcefalia y mujeres:
clamor ecológico

Ivone Gebara


La destrucción de nuestro ‘cuerpo mayor’ está en íntima relación con la destrucción de cuerpos individuales y colectividades. Esta afirmación tan poco novedosa está siendo re-actualizada en Brasil no sólo a través del llamado desastre de Mariana (Minas Gerais), donde el barro tóxico desbordado destruyó varias ciudades y llegó al mar. Más recientemente estamos conviviendo con la preocupación por las dolencias provocadas por el mosquito Aedes Aegypti. Entre ellas destaco la microcefalia en muchos recién nacidos, especialmente de las áreas pobres del Nordeste de Brasil. Los números asustan, sobretodo entre la población más pobre.

Una observación rápida puede llevarnos al tremendo espanto de constatar que de forma imperceptible, las mujeres han sido consideradas ‘mediadoras’ del desarrollo de las nuevas plagas que nos asolan. Y más que mediadoras, se les ha considerado responsables principales del cuidado de los bebés, de los enfermos y hasta del combate al mosquito. Intentemos imaginar algunos escenarios antes de dar credibilidad a esta afirmación, que proviene de una mirada personal sobre ciertas áreas periféricas brasileñas.

Doña Concepción cultiva diferentes flores en macetas, al pie del muro interno de su casa. Casi semanalmente recibe una inspección y la amonestación de los agentes de salud pública, que le reclaman por sus macetas e incluso le echan insecticida sobre sus plantas y flores. Nunca encontraron larvas del peligroso mosquito, pero insisten en examinar sus macetas y en volver a decirle siempre lo mismo. Los agentes no van a la vulcanizadora de la esquina, ni al bar del Sr. Manoel, ni al depósito de agua mineral del Sr. Chico, para ver si hay alguna larva suelta por allí en algún cuenco con agua, o en un neumático o alguna lata abandonada...

Luiza planeaba con su marido quedar embarazada en este semestre, esperando que su hijo naciese por Navidad. El médico del puesto de salud le dijo que esperase un año, hasta que pudiera ser vacunada, porque las mujeres estaban engendrando fetos con microcefalia. Estaba probado que eran ellas las que, picadas por el mosquito, engendraban fetos con microcefalia. La sospecha recaía hasta sobre la leche materna, tan importante para la salud del bebé, pero tan peligrosa si está infectada por el virus. La solución es sencilla, y todo dependía de ella... Pero, ¿y si fuese el varón quien transmite el virus zika con el esperma o la saliva? Nada o casi nada se dice sobre esa hipótesis a pesar de sospechas de estudios de laboratorios europeos...

¿Qué decir de las acusaciones contra las moradoras de la Rua das Ninfas, un barrio periférico y perdido, ausente hasta de los mapas de la ciudad...? Allí, el servicio de recogida de basura es casi inexistente y las mujeres se ven obligadas a echar la basura en un depósito improvisado que se llena de agua cuando llueve, volviéndose criadero de moscas y mosquitos. Son ‘acusadas’ de ser propagadoras del virus, eximiendo de responsabilidad a los hombres de casa y a los hombres públicos que comienzan ‘a concertar el tejado cuando la lluvia ya ha inundado la ciudad’. Hasta la propaganda de prevención del Ministerio de la Salud para el carnaval de este año se hizo también a través de una pequeña ‘marcha’ que invita a las mujeres a estar atentas a macetas y latas...

No quiero sufrir una fijación feminista ni mirar las cosas sin los matices, diferencias y variaciones de la vida. Sólo quiero mirar, observar lo que salta a los ojos y preguntar por qué, imperceptiblemente tal vez, se culpabiliza particularmente a las mujeres por quedarse embarazadas, y de ensuciar el medio ambiente donde prolifera el mosquito. No sólo eso, sino que en los casos de enfermedad y especialmente en el caso de la microcefalia son ellas las que deben buscar recursos para cuidar de su bebé en la filas de los puestos de salud y hospitales públicos. Y no se trata de mujeres en general, sino de las más pobres y de las que viven en las regiones más pobres del país.

