Desigualdad y Propiedad. Quién determina sus significados
Desigualdad y Propiedad
Quién determina sus significados
Ivone Gebara
Muchas veces tenemos la ingenuidad de pensar que las palabras significan lo mismo para todo el mundo, como si fuesen «objetos», inmutables. Sin embargo las palabras tienen historia y se vinculan a la historia de quienes las utilizan. Estamos aprendiendo a distinguir la grafía de la palabra de su sentido, o la grafía de la palabra de la interpretación que hacemos de ella. Por ejemplo, «morir de sed» o «morir de hambre» o «morir de amor» son expresiones que deben ser interpretadas según la situación de las personas que las pronuncian. Y no siempre quien dice estar muriendo de hambre o sed es de hecho un miserable a quien le falta el pan de cada día. De la misma forma, a veces las palabras no realizan lo que dicen. Por ejemplo, afirmar que «nacemos todos iguales» o «la justicia es para todos», pueden ser palabras pronunciadas para impresionar a algunos grupos porque queda bien decirlas, pero en realidad no tienen consistencia en la vivencia de las relaciones humanas, o sea, no mejoran, no transforman nuestros comportamientos.
En ese sentido, podemos decir que todas las explicaciones e interpretaciones de la desigualdad y de la propiedad no son iguales. Aparte de eso, es preciso distinguir el enfoque dado a la palabra, o sea, si estamos en una clave ética, geográfica, económica, cultural, de género... Voy a limitarme al aspecto o clave ética cristiana en relación a esas dos palabras. Lo enfocaré sobretodo desde la vivencia de las mujeres.
Desigualdad y propiedad, igualdad y propiedad deben ser entendidas de forma diversa y plural. Esas formas incluyen las diferentes culturas, las visiones, los géneros, las etnias, los momentos de la vida. Así cada uno/una de nosotros/as es un cuerpo con historia propia, se sitúa en un lugar y en un tiempo siempre en movimiento y a partir de ahí se expresa en palabras y les delimita un sentido. Espontáneamente imaginamos que el sentido vigente que damos a las cosas es el sentido más verdadero y correcto, y que incluye las experiencias de mujeres y hombres. Fue ése el procedimiento más habitual que tuvimos a lo largo de la historia humana, especialmente en el cristianismo. Sin embargo, acabamos siempre excluyendo las vivencias diferentes de las que juzgamos normales o propias de nuestra tradición religiosa.
La igualdad de Dios
Hay quienes pensaron en un concepto de igualdad venido de Dios y fundamentado en la Biblia. Por eso, digno de confianza y aceptación por parte de todos los fieles adeptos del cristianismo. Sin embargo, aquí se da un conflicto de interpretaciones. No hay coincidencia entre las diferentes interpretaciones y las prácticas que según los diversos grupos son exigidas por Dios. Al final, ¿de qué Dios se está hablando? ¿Quién es? ¿Cómo se sabe si es él, o ella, o un neutro plural que engloba todo lo que existe?
Imaginamos que a lo largo de la historia del cristianismo hubo un único modelo de igualdad y justicia. Sin embargo, desde que comenzamos a percibir la complejidad de las interpretaciones históricas nos damos cuenta de que esa interpretación única nunca existió en la vida real. Cada modelo de igualdad genera otros tantos de desigualdad. Muchas personas crearon formas de vivir en igualdad y las atribuyeron a la inspiración divina. Sin embargo, la corrupción personal, la competición fue mostrando los límites de todos los comportamientos y de los intentos de atribuir a Dios modelos de vida y comportamientos de forma absoluta. Podemos decir incluso que la igualdad fue usada apenas como una palabra, a la vista de la desigualdad cotidiana entre las personas. En el sentido ético, desigualdad significa hacer diferencia entre derechos debidos a las personas; crear diferencias ficticias para no atribuir los derechos reales y legales a las personas. Por ejemplo, en el tiempo de la esclavitud negra en Brasil se pensaba que los blancos eran los redentores de los negros porque por su color tenían más conocimientos y privilegios ante Dios y más derechos sociales. Lo mismo se puede decir de los pueblos indígenas frente al colonizador: éste estaba convencido de su superioridad y de realizar una obra de y para Dios, obligando a los nativos a «convertirse al catolicismo». Se justificaba la desigualdad a través de las ideologías políticas y religiosas más diversas.
La misma perspectiva ilumina la noción de propiedad privada o colectiva. Entre no tener bienes materiales, y acumular todos los bienes posibles, hay una escala incontable de interpretaciones. Entre la propiedad individual y la estatal hay también una ideología que alimenta y opone un grupo a otro.
