Derechos humanos y memoria histórica

Derechos humanos y memoria histórica
 

Eduardo de la Serna


La larga y fecunda historia reciente de América Latina y el Caribe la ha vuelto, asimismo, fecunda en sus luchas por los Derechos Humanos. La dura década de las Dictaduras Militares o gobiernos autoritarios en la región, y la larga década posterior de neoliberalismo genocida hizo que muchos y muchas alzaran su voz y a su vez fueran ellos mismos banderas en esta lucha. Decenas de personas fueron silenciadas porque sus voces eran claras y duras ante los atropellos contra personas humanas, etnias y comunidades o pueblos enteros. Las violaciones a las etnias en Guatemala en el gobierno de Efraín Ríos Montt llevaron a Samuel Ruiz a levantar su voz y acompañar a cerca de 100.000 indígenas chuj o achí refugiados guatemaltecos en el estado de Chiapas, México; Leónidas Proaño fue también voz1 de las comunidades indígenas en Ecuador hasta ser llamado «el obispo de los indios», y Paulo Evaristo Arns, a través de la agencia CLAMOR fue defensor y memoria ante las violaciones a los derechos y personas por las dictaduras del Sur (lo que le valió el reproche de más de un obispo como el Cardenal Raúl Primatesta, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina).

A estas voces episcopales pueden –y deben- sumarse cientos de otras, acalladas violentamente, de tantos y tantas mártires latinoamericanos y caribeños Y también otras más allá de estas fronteras; simplemente a modo de ejemplo, no puede ni quiere ignorarse la memoria de Martin Luther King, asesinado en el «país de la libertad» por la defensa inclaudicable de los derechos humanos de los afrodescendientes y en contra de la guerra genocida en Vietnam.

No existe prácticamente un país de América Latina que no tenga un gran número de mártires asesinados por su defensa de comunidades y personas víctimas de modelos genocidas. Sin duda no todos y todas los y las mártires lo son por haber luchado en favor de los Derechos Humanos, pero sin duda muchas y muchos lo son, y son por ello mismo «bandera», además de testigos y testigas. Los nombres de los obispos Oscar Romero y Juan José Gerardi, ambos en Centroamérica, son ya emblemáticos; y podemos añadir otros menos conocidos internacionalmente, como Yolanda Cerón, o Mario Calderón, y Elsa Constanza Alvarado (Colombia), João Bosco Penido Burnier (Brasil), los/as 12 desaparecidas/os fundadores de Madres de Plaza de Mayo (Argentina), José Manuel Parada (Chile), Luis Espinal (Bolivia), María Elena Moyano (Perú) y podríamos seguir abundantemente. Los mártires y testigos son «mojones» en el camino de un pueblo, son indicativo de un «por dónde» y «hacia dónde» caminar. Los mártires son memoria, y son por ello mismo futuro.

Un elemento muy importante para la vida, la fe y la historia del pueblo de Israel en la Biblia es «recordar» (zaqar); este es un imperativo que, por otra parte, tiene que ver con «poner / dar nombre» (ver Jeremías 20,9). Un pueblo que tanta importancia da a la historia, y a su capacidad o incapacidad de encontrar a Dios actuando en ella, debe “hacer memoria” de cómo reaccionó en aquellos momentos pasados (Éxodo 17,14; Deuteronomio 5,15; 7,18; 8,2.18…) ya que de ese modo también Dios “recordará” (Levítico 26,42). Pero –y acá la novedad para nuestra mentalidad occidental– el judío no tiene el pasado «detrás», como algo que dejó a sus espaldas, sino «delante», como algo que ilumina el presente y orienta el futuro. La memoria es imprescindible para caminar. Con razón se afirma que «un pueblo sin memoria está condenado a repetir sus errores». La memoria es parte constitutiva del camino del Pueblo de Dios; el pasado de pecado y santidad está ante nuestros ojos y nos marca el camino.

Las violaciones a los derechos humanos fueron constantes y sistemáticas en nuestra historia reciente, los muertos se cuentan por cientos de miles, y no estamos haciendo referencia más que a América Latina y el Caribe, por falta de buena información, pero de ninguna manera ignorando las demás regiones de la Tierra. También fueron muchos –en las distintas Iglesias, y comunidades religiosas, en la sociedad civil, en diferentes organismos– los que entregaron, gastaron y, en ocasiones, les fueron arrebatadas sus vidas en defensa de los Derechos de otras y otros. Las memorias de sus personas y de sus luchas están delante de nuestros ojos, para señalarnos caminos; para eso existen los mojones.

