Dictamen sobre la religión
Dictamen sobre la religión
José Antonio Marina
El siglo XIX extendió prematuramente el certificado de defunción de las religiones, pero la realidad no ha cumplido esas expectativas. Las ideas religiosas siguen atrayendo el interés humano. «El papel de las religiones en el mundo aumenta en vez de decrecer», escribe J. Runzo en Ethics in the World Religions. En 1965, Harvey Cox, uno de los voceros de la secularización, vaticinaba el ocaso de la religión en su best-seller La ciudad secular. Pero en 1985, tuvo que reconocer: «El mundo de la religión en decadencia, al que se dirigía mi primer libro, ha empezado a cambiar de un modo que pocas personas podían prever. Más que de una era de secularización rampante y decadencia religiosa, parece tratarse de una era de resurgimiento religioso y de retorno de lo sacro». Desde entonces, esa renovación fragmentaria y caótica, se ha mantenido, aunque relacionada con integrismos y fanatismos políticos. En muchos casos, la religión se ha convertido en fuerza identitaria, lo que no es buena noticia.
Dilthey decía que al ser humano no se le puede conocer por introspección, sino estudiando aquellas actividades a las que se ha dedicado asiduamente a lo largo de la historia. La cultura es, en cierto sentido, una expresión de la esencia humana, su despliegue. Pues bien, los hombres siempre han intentado conocer la realidad, explicarse las cosas, crear lenguajes, pintar, hacer música, establecer normas, e inventar religiones. La religiosidad forma parte de nuestro repertorio vital. Hace unos meses, una editorial me retó a escribir un libro para responder a la pregunta siguiente: ¿Ha colaborado la religión al progreso de la Humanidad? Acepté el desafío y sobre ello estoy trabajando. La religión, como aceptación de un mundo simbólico superior al visible, en poder, perfección, o bondad, relacionado con alguna realidad absoluta –sea Dios, Brahman, Tao, Mana, o lo que fuera- ha sido fundamental para que el ser humano se definiera a sí mismo, como ser limitado en relación con lo ilimitado. Descartes intentó una demostración de la existencia de Dios a partir del hecho, para él sorprendente, de que la inteligencia humana hubiera sido capaz de producir la idea de Dios. El argumento no es concluyente, pero subraya que –con independencia de su realidad– el pensamiento sobre la divinidad ha dilatado las expectativas del ser humano y su forma de entenderse a sí mismo. A esto creo que se refería Horkheimer cuando consideraba que la religión es el anhelo de lo totalmente otro: «En un pensamiento verdaderamente libre, el concepto de infinito preserva a la sociedad de un optimismo imbécil, de absolutizar y convertir su propio saber en una nueva religión».
Horkheimer relacionaba ese «anhelo de lo totalmente otro» con la esperanza en una justicia perfecta, lo que me permite hablar de la más notoria aportación de las religiones al progreso de la humanidad. Su papel en la humanización moral de la especie. Este es el aspecto que he estudiado en mis obras con más detalle. Hay un momento especialmente importante en la historia de las religiones, aquel en que un dios terrible se convirtió en un dios bondadoso. Creo que las morales religiosas han ido evolucionando hacia una ética universal, a la que deben someterse. La ética es la obra y a la vez el límite de las morales religiosas. La historia nos dice que la religión se ha instrumentalizado en muchas ocasiones, que no hay brutalidad ni generosidad que no se haya hecho en nombre de Dios, y que en este momento se ve más como un peligro que como una salvación. Pero cuanto más nos acercamos a los grandes personajes religiosos, más nos impresiona su pura visión de la realidad.
Estas contradicciones del fenómeno religioso me hicieron preguntarme hace pocos años si a estas alturas era todavía inteligente ser religioso, o si era un resto supersticioso enquistado en la cultura moderna. Para contestar esa pregunta, escribí Dictamen sobre Dios. Las conclusiones principales eran las siguientes:
1. Todas las religiones tienen en común la referencia a una realidad más profunda –o poderosa o buena o espiritual- que la cotidiana. Algunas la identifican con Dios y otras no, hay religiones teístas y no teístas.
2. Las religiones han tenido un origen mestizo y poco fiable, en el que se mezclan preocupaciones y experiencias muy distintas: el miedo al caos, la necesidad de encontrar explicaciones, de buscar la salvación, de organizar la sociedad, el interés por garantizar la sacralidad del poder y de la norma, las experiencias numinosas, extáticas, los sueños, las revelaciones, las intoxicaciones, los terrores, el afán de buscar un sentido a la vida.