Es bueno recordar que la palabra «propiedad» se refiere a mucho más que la posesión de bienes materiales. Tiene que ver con la interioridad de cada persona, con la relación entre ellas y las cosas, de forma que se puede afirmar que soy o no propietaria/o de mí misma. Desde el punto de vista religioso algunos dicen que somos «propiedad» de Dios, y que estamos en el mundo para hacer su voluntad. No siempre fuimos suficientemente lúcidas/os en el uso de esa y de otras ideologías sobre la «propiedad» de Dios. En verdad, esta afirmación se expresó en relaciones históricas muchas veces desprovistas de justicia. Las mujeres en particular tienen una experiencia dolorosa de esa «propiedad», muchas veces traducida como propiedad masculina de su propio ser. Podemos constatar movilidad, límites y juegos de subjetividades y poderes presentes en la comprensión e interpretación de un mismo concepto o de una misma expresión.
Cada uno imagina que su comprensión de la desigualdad o de la igualdad y de la propiedad es la más correcta. Se espanta uno cuando alguien levanta una tesis diferente o incluso contraria a la suya. Defienden con violencia su pequeño mundo de interpretaciones y de juicios. Se sienten amenazados por los otros y no consiguen convivir con interpretaciones diferentes. Eso ha ocurrido mucho en la actualidad, cuando muchos pueblos y grupos reclaman su autonomía, y las mujeres su derecho a la ciudadanía plena en la sociedad y en las Iglesias. Son acusadas de destruir el orden social y religioso. Rompen con una interpretación de la vida y de la historia tomada como natural, e introducen múltiples nuevas interpretaciones.
Mujer y propiedad
En este contexto podemos preguntarnos: ¿pueden las mujeres vivir la desigualdad más que los hombres? ¿Pueden tener menos propiedades?
Cuando los conceptos universales comienzan a particularizarse y a tener muchas interpretaciones fundadas en la diversidad de las experiencias humanas comenzamos a ver muchas cosas. Podemos decir que en las sociedades patriarcales, de hecho, las mujeres vivieron y viven más desigualdades sociales, económicas y culturales que los hombres. Y eso por el lugar que ocupan en la sociedad y por las interpretaciones que se hicieron a lo largo de la historia patriarcal sobre su papel subalterno y dependiente. En esa situación, de hecho continuamos también siendo las que tienen menos propiedades, en comparación con los hombres. En otros términos, la mayor parte de las riquezas capitalistas está en las manos de los hombres y, en consecuencia, ellos son los mayores dueños de propiedades. Y no sólo eso, los hombres muchas veces se consideran propietarios de las mujeres, propietarios de sus cuerpos con autoridad para controlarlos y legislar sobre ellos. Sabemos que, diferentes sociedades les conceden culturalmente mayor poder político y cultural. Esa situación se da también en las tradiciones religiosas, concretamente en las cristianas. La actual organización y lucha social de las mujeres es considerada por ellas una forma de justicia colectiva, aunque otros grupos la vean como una amenaza.
Hoy, muchas personas son críticas de los conceptos absolutos a partir de la centralidad jerárquica masculina y trabajan en la construcción de relaciones más igualitarias e interdependientes. Percibimos que somos unos para los otros, hermanas y hermanos en la busca de libertad, y también en la creación y el mantenimiento de nuevas formas de opresión. Estamos siendo invitadas/os por la Vida a revisar comportamientos y a proponer otras claves de lectura de la historia, de los valores y contravalores que la constituyen. La invitación se extiende también a las religiones en la tentativa de eliminar los fundamentalismos e intransigencias que han causado alienación, ceguera y conflicto en muchos lugares. Se trata de un proceso educativo lento y desafiante, que pretende ayudarnos a salir del hechizo que ciertas interpretaciones culturales y religiosas nos impusieron. Hace falta un nuevo diálogo, una mutua invitación al conocimiento y discernimiento. Sólo así se podrá acoger la humanidad plural, las creencias plurales, los géneros e identidades plurales. Acoger no significa aceptar todo sin reflexión, sino acoger al otro/a para que den razones de su esperanza, para que salgan de la banalidad de los eslogans religiosos, de la estupidez de lo establecido, que muchas veces no permiten la solidaridad y el pensamiento plural. Me atrevo a decir, que esta postura es para los días de hoy algo de la «vida en abundancia» de la que nos habló Jesús de Nazaret.
Ivone Gebara
Camaragibe, PE, Brasil