Derechos humanos ayer y hoy

Derechos humanos ayer y hoy
 

Adolfo Pérez Esquivel


El siglo XX estuvo marcado por fuertes luces y sombras: la humanidad fue sacudida por dos guerras mundiales, hubo conflictos, hambrunas y se agudizó la pobreza y la desigualdad social, en una época que fue de grandes avances tecnológicos, científicos e industriales, con una gran capacidad potencial de superar las desigualdades sociales...

El ser humano logró conquistar el espacio, y poner el pie en la Luna, haciendo realidad lo que señalaban los jóvenes en la rebelión del mayo francés de 1968: «seamos realistas, pidamos lo imposible». Lo que parecía imposible, ¡fue posible!

La técnica provocó procesos irreversibles, como la aceleración del tiempo, que cambió el pensamiento, los valores y el sentido de vida. Se impuso la globalización con fuertes contradicciones, generando en muchos pueblos la pérdida de sus culturas, identidad y valores, imponiendo el «pensamiento único» de sociedades consumistas, que privilegia el capital financiero sobre la vida de los pueblos; se ha producido la contaminación del pensamiento y del sentido de vida, semejante a la contaminación ambiental, el smog y la deforestación, la destrucción de la biodiversidad y la pérdida de recursos vitales como el agua.

Frente a esa situación surge la resistencia en la esperanza de los pueblos que buscan preservar su identidad, sus valores, su pertenencia y su espiritualidad y que luchan contra la dominación cultural.

Cabe preguntarnos si el siglo XXI avanza en capacidad para restablecer el equilibrio de la conciencia y los valores de una humanidad más justa y fraterna, en la vigencia de los derechos humanos desde su integridad, como derechos de la persona y de los pueblos... O si es posible que las grandes potencias pongan el conocimiento tecnológico y científico al servicio de la humanidad, en vez de utilizarlo para someter a los pueblos.

Albert Einstein vivió angustiado el saber que sus descubrimientos científicos fueron utilizados para la muerte y no para la vida, poniendo en riesgo nuestra casa común, el planeta Tierra, plagándolo de arsenales nucleares. Parecería que la memoria dolorosa de Hiroshima y Nagasaki no ha penetrado en la conciencia de los poderosos, ni los horrores de la guerra.

La caída del Muro de Berlín en 1989 marca un hito en la vida de Alemania y de la humanidad, al poner fin a la Guerra Fría. Muchos pensamos entonces que comenzaría una etapa de «desarme de las conciencias armadas» y de derribo de los muros de intolerancia y violencia, y que las grandes potencias asumirían la colaboración y solidaridad para superar el hambre, la pobreza y la marginalidad, para preservar los recursos naturales y el medio ambiente, como el agua y la floresta.

Nos equivocamos. Los intereses económicos, políticos, estratégicos y la lucha por la hegemonía mundial se agudizaron y provocaron otras guerras, en Afganistán, Irak... y las más recientes, en Libia y Siria, guerras desatadas con el pretexto de defender la democracia y los derechos humanos; terminaron siendo violados por países que dicen ser líderes de la democracia, generando un mundo más inestable y agudizando los conflictos armados, las torturas y violaciones de los derechos humanos.

Los pueblos de América Latina debieron enfrentar conflictos como las dictaduras militares y la situación que viven algunos países sometidos a la violencia social y estructural, bajo la que se cometen violaciones de los derechos humanos, masacres sobre poblaciones indígenas y campesinas, a quienes se les quita la tierra, se les reprime y margina, aplicando la política del terror, incluso en sistemas constitucionales de unas democracias más formales que reales.

El siglo XXI presenta grandes desafíos y es necesario impulsar el «nuevo contrato social» que necesita la humanidad: volver a pensar el mundo, la sociedades en que vivimos y los caminos a seguir, para construir nuevas relaciones entre los pueblos y superar los conflictos armados, el hambre y la pobreza que afecta a gran parte de la humanidad. Es necesario pensar y desarrollar políticas que garanticen la soberanía alimentaria, y revertir la desertificación de la tierra, antes de que sea tarde. Se han levantado voces que reclaman una re-distribución más justa de los recursos naturales, energéticos y económicos.

Lo que se siembra se recoge. Toda sociedad es el resultado de quienes la componen. En el año 1948 Naciones Unidas estaba integrada por 57 países; hoy son 192; no es posible que continúe igual y que 5 grandes potencias decidan la vida de la humanidad.

La Paz no es simplemente la ausencia de conflictos, ni los derechos humanos son para calmar únicamente el dolor de los sufrientes; son caminos a construir de vida y dignidad de los pueblos en su dinámica permanente de transformación y de las estructuras; son valores indivisibles en la construcción democrática que debemos comprender en su integridad.

Es necesario hacer un alto para analizar el caminar de la humanidad. Ver si realmente el compromiso asumido por la comunidad de las naciones ha llegado a la mente y al corazón de las personas y de los pueblos y se han fortalecido los valores y se han derribado los muros de la intolerancia, como fue el Muro de Berlín y otros muros que hay que derribar, como la división entre Israel y Palestina, Corea del Norte y Corea del Sur; el Norte y el Sur... Pero los muros más difíciles de derribar son los que tenemos en nuestras mentes y nuestro corazón...

Se necesita un nuevo «contrato social» para la humanidad que ha renacido del dolor y trata de construir nuevos espacios de entendimiento, diálogo y tolerancia que conduzcan a la comprensión de valores que hacen a los derechos humanos desde su integridad y el derecho de autodeterminación y soberanía de los pueblos.

Son aportes valiosos en la conciencia colectiva para generar la esperanza de que es posible un nuevo amanecer para todos.

Uno de los pasos decisivos para ese nuevo contrato social es la reforma de las Naciones Unidas, del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. Sus estructuras son violadoras de los derechos de los pueblos.

Queda un largo camino por recorrer, que debemos asumir y transmitir a las nuevas generaciones con conciencia y rebeldía para enfrentar las injusticias y abrir las puertas de la esperanza.

 

Adolfo Pérez Esquivel

Buenos Aires, Argentina