Desnudando al nuevo Imperio
DESNUDANDO AL NUEVO IMPERIO
Pedro Casaldáliga
La globalización en su vertiente perversa es sencillamente un modo nuevo de imperialismo. Bajo el imperio estamos. Y hablar hoy de imperio es de la más rabiosa actualidad. Basta leer la larga lista de libros dedicados al tema y los repetidos comentarios que vienen apareciendo en periódicos y revistas de alto prestigio y difusión.
Esta actualidad del imperialismo nos ha movido a dedicarle la Agenda 2005. Para ayudar a conocer la entraña del nuevo imperialismo, para desnudarlo críticamente. Los bobos y los interesados, como en el cuento de Andersen, siguen viendo en el sistema colores e hilos maravillosos. Necesitamos volver a la pureza de los niños, a la coherencia de la ética y a la mirada libre de la verdad, para ver claramente cómo el emperador está desnudo de toda racionalidad humana y de toda justicia social.
Compañeros de camino nos han reprochado a veces porque seguimos hablando de imperialismo, como si estuviéramos anclados en siglos ya idos o como si quisiéramos resucitar el furioso –y justificado– antiimperialismo de los años 60 y 70 latinoamericanos.
Podríamos hacernos una pregunta mayor: ¿Ha dejado de existir el imperialismo desde que el mundo es mundo “civilizado”?
Hablamos del “nuevo“ imperio, del neoimperialismo. Tan inicuo como el imperialismo viejo, pero más poderoso, más omnímodo, global. Domeñando la economía y la cultura, la información y las armas, la política y hasta la religión. “El pensamiento único” es el pensamiento del poder único, “convertido en un mega-poder de carácter político-militar en el que los Estados Nacionales renuncian al interés público”. (Declaración final del Encuentro Internacional “En defensa de la Humanidad”, Ciudad de México, octubre de 2003).
Se trata del primer imperio verdaderamente mundial. La revista “Caros Amigos” dedicaba un número (junio, 2003) a “El nuevo imperialismo” y, en su editorial, sintetizaba así: “El imperialismo ejercido actualmente por Estados Unidos no encuentra similar en ningún otro a lo largo de la historia. Entre otras razones, porque no tiene rival en el campo militar y, a lo que parece, tampoco en términos de voracidad: pretende la dominación de todo el mundo. De ahí que sea considerado un nuevo tipo de imperialismo, el super-imperialismo. No por acaso las bases militares americanas se esparcen por los cinco continentes y ocupan posiciones estratégicas con relación a potenciales adversarios”.
Es aún en cierta medida, este neoimperialismo, el dominio de un pueblo sobre los otros pueblos. Como dice Rudolph Hilferding, “el imperialista contempla la multitud de los pueblos como si todos ellos fueran su propia nación”. Y, en este sentido, el neoimperialismo es colonialista como lo ha sido todo imperialismo.
Pero es más el neoimperialismo. Es el dominio universalizado de un sistema -el capitalismo neoliberal- a través del capital financiero, por los tentáculos omnipresentes de las multinacionales; aunque siendo unos países, un país sobretodo, la plataforma del nuevo imperio, su cuartel general. Y por este motivo hay mucha verdad y derecho cuando desde el Sur dominado miramos con indignación hacia el Norte dominador y, más concretamente, hacia Estados Unidos de América del Norte.
La globalización neoliberal ya ha sido calificada llanamente de “americanización global”, de “imperialismo estadounidense”. Y un político lacayo de la vieja Europa ha piropeado públicamente a Bush con el título supremo de “emperador”. (¡Muchos muertos por bloqueo o por guerra han tenido que saludar fatalmente a ese emperador absurdo como los que iban a morir saludaban al césar romano!).
De todos modos, Samir Naïr insiste en la necesidad de diferenciar los conceptos de imperialismo y de imperio. El imperio es el sistema-mundo, y el imperialismo es un comportamiento político-económico-militar. El imperio es el sistema, neoliberal, que hoy domina el mundo; el imperialismo es su mal espíritu, a través de la hegemonía de Estados Unidos.
Es muy indignante recordar que, durante los 20 años de neoliberalismo, los países del tercer mundo han enviado a Estados Unidos un billón de dólares en remesas de capital líquido. ¡Los países pobres exportando capital hacia los países ricos! Ese billón es empleado en Estados Unidos para mantener su poder militar y sojuzgar a esos países bajo la férula del imperio. “Y así se cierra el círculo vicioso de dominación económico-política y militar de Estados Unidos sobre el mundo”. (Luis Nassif – João Pedro Stédile).
Noam Chomsky escribe sobre “El imperio de la fuerza en los asuntos mundiales”. Un imperio que ignora la fuerza de las razones mundiales y viola las causas mundiales de la vida, la justicia y la igualdad humana.
“Llamémosle como le llamemos, imperialismo, neoliberalismo o fundamentalismo del libre mercado, estamos ante la misma realidad: un mundo injusto y unas relaciones injustas”, concluía Juan Somavía, de la Organización Internacional del Trabajo, en el FSM de 2004.
