Desigualdad y ecología: sus teóricos

Desigualdad y ecología: sus teóricos

Enrique Marroquín


El sistema económico capitalista, al estar basado en la libertad irrestricta del mercado, tiende por su naturaleza a la concentración de la riqueza. Sus apologetas proclaman que gracias a esa libertad, se mejoran y abaratan los productos; pregonan también que la riqueza así obtenida se difundirá automáticamente, por una especie de «derrame», hacia los estratos inferiores de la población. Su Estado, «guardián nocturno», habría de reducirse a regular la competencia, mediante leyes antimonopólicas, y al simple arbitraje. Pero lo que vemos es que la búsqueda de la maximali-zación de la ganancia a cualquier precio conduce a la concentración de riqueza y a que ésta se haya ido agravando a través de la historia (el 1% de la población mundial acapara ya una riqueza similar a la del 99% restante). Al mismo tiempo, provoca la pauperización creciente de amplios sectores («población sobrante») y la destrucción del Planeta. Esta situación es la que está interpelando al pensamiento crítico en busca de un nuevo paradigma que ilumine una actuación transformadora.

Thomas PIKETTY es el autor que mejor ha demostrado cómo esta concentración de capital se ha ido acrecentando a lo largo de la historia. Su exitosa obra Le Capital au XXIe siècle es un libro demoledor, erudito, riguroso, y hasta ahora incuestionado. Desbarata el mito de que EEUU sea un país de oportunidades, donde quien tiene más talento y trabaja más, puede adquirir mayor capital. Comprueba que el capital no es fruto del trabajo, sino de los activos que se poseen, en especial, de las herencias. Su tesis central es que cuando la tasa de crecimiento del capital supera de modo constante la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso, se producen mecanismos de desigualdad insostenibles. La riqueza crece impresionantemente; pero no mediante la producción de bienes, sino mediante la especulación monetaria. Propone una política de impuestos progresivos y de un tratamiento diferente de la deuda pública (Seuil, Paris 2013; también en español, FCE, México 2014).

Julio BOLTVINIK, analista económico, cuestiona la defensa del modelo neoliberal en cuanto a su éxito en la disminución de la pobreza. Las cifras, aparentemente, confirman ciertos logros, al menos respecto a la pobreza extrema; pero -alega el autor- esto puede deberse simplemente a los criterios empleados en la medición de la pobreza. EEUU considera «pobres» a quienes ganan menos de dos dólares diarios; pero esto depende del nivel de vida de cada país. Como alternativa propone como indicadores de pobreza, la insatisfacción de las necesidades más básicas (alimento, abrigo, vivienda), y para la baja clase media («pobreza alta»), cierta calidad en otros tres indicadores más: salud, educación y recreación.

William I. ROBINSON estudia la nueva realidad del capitalismo mundial, caracterizado por su expansión -extensiva e intensiva-, al punto de que dicha expansión pronto alcanzará sus límites, y entonces sus contradicciones marcarán «el fin de la historia». Se pasa ahora de una economía mundial a una economía global. Esta trasnacionalización de la economía tiende a eliminar el capitalismo de estado-nación, configurándose así la dominación mundial por un estado trasnacional, conducido por la clase capitalista igualmente trasnacional (Una teoría del Capitalismo global, edit. Desde abajo, Bogotá 2007).

David ROTHKOPF analiza esta «superclase», la élite de la élite, unas 6.000 personas -una por millón-, de origen internacional, intercultural e interracial: sus redes sociales, sus vínculos entre los poderes militar, político, económico y cultural (arte, deporte, informática, comunicaciones). Por supuesto, se da una hegemonía de los ciudadanos norteamericanos, pero la globalización implica economías interconectadas, incluyendo las de países emergentes y por tanto, corporaciones multinacionales, pero sin cortapisas de gobiernos nacionales (Superclass, the global power elite and the world they are making, Farrar, Strauss and Ginoux, New York 2008).

Joseph E. STIGLITZ, premio nobel de Economía, aborda cómo esta desmesurada desigualdad está comprometiendo gravemente nuestro futuro. No sólo provoca un crecimiento más lento y un PIB más bajo, sino también inestabilidad, debilidad democrática, contaminación, desempleo, y –lo más importante de todo- la degradación de valores y la pauperización moral: ¡si todo es aceptable, nadie es responsable! (versión digital gratuita en español: El precio de la desigualdad. El 1% tiene lo que el 99% necesita).

