Descolonización latinoamericana en el siglo XXI
Descolonización latinoamericana en el siglo XXI, José Manuel Fajardo Salinas, Honduras
A continuación propongo algunas ideas con relación a la descolonización regional contemporánea partiendo de la propia noción de descolonización, así, examino dos acepciones para contrastarlas y captar mejor el sentido de la llamada decolonialidad o decolonialismo; luego establezco tres consideraciones que buscan sugerir formas alternativas de aproximación al tema a fin de aportar elementos para el diálogo.
Procedo entonces ofreciendo el concepto de descolonización de la RAE: “1. tr. Poner fin a una situación colonial”. Sin embargo, el Oxford Languages la define como: “verbo transitivo. Conceder [un país] la independencia política a una colonia o a un territorio en el que ejerce un dominio político; ‘muchos países de África y de Asia se han descolonizado y se han sumido en problemas graves de subdesarrollo económico’.” Contrastando ambas fuentes es notoria la diferencia pues en el segundo caso el fin de la situación colonial figura como una concesión desde la instancia dominadora, y la frase ejemplo agregada expresa un resultado adverso de este proceso. La primera manera de caracterizar la noción suena más equilibrada, ya que acentúa el resultado fáctico y se abstiene de matices.
El análisis del párrafo previo ayuda a vislumbrar una dimensión clave para la decolonialidad o decolonialismo, que es entendido como un movimiento de pensamiento emergente en América Latina enfrentado a la matriz colonial del poder. Resumiendo, la descolonización se comprende como el acontecimiento que cierra formalmente la dependencia política de tipo colonial, y a la par, como mirada crítica al evento, está la postura reflexiva que pro-fundiza los modos en que el estilo colonial pervive en las naciones o países independizados (donde el protagonismo del poder colonial fue sustituido a nivel local por élites criollas, y que a nivel internacional ha sido asumido por las potencias económicas y políticas de mayor peso según el momento y lugar geopolítico). De esta manera, y sin mayores señales o declaraciones de su real dependencia, las élites de poder locales son simples testaferros de un dominio superior con el que juegan cercanías y distancias a fin de sostenerse en una posición política favorable a sus intereses. Ello se manifiesta en juegos de poder caracterizados por golpes de estado o “sucesiones presidenciales”, destituciones parlamentarias, encarcelamientos de presidentes o expresidentes, e incluso el asesinato del presidente de Haití en el 2021.
Sin embargo, la postura decolonial, que observa con atención lo evidente, pero que no se estaciona de modo simple en los hechos macro, sino que profundiza las causales hondas de los fenómenos políticos característicos de la región, señala que la clave interpretativa para explicar lo previo es la matriz colonial del poder, que está arraigada en los modos y costumbres de manejo personal, social y nacional, tocando todos los espacios culturales de relación humana, y condicionando así las identidades de los sujetos a dicha lógica. Se sostiene entonces que el patrón de ser y estar en la realidad es de cariz colonial europeo y hace vivir una modernidad marcada por este sello epistémico, o sea, el conocimiento y su gestión serán tanto más verdaderos según su cercanía al marco occidental establecido. Así, la acepción de “descolonización” mostrada en la previa cita del Oxford Languages es la que, cargada de sentido eurocéntrico, se ha introyectado en la mentalidad regional, fomentando un modo dependiente de sentir y pensar.
De este modo, la matriz colonial del poder permea toda la realidad humana regional, incidiendo subrepticiamente en los juicios que soportan los modos habituales de proceder, desde la religión hasta la academia, desde las decisiones económicas hasta las políticas, desde los espacios de convivencia social hasta la conciencia personal, etc. Ante ello, la propuesta decolonial invita a una desvinculación radical de este sometimiento y apela a una emancipación plena de las conciencias latinoamericanas en ruta hacia su auténtico ser y actuar autónomo. Después de lo previo, me animo a establecer tres consideraciones que buscan ser críticas ante la postura decolonial en vistas a afinar un camino descolonizador pertinente para la realidad latinoamericana contemporánea.
En primer lugar, y aunque a primera vista pueden parecer confrontadas, me parece que la decolonialidad y el ideal original de la modernidad occidental apuntan al mismo valor: la libertad humana. En el caso europeo, la modernidad en los albores del renacimiento significó liberarse de los esquemas medievales teocéntricos y avanzar por la autonomía de la razón hacia la máxima posibilidad del ser humano en todos los ámbitos; la decolonialidad plantea emanciparse de los estilos de dominio cognitivo y político que se implantaron en el sujeto latinoamericano en tres siglos de colonia.
En segundo lugar, si la profunda coincidencia axiológica que hay en lo anterior puede sustentarse en lo básico, es factible sugerir un replanteamiento del esfuerzo teórico decolonial, ya que en vez de desvincularse radicalmente del bagaje teórico europeo, puede aprovecharlo para sus fines. ¿Cómo lograrlo? Se me ocurre que lo primero es apuntar en la dirección correcta a la hora de especificar el problema de la matriz colonial del poder, pues esta expresión puede confundir al visualizar al período colonial como la condicionante esencial en las formas posteriores de gestión del poder. En realidad, el sentido comunitario del Abya Yala estuvo apegado al molde clásico de la cultura rural, caracterizado por jerarquizaciones sociales y prácticas religiosas afianzadas a los ritmos de la naturaleza y a las deidades correspondientes, o sea, los pueblos originarios vivieron así su propio trayecto antropológico (Durand, 2004) consolidando su cosmovisión y “núcleo duro” cultural –que por ejemplo en el caso mesoamericano coincidió con la domesticación del maíz, entre el VI y V milenio a. C. (López, 2006, p. 28)—. Por tanto, y consecuentes con dicho esquema natural, la carga de heteronomía (aplicando a propósito la noción moral kantiana) era significativa en sus normatividades comunitarias. Y fue ahí donde tuvo su lugar de asentamiento la matriz colonial, que aprovechando patrones conductuales marcados por la obediencia y sumisión, dieron por resultante sociedades inmaduras para un estilo autónomo y razonado del poder.
En tercer lugar, pienso que siguiendo el hilo de lo dicho, sería más apropiado hablar de una matriz heterónoma del poder, que viniendo desde lo precolombino y pasando por lo específico colonial, demarca una línea de continuidad en nuestro hoy. Ver las cosas de este modo ayudaría a un enfoque más amplio y realista, ya que no se cargarían responsabilidades sobredimensionadas en la vertiente europea de nuestro ethos político, sino que nos veríamos obligados a explorar los cauces originales de nuestras heteronomías actuales. Es esta ruta de autodescubrimiento profundo a la que invita Robert Carmack al final del tomo I de Historia General de Centroamérica, y que es extensible al ámbito regional latinoamericano: “Podemos afirmar, finalmente, que no entenderemos Centroamérica si somos incapaces de conocer su historia antigua, historia que no se encuentra solo en el pasado, sino también en el presente, y por lo tanto, se necesita para preparar su futuro.” (Torres, 1993, p. 319).
Concluyen así estas ideas, pensando en una reorientación del pulso descolonizador hacia la meta de promover la autonomía integral de la región, asunto con sabor a utopía, pues las tendencias heterónomas son modos humanos que siempre nos acompañarán, pero que pueden aprender a limitarse. En este sentir, es valioso celebrar diálogos con iniciativas teóricas como el cosmopolitismo o la filosofía intercultural, ya que ellas visualizan la posibilidad autonómica del abigarrado conjunto regional en la dinámica de un pluriverso de valores donde las riquezas culturales locales se compartan en clave de lo universalizable, es decir, disfrutando de las diferencias en un espacio humano global compartido.