3. De este confuso conglomerado de sentimientos y creencias emergieron algunos personajes revolucionarios, que cambiaron el rumbo de la humanidad: Moisés, Zoroastro, los profetas de Israel, Buda, Lao-tsé, Confucio, Mahavira, Jesús de Nazaret, Mahoma y otros. Comunicaron sus experiencias, convencieron o fascinaron y determinaron el rumbo de la humanidad.
4. Las religiones se fundan en unas experiencias privadas que escapan a la corroboración científica. Proporcionan seguridad a quien las acepta, pero difieren en el modo de alcanzar esa seguridad. Pueden derivar de un don divino, de una iluminación de la conciencia transfigurada, de la imitación de un maestro, la práctica de un método, la pureza de corazón, o de los efectos provocados por la aceptación voluntaria de una creencia. El hecho de que se funden en una experiencia privada no nos dice nada acerca de su verdad o falsedad, sino sólo sobre su modo peculiar de verificación o corroboración. Son «verdades privadas» aquellas que se imponen a una persona en su fuero íntimo, en su conciencia, pero que no pueden universalizarse mediante un método demostrativo.
5. Se impone afirmar un Principio ético de la verdad. «Ninguna verdad privada puede aducirse para criticar una verdad intersubjetiva, ni para guiar un comportamiento que pueda dañar a otra persona».
6. Es posible fundamentar una ética, entendida como moral transcultural, que sirva de marco amplio donde situar las relaciones entre el mundo religioso y el mundo profano, y entre las distintas religiones entre sí. Procede de las religiones, y del dinamismo de búsqueda de la perfección generado por ellas, pero acaba convirtiéndose en un criterio de evaluación de las propias morales religiosas. De hecho, es más fácil que las religiones se pongan de acuerdo en cuestiones éticas que en cuestiones dogmáticas.
7. Dentro de muchas tradiciones religiosas, la buena conducta o la pureza de corazón, son las vías principales de acceso a la experiencia religiosa.
8. De los argumentos anteriores y del conocimiento de la historia y la evolución de las religiones y las teologías, puede derivarse un criterio de evaluación de las religiones, que considera importante los siguientes aspectos:
a) La compatibilidad de su moral con los principios éticos universales, y su aptitud para perfeccionarlos y realizarlos.
b) La cercanía de la religión a la experiencia religiosa, más que a una disciplina eclesial.
c) La confianza en la capacidad de la inteligencia para acercar al ser humano a Dios. Un irracionalismo como el de Karl Barth no deja de ser sospechoso.
d) En caso de fundarse en una Escritura considerada sagrada, su capacidad para liberarse de una interpretación literal.
e) La decisión de no utilizar sistemas de inmunización dogmática, que invaliden toda crítica o toda nueva experiencia. Por ejemplo, decir que lo que dice la Biblia es verdadero, porque su autor es Dios, que no puede ni engañarse ni engañarnos... supone dar por zanjada toda posibilidad de discusión.
f) La pureza de su transmisión, lo que implica la no utilización de medios coactivos, la no limitación de información a sus fieles, la libertad de discusión, la no utilización del miedo como método de adoctrinamiento, y el respeto a otras religiones.
g) La separación de poder político y el rechazo de la fuerza para imponer las creencias.
Aclarar las relaciones entre ética y religión me parece asunto de transcendencia histórica, porque la historia inmediata de la humanidad va a depender de cómo se resuelva este problema. Creo que la religión debe seguir manteniendo ese anhelo de lo absolutamente otro, del que hablaba Horkheimer, proporcionar la energía para la tarea de dignificación del ser humano en que estamos empeñados. Incluye el rechazo a admitir la clausura del mundo natural, pragmático, economicista y técnico. Es para mí una actitud de rebeldía poética y creadora. No mira tanto al pasado como al futuro. Me parece importante que las religiones hagan un esfuerzo por recuperar su pureza inicial, por liberarse de basura histórica y convertirse en religiones de segunda generación, es decir, en religiones éticas, más preocupadas por la teopraxia que por la teología. En Por qué soy cristiano sostuve que el cristianismo cambió de rumbo cuando la fe pasó de significar la aceptación de un modo de vida propuesto por Jesús, a ser la aceptación de un conjunto de formulaciones filosófico-teológicas propuesto por la iglesia. Sigo pensando que es uno de los debates más importantes en este momento.
José Antonio Marina
Escritor, Madrid, España