Economía espiritual para el buen vivir
Economía espiritual para el buen vivir
Marcelo Barros
Cuando una empresa brasileña construía la hidroeléctrica de Tucuruí, en la Amazonia, entidades defensoras de los indios intentaron impedir la construcción. Cuando ya no pudieron, pidieron una indemnización justa a los indios Kayapó, que perdieron tierras y plantaciones alcanzadas por la represa. Abogados de la empresa respondieron:
- Es inútil indemnizar a los indios, porque no valoran el dinero. Apenas lo reciben, lo reparten con todos los de la aldea, parientes o no.
Al oír eso, un jefe indígena respondió: - Es exactamente al revés. Nosotros valoramos tanto el dinero, que hacemos de él un objeto a ser compartido. Quien no lo valora eres tú, que no lo usas para la convivencia.
El indio quería explicar su concepción de economía espiritual, o sea, economía para el buen vivir. No tenía una palabra para explicar eso, pero tenía, sí, claridad de la relación existente entre una economía compartida y la reverencia al espíritu de vida que inspira todas las relaciones humanas y la comunión de los seres humanos con la naturaleza.
1. Otra economía es posible
La relación que algunos pueblos africanos, como el zulú, llaman ubuntu es el equilibrio en las relacio-nes sociales y económicas de paz. Los pueblos de tradición ioruba tradujeron como Axé la energía de amor que atraviesa las relaciones humanas y con todos los bienes de la naturaleza, y por tanto con la economía. Bartomeu Meliá dice que para los Guaraní y para muchos pueblos indígenas de la Amazonia, eso se llamaría «economía de reciprocidad», una comunión que se manifiesta en los cultos de comida, en las fiestas y en el reparto de la caza y de los frutos del trabajo.
Las tradiciones religiosas de Occidente tuvieron dificultad para comprender esa noción de economía espiritual porque en su historia confundieron espiritualidad con espiritualismo. Solamente haciendo esta distinción se puede restablecer el vínculo entre economía y espiritualidad que parecía perdido. También para las Iglesias, antiguamente, economía era un término teológico. Padres de la Iglesia griegos, como Gregorio Nazianceno y Basilio de Cesarea (s. IV), lo emplean para designar «el plan divino de salvación».
El objetivo de la economía es la administración de la casa común. Es la economía la que garantiza la verdadera koinonía, o sea, la participación de todos/as y el derecho de todos/as a ser y a tener en común. Como esa comunión es la característica de la vida cristiana, es el propio nombre de la comunidad eclesial y es también el nombre de su más importante sacramento, la economía es la base de la koinonía.
Documentos cristianos antiguos decían: «Si tenemos en común los bienes celestes (la eucaristía), ¿cómo no tener en común los bienes de la tierra?». En el siglo IV Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla, enseñaba: «Mío y tuyo son sólo palabras. No ayudar a los pobres es robar. Todo lo que poseemos no nos pertenece a nosotros, sino a todos».
Igual que a todos los campos de la vida y actividad humana, la espiritualidad necesita dar un alma a la economía. Sin espíritu, la economía se deja dominar por el mercado como un ídolo. Y el dinero se transforma en fetiche. El mercado, que en sí es una institución humana de intercambio y de relación entre personas y entre grupos, se fue absolutizando y desligándose de todo lo demás. Podríamos denunciar con Jesús: «el mercado fue hecho para el ser humano y no la persona para el mercado». En las últimas décadas del siglo XX, la economía se centró más que nunca en el dinero y en los títulos de capital, con formas de neoliberalismo autoritario. Con la caída del socialismo real (1989), se reforzó la tendencia a la centralización del capital y la concentración de los oligopolios en los sectores más importantes de la economía. Eso está generando más pobreza, hambre, desempleo y sufrimiento para más de dos tercios de los seres humanos.
En varios sectores alternativos de la sociedad se ha buscado «otra» economía, una forma más ética y humana de administrar la casa común que es la tierra y la vida. Movimientos populares desarrollan formas de economía solidaria. Grupos espirituales hablan de economía de comunión. Pueblos indígenas profundizan una economía a partir del buen vivir como objetivo común: alcanzar una calidad de vida para todos. Son modos diversos y alternativos de organizar las relaciones de mercado. En ellas, entre los varios actores de la transacción -capital, trabajo, consumo e instituciones-, la cooperación substituye a la competición, y el cuidado de la vida de todos queda por encima del lucro y de la acumulación.
