EL ANTÍDOTO CONTRA LA VIOLENCIA: LA EDUCACIÓN POLÍTICA
FREI BETTO
La violencia es innata en los animales. Y los seres humanos no son una excepción. No hay nadie que haya conseguido evitar una actitud violenta a lo largo de su vida, ya sea física o verbal. También existe la violencia silenciosa y gestual de quien da la espalda a un interlocutor o desprecia a un semejante.
Jesús no fue una excepción. Fustigó los supuestos derechos de los cambistas del Templo de Jerusalén, que habían convertido la casa de Dios en una "cueva de ladrones" (Juan 2, 13-22); menospreció a Herodes Antipas, gobernador de Galilea, llamándole "zorro" (Lucas 13, 31-32), y llamó a los saduceos y fariseos "hipócritas", "sepulcros blanqueados", "cría de víboras" (Mateo 23, 13-32).
También hay otras formas de violencia, como retener el salario de los trabajadores, dar falso testimonio, difundir noticias falsas. La violencia es el acto de violar la dignidad y/o un derecho de una persona o de la naturaleza. Cuando arrojamos basura a un río o a un estanque, estamos cometiendo un grave acto de violencia. O cuando repudiamos con asco a un mendigo harapiento que pide limosna.
La violencia actual es estructural y cultural. Está en el corazón del sistema capitalista, que engorda sus fortunas acumulando lo que se niega a millones de personas. No hay pobres, sino empobrecidos como consecuencia de que el capital prioriza los derechos humanos. La verticalización de la riqueza produce la horizontalización de la pobreza y la miseria. Es lo que el marxismo llama acertadamente "lucha de clases".
¿Cómo evitar que la necesidad de los oprimidos se convierta en resentimiento y odio? Cuando estos sentimientos negativos hacen implosionar la paciencia desinteresada de los oprimidos, se sienten obligados (y a menudo con derecho) a robar, asesinar, ignorar la ley y el orden y buscar un lugar bajo el sol a su manera. Si los oprimidos son un colectivo consciente de la violación de sus derechos, su reacción puede desembocar en el terrorismo o en un movimiento revolucionario.
El derecho a la autodefensa armada es el último recurso de quienes se encuentran frente a un opresor que no conoce otro lenguaje que el de las armas. ¿Cuándo ocurre esto? Cuando el opresor suprime todas las vías democráticas y no deja a los oprimidos otra alternativa que la sumisión abyecta o la reacción armada.
Si queremos evitar situaciones extremas, el camino es fortalecer la democracia. Sabemos que en esta era del Capitaloceno, hegemonizada por el capitalismo, prevalece un simulacro de democracia. Votan los electores, pero gobiernan las élites, los dueños del dinero. La equidad electoral que existe en la esfera política es negada socialmente en la esfera económica. Todo el mundo tiene derecho a votar, pero no al pan de cada día.
La democracia se fortalece con el empoderamiento de los movimientos populares, ya sean sociales, sindicales, pastorales, étnicos o identitarios. Para ello se requiere concienciación, organización y movilización, lo que se consigue mediante la educación política. Todos sufrimos un abrumador proceso de deseducación política, ya sea por la naturalización de las desigualdades sociales, el fundamentalismo religioso que desplaza el derecho a la felicidad a esferas celestiales, la exaltación de la meritocracia, la propagación del miedo o la asociación entre democracia y capitalismo.
Las armas ideológicas del opresor son bien conocidas: los grandes medios de comunicación, la cultura del entretenimiento y, sobre todo, las plataformas digitales, potenciadas por los algoritmos y la inteligencia artificial. No nos queda más remedio que profundizar en la formación política de todos los segmentos sociales cuyos derechos son negados por la violencia estructural. De lo contrario, la violencia nunca dejará de marcar la brújula de la historia, y la paz, como fruto de la justicia, seguirá siendo una mera utopía.