Esta Agenda 2005 ofrece la colaboración de varios especialistas, para la tarea de analizar el nuevo imperio, sus raíces, sus mecanismos, su proyecto. Para que descubramos, quizás espantados, hasta qué punto estamos siendo, nosotras, nosotros, también, zarandeados por ese nuevo imperio, que se nos mete en casa por la televisión, que nos acecha en el supermercado, que nos pervierte con la información y la desinformación dirigidas por el imperio mediático, que nos barbariza el idioma materno y que aspiramos constantemente como una contaminación ambiental.
Conocer el enemigo y desnudarlo es para enfrentarlo lúcidamente. Por todos los medios que la ética y la solidaridad sugieran, desde todas las trincheras de la Humanidad en pie de Justicia, de Libertad y de Paz.
El imperio no es omnipotente ni es eterno. “El imperio sólo es de Dios” rezaba la inscripción musulmana en el califato de Córdoba. Y la sabiduría griega ya advertía que la prepotencia pierde a los hombres y a las naciones.
Emmanuel Todd ha vislumbrado y descrito, en su libro “Después del imperio”, “la descomposición del sistema americano”. Y el escarmentado ex-presidente de la Unión Soviética, Mikhail Gorbatchov, aseguraba, a raíz de la guerra contra Irak, que la comunidad internacional no permitirá que los Estados Unidos gobiernen, solitos, el mundo.
Ni Estados Unidos ni otro país. Está cada vez más próximo el fin de todo imperio, porque la Humanidad se siente cada día más una y, a pesar de tantas apariencias y realidades nefastas, la Humanidad quiere, exige, ser cada vez más humana. Sin dominaciones, sin exclusiones, sin votos ni vetos privilegiados. Respetando siempre las identidades complementarias, porque hasta la utopía de un gobierno mundial -llegado el caso- podría acabar haciéndole el juego a un imperialismo real. El desafío sigue siendo siempre conjugar la identidad-alteridad localizada con la globalidad intersolidaria.
El “otro mundo posible” se va postulando, siempre más, como necesario y urgente. Como un sueño que vamos decantando en realidad diaria creciente, futuro adentro, con una terca esperanza. “En nuestros sueños -profesan utópicamente y denodadamente los zapatistas- hemos visto otro mundo. Un mundo verdadero, un mundo definitivamente más justo que el mundo que ahora andamos. Vimos que en este mundo no eran necesarios los ejércitos; que en él eran la paz, la justicia y la libertad... y que no se hablaba de ellas como cosas lejanas, sino como quien nombra pan, pájaro, aire, agua... En este mundo era razón y voluntad el gobierno de los más y eran los que mandaban gente de bien, que mandaban obedeciendo. No era ese mundo verdadero un sueño de pasado... Era de adelante que venía, era del siguiente paso que dábamos. Así fue que nos echamos a andar para lograr que ese (mundo) se sentara a nuestra mesa, iluminara nuestra casa, creciera en nuestras milpas, llenara el corazón de nuestros hijos, nuestro sudor, sanara nuestra historia y para todos fuera”.
Signos de esta voluntad soñadora y liberadora no faltan. Se multiplican por todas partes en las más variadas expresiones. Bernard Cassen, de “Le Monde Diplomatique”, exclamaba, eufórico, comentando el Foro Social de Bombay, o de Mumbai, mejor: “¡La altermundialización se mundializa!”. La Agenda, después de describir el imperialismo y más concretamente el neoimperialismo y las ramificaciones de su perversidad en los diferentes sectores de la vida y del medio ambiente, recoge varias manifestaciones alternativas y propuestas de antiimperialismo, constructivas, de solidaridad y complementariedad: sea en los organismos mundiales, sea en experiencias de base. No sin antes iluminar críticamente el fenómeno “nuevo imperio”. Ver, juzgar y actuar continúan siendo los tres tiempos de nuestra praxis.
“Como enfrentar al imperio” se titulaba la conferencia de Arundhati Roy, en el Foro Social Mundial de 2003. “Nosotros, decía la líder india, todos nosotros aquí reunidos, cada cual a su propia manera, tenemos sitiado al imperio. Puede que no lo hayamos detenido -todavía- pero lo hemos desnudado, desenmascarado. Lo hemos forzado a salir a campo abierto. Ahora está delante de nosotros, en el escenario del mundo, en toda su brutal e inicua desnudez”.
Se trata de seguir librando la gran batalla del siglo. Uniéndonos todas las fuerzas alternativas. Aprovechando estratégicamente las brechas que irá dejando el imperio desnudo. Actuando día a día localmente y globalmente: la glocalización en acto. En intersolidaridad. Siendo coherencia y esperanza.
Cristianamente hablando, la consigna es muy diáfana (y muy exigente) y Jesús de Nazaret nos la ha dado, hecha mensaje y vida y muerte y resurrección: Contra la política opresora de cualquier imperio, la política liberadora del Reino. Ese Reino del Dios vivo, que es de los pobres y de todos aquellos y aquellas que tienen hambre y sed de justicia.
Contra la “agenda” del imperio, la “agenda” del Reino.