Sospecho que la primera reacción emocional de algún lector será: «usted está viendo cosas que no existen», o «no es tan así»... Puede ser, pero no cuesta prestar atención a lo que vivimos y aguzar más nuestra sensibilidad.

En la Laudato Si’ (117) el Papa Francisco dice: «Todo está interconectado. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye dominador absoluto, se desmorona la propia base de su existencia»... Decir que todo está interconectado es una afirmación de una seriedad y una profundidad que todavía no alcanzamos. No conseguimos, por ejemplo, asumir la interconexión de las responsabilidades en relación al cuidado de la vida, y dejamos para las «otras» la responsabilidad de limpiar el mundo que fue ensuciado. Dejamos para las «otras» la responsabilidad de preparar la comida, de tener salud para cuidar de los recién nacidos, de tener responsabilidad para evitar el nacimiento de hijos/as enfermos y de acusarlas cuando las cosas escapan al orden y al control idealmente establecido.

Si todo está interconectado, existe también «una relación íntima entre los pobres y la fragilidad del planeta», y una relación íntima en la responsabilidad de mujeres y hombres por cuidar la vida cada día.

Esta relación, interconexión e interdependencia está casi absolutamente olvidada. No es una cuestión menor. Habituados a cierta división de trabajo, no imaginamos que podría ser diferente. Habituados a la producción de las tecnologías más diversas, desde el exceso de embalajes para los alimentos, a la introducción de conservantes, edulcorantes y otras químicas, hasta la producción de artefactos de muchos usos para la industria y el comercio, los hombres no han creado artículos de limpieza de la suciedad que producen. No prevén la basura que producen cuando producen productos de limpieza. Relegaron esa tarea al mundo doméstico, o sea, a un mundo considerado de menor importancia, un mundo que rinde poco dinero, el mundo del mantenimiento del hogar y el espacio liderado por las mujeres, que tiene poca visibilidad más allá de lo que sirve al consumo y a una economía de descarte de las cosas.

Los hombres fabrican los productos de limpieza, los plásticos que los contienen, los embalajes, las propagandas... y no piensan que aquello que parece limpiar, también ensucia. Limpia y ensucia la casa –sobre todo de los pobres, en la medida en que los grandes vertederos son construidos cerca de las viviendas de los más pobres–. Lo que producen para limpiar produce igualmente gases tóxicos que acaban alcanzando la salud de los más pobres, de los que trabajan con la limpieza, particularmente mujeres, cuya tarea principal parece todavía quedar mayoritariamente limitada a esa área. En esa línea, también la necesidad de agua potable pasó a ser un problema femenino, sobretodo en las áreas pobres. ¿Quién se preocupa por el agua para beber, para bañar a los niños/as y para lavar la ropa?

Aun tratando de evitar cualquier fundamentalismo feminista, les invito a reparar no sólo en la feminización de la pobreza, sino en la feminización de los efectos nefastos de los impactos ambientales. La destrucción de la biodiversidad, la comercialización del agua y el favorecimiento del agro-negocio para la exportación, causan efectos perniciosos a muchas vidas y sobrecargan la de muchas mujeres que luchan en su día a día contra el creciente deterioro de la calidad de vida.

El capitalismo individualista en que vivimos, el objetivo de estar bien apenas consigo mismo, no permite que muchos/as sientan en la piel los daños que el proyecto económico y social que nos imponemos viene produciendo o acentuando. La proliferación del dengue, la chicunguña, la microcefalia, por recordar sólo las dolencias que aparecen en los periódicos de nuestro país y del mundo, son en parte consecuencia de esa postura.

Intentar salir del propio lugar... Mirar el mundo desde otra perspectiva, otro sexo, otro género o transgénero, otra clase, o etnia, edad... Abrirse a otras interpretaciones del mundo y de la vida... Acoger al diferente de mí, al que me invita a oír otra lengua, a degustar otra comida, a oír otras canciones, a percibir otras razones, a plantar otras flores... Cosas tan simples, pueden volverse una pista para comenzar a salir de la crisis ecológica y repensar nuevos sentidos del Bien Común.

 

Ivone Gebara

Camaragibe, PE, Brasil