Desobediencia civil es lo que nos qued
Desobediencia civil es lo que nos queda
Una visión desde EEUU
Chris Hedges
Para Chris Hedges (Vermont, EEUU 1956) todo comenzó en América Latina: «En los 80 había demasiada represión en esos países. Los escuadrones de la muerte mataban entre 700 y mil personas al mes en El Salvador. Ríos Montt masacraba cientos de personas, de una vez, aldea tras aldea en Guatemala. Pinochet derrocó a un gobierno elegido democráticamente e instaló una sucia dictadura militar. Las juntas argentinas estaban ‘desapareciendo’ a más de 30 mil de sus ciudadanos... Era un momento histórico en que los actos represivos –apoyados por el gobierno de mi país– eran tan atroces e indignantes que resultaban difíciles de ignorar para cualquier persona responsable». Joven reportero, quiso «buscar un sentido» a lo que estaba pasando y «dar voz a quienes resistían», cubriendo las guerras centroamericanas, en una carrera de dos décadas de corresponsal de guerra en más de 50 países. Es Premio Mundial de Periodismo de Derechos Humanos (Amnistía Internacional), mejor periodista online –en 2009 y 2011– por Los Ángeles Press Club y muchos otros premios.
¿Cómo moldeó sus opiniones esa experiencia en las zonas de guerra del planeta?
Estando en guerras como la de El Salvador, y luego en lugares como Gaza, Palestina... me vi forzado a confrontar los mecanismos del imperio. Cómo funciona, qué hace, y la diferencia entre lo que hace y lo que dice que hace. Cuando estás en el terreno la idea de que EEUU tiene algún interés por llevar democracia a países como Irak se desnuda como una mentira.
Y ves el trabajo sucio del imperio, cómo se usa una violencia y opresión horrorosas para obtener poder y, en última instancia, ganancias económicas. O el robo de recursos naturales, o la dominación de América Latina, imponiéndole a dictadores como Somoza o Pinochet porque estaban dispuestos a oprimir a su propia gente y permitir que corporaciones estadounidenses saquearan los recursos de sus países.
Mi experiencia en esos lugares fue una especie de educación, me enseñó muchísimo sobre mi país, lo que ha sido, lo que ha hecho, y la disparidad entre lo que creemos ser y lo que realmente somos.
No soy un pacifista. Creo que hay momentos en que la represión es tan intensa que no queda otra opción. Para mí, la violencia siempre es trágica. Pero, aún así, hay momentos en la existencia humana en los que uno tiene derecho a defenderse.
Usted ha descrito la vida de una manera freudiana, como una lucha entre Thanatos y Eros...
Freud tiene razón: tanto a nivel individual como de sociedad luchamos contra las fuerzas de la vida y la muerte: Eros, el amor, y Thanatos, el instinto de la muerte. Creo que, siempre, una de las dos predomina.
Si tuviera que describir la cultura estadounidense, diría que está obsesionada con la muerte. Tanto en términos de su uso de fuerza letal para expandir el imperio, como en el asalto al ecosistema, un asalto que tiene el potencial de destruir la vida humana en nombre de la ganancia. Hoy, las fuerzas de la muerte están encarnadas en compañías como Exxon Mobil, que dan más importancia a sus ganancias que a la santidad de la vida. Y las personas que abrazan la guerra están, en esencia, abrazando a la muerte.
¿Podría explicarnos qué sucede en la sociedad estadounidense y cómo afecta al resto del mundo?
EEUU se ha transformado en lo que el filósofo político Sheldon Wolin llama un sistema de «totalitarismo invertido». No es el totalitarismo clásico: no se expresa a través de un demagogo o un líder carismático, sino que lo hace a través del anonimato del Estado corporativo. En un régimen totalitario clásico hay un partido que derrumba una estructura en descomposición y la reemplaza con otra estructura. En el totalitarismo invertido tenemos fuerzas corporativas que se presentan como leales a la Constitución, a la política electoral, y a la iconografía y el lenguaje del patriotismo estadounidense, pero que internamente se han apoderado de todos los hilos del poder, dejando a la ciudadanía impotente. En pocas palabras, han llevado a cabo un golpe de Estado en cámara lenta.
Dentro del sistema político estadounidense, por ejemplo, no hay manera de votar en contra de los intereses de Goldman Sachs. Ni Obama ni el Partido Republicano van a desafiar esos intereses. Eso es, en esencia, en lo que nos hemos convertido. Y precisamente porque el ciudadano es ahora impotente, estamos viendo una canibalización del país: aproximadamente un tercio de los estadounidenses vive en una categoría llamada pobreza o «cerca de la pobreza». Y la situación es cada vez peor.
