EEUU perdió la primera guerra: la de la legitimidad

EEUU perdió la primera guerra: la de la legitimidad

João Pedro Stédile


En las últimas décadas el mundo ha asistido a cambios importantes: la caída del llamado socialismo real de los países del Este europeo; el ascenso de la hegemonía de la economía estadounidense como locomotora del capitalismo mundial; una verdadera revolución tecnológica en el medio fabril, que incrementó enormemente la productividad del trabajo, influyó en la división internacional del trabajo y derivó en altas tasas de desempleo y la derrota temporal de los sindicatos obreros; la transformación del capital financiero internacional en el centro hegemónico de acumulación de capital, como previeron Hilferding, Bujarin y Lênin; la manipulación de los organismos internacionales (ONU, BM, FMI) al servicio sólo de los intereses del capital internacional.

Si bien eso parecería una derrota del trabajo y la victoria del capital, nuevas contradicciones aparecieron.

En el plano económico, la hegemonía del capital financiero produjo una brutal danza de especulación financiera, que desnacionalizó empresas, aceleró el poder oligopólico de varios grupos, sometió las economías de países enteros a su voluntad. Hoy, la economía mundial es administrada a favor de apenas 500 grandes empresas transnacionales (bancos e industrias y servicios), en su mayor parte con su cuartel general en EEUU. El valor de la producción que ellos controlan es mayor a la producción de 130 países. Pero engendró también una más sentida necesidad de articulación de los trabajadores y de los pueblos de todos los países, ahora contra el capital mismo.

En el plano social, esa etapa del capitalismo produjo más pobreza, más concentración de riqueza, mayor concentración del consumo, mayor explotación de los países periféricos, que envían todos los años más de 400 mil millones de dólares (capital neto), en concepto de pago de intereses y de royalties, a los países del Norte. Con ello sostienen sus tasas de crecimiento y su consumo suntuario, y producen más pobreza y hambre en el Sur. Nunca la Humanidad vivió un período tan desgraciado, en el que el modo de organizar la producción no proporciona trabajo a casi el 25% de la población mundial. Y ya se sabe: una persona sin derecho a trabajo es una persona sin dignidad, desechable. Los millones de excluidos del mundo entero saben que nunca más tendrán oportunidad dentro de este sistema.

Sin embargo, cuando todo parecía ir muy bien para los intereses del capital internacional, la economía estadounidense pasó a enfrentar una grave recesión: a pesar de que emiten billetes de dólares sin control, a pesar de que tienen la economía más endeudada del mundo, sus tasas de crecimiento y de lucro están estancadas. ¿Qué salida han buscado?

El plan estratégico de las empresas estadounidenses y de su gobierno Bush ha consistido en adoptar una estrategia ofensiva, económica, política y militar, para salir de la crisis. Han adoptado las inversiones en el complejo industrial-militar como la principal forma de salir de la recesión, y para eso necesitan imponer la voluntad del imperio a los insubordinables “pueblos atrasados”, y pasan a hacer la guerra. Para proteger no a sus ciudadanos, sino a su industria. Primero fue Afganistán; luego será tal vez Palestina, Irak, Somalia, Colombia… y cualquiera que se atreva a ser diferente.

La segunda estrategia consiste en preparar las empresas estadounidenses para controlar el nuevo ramo de la biotecnología, sabedores de que en este siglo, el eje de acumulación del capital va a pasar de la industria automovilística a la tecnobiología.

Y su tercera estrategia es la puesta en marcha del ALCA, para, como dijo Colin Powel, “transformar el inmenso territorio que va de Alaska a la Patagonia, en una inmensa área de control del territorio, de las riquezas, de los recursos naturales, del comercio, de los servicios, de las inversiones para que las empresas estadounidenses puedan actuar libremente”. Y para que, así, teniendo un inmenso territorio y más de 500 millones de habitantes a sus pies, puedan mantener y aumentar sus tasas de lucro.

Si por un lado, el imperio ahora está controlado por EEUU, todos los explotados del mundo se van a volver contra él. Por más fuerza que le parezca tener, él ya perdió la fuerza principal, que es la de la legitimidad. Todos estamos convencidos de que EEUU no puede hacer lo que está haciendo: dominar por la fuerza, imponer su voluntad política y militar, simplemente para garantizar el dólar y los intereses de sus empresas. EEUU puede ganar batallas militares, pero ha perdido ya la guerra de la credibilidad y de la justicia. Es una pena que los generales todavía no se hayan dado cuenta de ello.