Lamentablemente, en la misma sociedad civil y en muchas comunidades eclesiales, se escuchan voces que en nombre de una supuesta «reconciliación» proponen silenciar la memoria, disimular la historia y callar la voz de los mártires. Una Institución como la Iglesia católica romana, que tanta trascendencia da a la «Tradición», que en su liturgia celebra la «memoria» de la Cena de Jesús, y que lee la Escritura como «memoria viva» de un Dios que camina y habla a su pueblo en la historia, no debiera ser cómplice de los silencios, aunque lamentablemente en muchas ocasiones lo es.

Recordar es hacer memoria histórica desde el origen, es pensar nuestro pasado, pero no debe ser un recordar simple como quien evoca pensando, sino haciendo un juicio, criticando constructivamente o asumiendo los valores (...) acercarse... con la humildad de la verdad, sin triunfalismos ni falsos pudores, solamente mirando la verdad, para dar gracias a Dios por los aciertos, y sacar del error motivos para proyectarse renovada hacia el futuro 2.

Para tener presente es interesante además lo que afirmaba Th. W. Adorno:

La pregunta «¿qué significa elaborar el pasado?» necesita una aclaración. Parte de una expresión que, como lema, se ha vuelto muy sospechosa en los últimos años. En este uso lingüístico, elaboración del pasado no quiere decir que se reelabore seriamente lo pasado, que se rompa con clara conciencia su hechizo. Más bien se le quiere poner un punto final y, si es posible, hasta borrarlo del recuerdo. El gesto de olvidar y perdonarlo todo, que correspondería a quienes han sufrido una injusticia, es practicado en cambio por los partidarios de quienes la cometieron 3.

Muchas leyes o propuestas de «amnistía», leyes de «perdón», pasos para una «necesaria reconciliación» no son sino un muro puesto delante de nuestros ojos que impide mirar el pasado de frente; y son, por lo tanto, obstáculos para caminar con libertad hacia el futuro. Los mártires siguen silenciados, o se les niega el reconocimiento como tales, de modo que la memoria es «desmemoriada». Una suerte de Alzheimer eclesial o social no parece sensato ni sano para proponer caminos. La memoria subversiva del Nazareno y de los que siguieron sus huellas sigue siendo un desafío. Un compromiso.

La lucha por los Derechos Humanos, por otra parte, no es algo del pasado exclusivamente; aunque el pasado nos haya marcado «a fuego», y la necesaria reivindicación de la justicia se vuelva indispensable para poder caminar. Las diferentes realidades actuales en América Latina y Caribe nos siguen marcando; los gobiernos son de diferentes signos, y son diferentes las presiones sobre ellos desde fuera y desde los sectores poderosos de dentro. Hay Mercosur y Alianza del Pacífico, hay ALBA, CELAC, Unasur... Estas realidades en general son novedosas, y los Derechos Humanos están en las agendas de varias de ellas; pero hay todavía realidades que exigen que las luchas por los Derechos Humanos no bajen los brazos, no arríen sus banderas y no olviden sus mojones.

Las realidades de las comunidades indígenas y afrodescendientes no parece que hayan mejorado sustancialmente, los intentos de que las Fuerzas Armadas se entrometan en política interna son exigencias del Imperio, con los argumentos del terrorismo y el narcotráfico, y su consiguiente debilidad para el control de los abusos (si se trata de abusos y no de políticas explícitas); la impresionante injerencia todopoderosa de los Medios de Comunicación y su creación de realidades acordes a sus intereses son sólo algunos de los espacios en los que la memoria de los mártires y el análisis del presente y el futuro que nos han marcado las huellas de los testigos nos invitan a seguir de pie, persistir en el camino y mantener viva la Memoria.

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1 La frase «ser voz de los que no tienen voz», que se dijo de varios de estos grandes defensores de los pobres fue usada antaño por el «Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo», en Argentina, y la imagen parece remitir a Eva Perón (al menos, la primera vez que hemos podido detectarla se le atribuía a ella en la primera parte de la década del 50).

2 Lucio Gera, Conmemorar el pasado y preparar el futuro: decir, orar, ser y hacer, Sedoi 93/94, 5-6. Lo dicho se refiere a la Historia de la Iglesia y al llamado del Papa a conmemorar los 500 años; igualmente parece que debe considerarse válido para mirar nuestra historia latinoamericana.

3 Th. W. Adorno, Ensayos sobre la propaganda fascista. Psicoanálisis del antisemitismo, Voces y culturas, Barcelona 2003, 53.

 

Eduardo de la Serna

Quilmes, Argentina