A medida que los sindicatos se desmantelan, desaparecen los mecanismos mediante los cuales se defiende la ciudadanía y la clase obrera. La sociedad se está convirtiendo en una tiranía oligárquica, en la que un pequeño porcentaje controla la riqueza y el poder, y escribe sus propias leyes y regulaciones.
Por supuesto, parte de los objetivos del Estado corporativo pasan por negarnos la habilidad de entender lo que está sucediendo. Lo podemos ver con la persecución a Bradley Manning o Julian Assange de Wikileaks. Lo podemos ver con la reciente toma de dos meses de registros telefónicos de la agencia de noticias Associated Press. Lo vemos con el uso de la Ley de Espionaje contra los que destapan los escándalos gubernamentales (whistleblowers). Lo vemos con el uso de una ley (FISA Amendments Act) que retroactivamente legaliza cosas que nuestra Constitución declaraba ilegales, como los pinchazos telefónicos sin orden judicial, el monitoreo y las escuchas a decenas de millones de ciudadanos.
Sabemos, además, que nuestra información personal es almacenada a perpetuidad en supercomputadoras en Utah, y que la sección 1021 de la National Defense Authorization Act permite al ejército capturar a ciudadanos estadounidenses considerados «terroristas» y encerrarlos indefinidamente y sin el debido proceso en instalaciones militares.
El lenguaje en el que estaba escrita esa sección daba margen para otras cosas, por lo que demandé al presidente y gané la demanda. La administración apeló, y estamos esperando el resultado. Pero todas estas cosas, juntas, indican que en estos momentos la democracia estadounidense es una ficción.
La situación, además, se ve agravada por lo que usted llama la “traición de los intelectuales”...
Los intelectuales se han vendido. Han encontrado maneras de emplear su talento al servicio del Estado corporativo. No desafían las estructuras de poder, se esconden detrás de disciplinas académicas arcanas, con su propia jerga, convirtiéndose en figuras que no contribuyen al bien común ni al enriquecimiento del discurso civil. Es una buena manera de conseguir una cátedra de 10 años y un salario de 180 mil dólares anuales en la Universidad de Princeton, pero de cara a la sociedad eres completamente irrelevante.
¿Y los medios?
Los medios están completamente corporatizados. Se vendieron. Media docena de corporaciones controlan lo que los estadounidense ven y escuchan, e imponen una especie de uniformidad de opinión insulsa de manera muy efectiva. Y si te atreves a hablar abiertamente sobre las estructuras de poder, como lo hacen Noam Chomsky o Ralph Nader, si desafías la manera como están construidas esas estructuras, y desafías el crimen y las actividades ilícitas a nivel corporativo, te conviertes en un paria. Te sacan del sistema, y tu voz no vuelve a ser escuchada.
Usted habla del «mito del progreso humano»... ¿Por qué es tan difícil salirse de este paradigma?
Porque ésa es la visión utópica. La realidad nunca es un impedimento para lo que queremos, que es tener más y más sin costo alguno. Por supuesto, es el progreso industrial y tecnológico el que está matando al planeta. Esta verdad es extremadamente difícil de aceptar para cualquiera, sobre todo para la gente del mundo industrializado, adicta a este estilo de vida.
Conocemos los hechos del cambio climático. Están ahí. Y aún así, observamos dos tipos de autoengaño: unos dicen que el cambio climático no existe, y otros aseguran que nos podemos adaptar... ninguno de los dos es cierto. Mi experiencia es que los seres humanos tienen gran dificultad para entender lo frágil que es el mundo a su alrededor, lo fácilmente que se puede colapsar, y lo vulnerables que son hasta que esto ocurre.
¿Qué espera de los próximos años?
Creo que veremos más y más gente dándose cuenta de lo que está sucediendo. Veremos el ascenso de movimientos como Occupy y, a la vez, veremos un aumento de la fuerza de represión por parte del aparato de seguridad y vigilancia, que intentará destruir todas las formas de resistencia.
¿Lo veremos a nivel mundial?
El Estado corporativo es mundial: no tiene lealtad hacia ninguna nación o Estado. Si los trabajadores de México se organizan para que les suban los sueldos, las fábricas serán llevadas a Bangladesh. La desobediencia civil es lo único que nos queda. Eso es todo. A menos que reconstruyamos movimientos que desafíen a las estructuras de poder, estamos perdidos.
Chris Hedges
es.wikipedia.org/wiki/Chris_Hedges