Desigualdad y Propiedad: De la Nobleza a la burguesía

Desigualdad y Propiedad:
De la Nobleza a la burguesía
 

Frei Betto


Basta mirar: el mundo en que vivimos es abiertamente desigual. El dato es de la OXFAM, ONG inglesa, publicado en Davos, Suiza, en enero de 2014: 84 personas tienen un ingreso equivalente al de 3,5 mil millones de personas, la mitad de la humanidad.

El economista francés Thomas Piketty, en El capital en el siglo XXI, un libro que se ha convertido en éxito de ventas mundial, advierte que el gran reto que se plantea es cómo desatar el nudo que hoy permite la acumulación privada de la riqueza en manos de pocos. Favorecida por el derecho de herencia, esta concentración hace que la desigualdad se intensifique en el casino mundial, en el que los ingresos derivados de la especulación superan a los de la producción.

Antiguamente el poder y la riqueza (que siempre van de la mano) se concentraban en manos de la nobleza. Y los lazos de sangre garantizaban el privilegio de la herencia. El noble no debía trabajar, algo reservado a la plebe. El noble se ocupaba sólo en disfrutar...

El ascenso de la burguesía desplazó ese privilegio de «sangre azul» hacia la propiedad. El linaje de la nobleza fue derrocado por la riqueza de la burguesía. Ser hijo del banquero o del propietario pasó a ser más importante que ser hijo del príncipe. Éste tiene «cuna»...; aquél tiene una abultada cuenta bancaria...

En el siglo XIX Karl Marx analizó cómo los bienes (o la propiedad) imprimen valor a las personas. Lo llamó, muy bien, «fetichismo de la mercancía».

En el capitalismo una rosa no es una rosa, o más bien, una persona no es una persona. Como tal, no vale nada. A menos que se presente vestida de fetiche, revestida de algo que produzca en ella, a los ojos de los demás, un encantamiento.

Ese encantamiento es la mercancía quien lo da. Juan es una persona; pero si no ostenta ninguna mercancía de valor, Juan es un don nadie. Por el contrario, si Juan tiene banco, negocios, terrenos, va en carro de lujo y viste ropa cara... entonces su valor brilla en la sociedad, causando admiración y envidia.

En resumen, el valor no se deriva del hecho de que Juan sea una persona, sino de ser propietario, ostentar patrimonio y exhalar el seductor aroma del dinero.

Esta anomalía o inversión de valores contamina profundamente la sociedad capitalista. Si el pobre roba, es un ladrón; si lo hace el rico, es un corrupto. El pobre es arrojado a una inmunda cárcel; el rico es tratado con respeto y comodidad. Si un pobre mata, es condenado a años de prisión; el rico tiene buenos abogados y se beneficia de una legislación hecha a medida del sistema: para los de arriba, impunidad; para los de abajo, castigo severo y cruel.

El fundamento de la desigualdad, por lo tanto, está en la propiedad. En una democracia, en principio, todo el mundo tiene el derecho a la propiedad. Pero pocos tienen acceso a él. La acumulación de la propiedad en pocas manos es el resultado de la multiplicación de los muchos que no son propietarios.

En mi infancia, en Belo Horizonte, Brasil, había un gran número de tiendas en mi barrio, desde verdulerías a tiendas de cereales y productos de limpieza. Al surgir los supermercados, las tiendas se fueron a la ruina. Y ahora, con los centros comerciales, los supermercados entran en crisis.

La pirámide de la desigualdad, basada en la concentración de la riqueza, se estrecha cada vez más, condenando a gran parte de la humanidad a la exclusión y la pobreza, carente incluso de artículos de primera necesidad, como alimentación y vivienda.

La solución está en la intervención de los gobiernos progresistas, a través de una legislación avanzada que impida la formación de oligopolios, y que defienda los derechos de la mayoría de la población. Un rayo de esperanza radica en la economía solidaria, autogestionaria, que facilite que los trabajadores sean dueños de los medios de producción. La reducción de la desigualdad social exige la reducción de la concentración de la propiedad y de la riqueza, en tan pocas manos. Sin estas medidas, la brecha entre el mundo de los ricos y el mundo de los pobres sólo tenderá a acentuarse.

 

Frei Betto

São Paulo, SP, Brasil