Annie LEONARD explica pedagógicamente los mecanismos del sistema económico y sus efectos, no sólo en la desigualdad de riqueza, sino en su impacto en la naturaleza, incluyendo el cuerpo. Su tesis está en YouTube (La historia de las cosas), con dibujos animados, con más de 12 millones de visitas.

Víctor TOLEDO expone las tesis de la «ecología política», que integra una visión holística (naturaleza y sociedad), y supera la tecno-ciencia neoliberal: 1) el deslizamiento del mundo hacia el caos o el colapso provienen de la doble explotación que efectúa el capital sobre la naturaleza y sobre el trabajo humano. Ambos fenómenos se encuentran indisolublemente ligados y surgen con las sociedades desiguales; 2) su expresión espacial va de lo global a lo local, y viceversa; 3) la sucesión de crisis en las últimas décadas responde a una crisis de civilización. Todo esto, como consecuencia del incremento de la desigualdad social por la concentración de riqueza, así como de la ineficacia de las principales instituciones del mundo moderno. La única salida será una transformación radical, pacífica y profunda.

James O’CONNOR, desde un «marxismo ecológico», estudia las relaciones entre la sociedad capitalista y la naturaleza, observando una nueva modalidad de la crisis: la subproducción de capital que la degradación ecológica impone. Los costos ecológicos crecientes contribuyen a disminuir la rentabilidad del capital y llevan a una crisis de acumulación. La contradicción del capitalismo actual no es sólo la que se daba entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción (conducente a una sobreproducción), sino una segunda contradicción, que se da entre la producción y la realización (o apropiación) del valor y el plusvalor; entre la producción y la circulación del capital. Por tanto, el agente del cambio al socialismo no será sólo el proletariado, sino los nuevos movimientos sociales (Causas naturales. Ensayos sobre marxismo ecológico, Siglo XXI, México 2001).

John Bellamy FOSTER profundiza esta reflexión, explicando cómo todos estos elementos caen en el status de «condiciones de producción», en las que no todas las ganancias son producidas por la industria capitalista, sino también por «mercancías ficticias». De esta forma, el «marxismo ecológico» complementa la tesis marxista tradicional con la tesis de esta segunda contradicción, que liga la escasez ecológica, la crisis económica y el crecimiento de los nuevos movimientos por el cambio social: a) al traducirse el daño ecológico en una crisis económica, un mecanismo de retro-alimentación se pone en marcha; b) el capital intenta detener los costos crecientes relacionados con el socavamiento de las condiciones de producción, y los movimientos sociales presionan para que el capital internalice dichos costos; c) ambos factores empujan al capital a formas de producción más sostenibles ecológicamente; d) surge así una oportunidad para la izquierda de construir una alianza entre el movimiento obrero de corte clasista y los nuevos movimientos sociales. Sin embargo, el capitalismo mantiene su capacidad de acumulación en medio de la destrucción ecológica misma, y se lucra con ella destruyendo la tierra hasta el punto de no retorno.

Concluyo alertando sobre el colapso planetario, que no sólo amenaza al modelo neoliberal, sino a la supervivencia misma de la vida humana en el Planeta, lo que algunos calculan en décadas. El riesgo es tanto más probable cuanto que la ambición desmedida de la «superclase» no permite correctivos que arriesguen sus ganancias. Para justificarse, esta superclase dispone de los anestesiantes mass-media, y –por si fallara la manipulación del «consenso»– el poder disuasivo de la «coerción», la más sofisticada tecnología para un espionaje total, que integra en un gigantesco banco de datos toda la información de millones de personas (mensajes y llamadas telefónicas, tarjetas de crédito, internet, facebook... y pronto, ¡el ADN!), como reveló Snowden. Esta información está disponible para el nuevo armamentismo «inteligente» (drones y municiones teledirigidas), que pueden salir de cualquiera de las mil pequeñas bases militares diseminadas en el océano y asesinar al portador de algún celular, esté donde esté.

Sin embargo hay esperanza: surgen multitudes de personas, comunidades y movimientos sociales que usan las mismas redes para intercomunicarse a nivel global y que luchan por corregir el ciclo de vida actual de los bienes y servicios, hacia procesos cíclicos de autosostenibilidad. Es probable que en caso de un colapso del sistema económico, tales experiencias sean las que sobrevivan y recompongan el futuro.

 

Enrique Marroquín

México DF, México