2. Una mirada teológica y espiritual
La economía que dogmatiza el mercado como principio absoluto ha recibido justificaciones teológicas y espirituales. Teólogos vinculados al Imperio llegaron a usar textos bíblicos para enaltecer la economía del mercado y la ética de la competencia como principios de libertad inspirados por Dios. Pero esta forma de interpretar y vivir la espiritualidad no es aceptada por la mayoría de las tradiciones espirituales. Éstas saben que ese Dios de la competición y del lucro es un ídolo que mata y divide a los humanos.
Frei Carlos Josaphat explica: «Pablo vivió en dos mundos culturales, el griego y el judío. Él enseña a distinguir entre religiones e idolatría. La idolatría es una amenaza universal. Como todo el Nuevo Testamento, las epístolas paulinas estigmatizaron el lucro y la corrupción, la ambición de tener y acaparar cada vez más, la famosa pleonexia, denunciada por la ética griega y por la espiritualidad judía. La persona obsesionada por el lucro, por la sed de acumular riquezas es el verdadero idólatra (Ef 5,5). La raíz de todos los males es la codicia del dinero (1Tm 6,10)».
Entonces, la idolatría es este sistema inicuo que impide la comunión igualitaria de las personas. Las antiguas tradiciones orientales enseñan el desapego, la renuncia a los bienes y la pobreza voluntaria como formas de vida más espiritual. Para el islam, la limosna es un mandamiento fundamental de la fe. El judeo-cristianismo enseña que la economía debe garantizar el derecho de los pobres, el salario de los trabajadores y la seguridad común (Dt 15 y 24). Los profetas insistieron en el compartir con los hermanos como base de una economía justa. En el desierto, el pueblo debería recibir el maná y compartirlo sin dejar que sobrara nada para el día siguiente (Ex 16). La base de la verdadera adoración a Dios es una economía de justicia y de compartir (Is 58). Sólo a partir de ese tipo de economía eco-social, Dios acepta nuestras ofrendas y nuestra adoración (cf Jer 7). Jesús concluyó: «No acumulen tesoros en la tierra, donde el ladrón puede robar... No sirvan a dos señores. O sirven a Dios o al dinero» (Mt 6,19.24). Al dejar para los discípulos una señal (sacramento), Jesús dejó la cena del amor, en la cual se comparte el pan y el vino. Este gesto de un compartir radical y de una comensalidad abierta es el sacramento de la economía evangélica a ser puesto en práctica como modelo de economía espiritual para todas las personas y grupos que buscan un mundo nuevo diferente, con otra economía, de comunión.
3. Para vivir la otra economía posible
Para hacer frente al modelo hegemónico de sociedad y de relaciones económicas vigentes hoy, sin duda, la primera condición indispensable es asumir una ética personal y social que impregne todo nuestro ser y nuestras relaciones. Esa ética de justicia y soli-daridad debe ser el norte de nuestro modo de ser, y de nuestras relaciones, tanto en el plano interpersonal, como social.
Las antiguas tradiciones religiosas tenían el diezmo, vigente hasta hoy en algunas Iglesias. Es un principio de solidaridad que podemos seguir, organizando nuestra economía personal de forma que, cada mes, una cuota de justicia y solidaridad sea destinada a ayudas personales a necesitados, o a proyectos con los que nos sintamos comprometidos.
En varios lugares del mundo, grupos y personas han desarrollado lo que llaman equilibrio de justicia, una forma de organización de la economía doméstica y personal que permite evaluar al final de cada mes si nuestra forma de gastar está de acuerdo con lo que creemos y nos proponemos vivir. Esa ética nueva nos hará descubrir algo como «el alma» de los productos y cosas que usamos y compramos, para que no compremos productos fabricados por niños en régimen de semi-esclavitud, o de industrias y marcas que explotan y destruyen la naturaleza.
Para que entre en vigor la otra economía posible, hemos de tratar de reservar espacios de gratuidad en la relación entre las personas y con la naturaleza. Esos espacios gratuitos y recíprocos son expresiones de amor y de reverencia a nuestra vida y a la de todos los seres vivos. La otra economía posible es una economía que va más allá de las operaciones de comercio, y se concreta en saborear la vida en nuevas relaciones de amor y convivencia. Rubem Alves llega a decir: «La economía puede ser la ciencia de los medios necesarios para la realización erótica de las personas (...) Ella puede hacer posibles nuestros sueños de placer humano y artístico. En ese sentido, la economía es el arte divino de recrear la vida y el universo».
Marcelo Barros
Recife, BA, Brasil