El buey y el hambre en la sociedad de consumo

El buey y el hambre

en la sociedad de consumo

 

Vânia Márcia Damasceno Nogueira


Es sabido que en la sociedad de consumo el animal es visto como mero objeto de uso para los seres humanos. A pesar de que el avance tecnológico crea mecanismos para que el ser humano no necesite depender de productos de origen animal para sobrevivir, para protegerse del frío o alimentarse, a pesar de todo, los no humanos y los humanos socialmente excluidos son los que más sufren con el progreso.

Cuanto más desarrollado económicamente está un país, más atrasada es su mentalidad de tutela a los seres ambientalmente vulnerables, y mayor es la desconsideración para con el medio ambiente de los países vecinos, sobre todo por el egocentrismo moral de pensar que el daño ambiental pudiera tener barreras fronterizas o que pudiera quedar circunscrito al país contaminante.

Los cerdos defecan de 7 a 8 veces más que los humanos. A pesar de ser altamente contaminante del medio ambiente, la cría extensiva de cerdos en condiciones crueles de engorde todavía es un gran negocio en muchos países en desarrollo, pero ya viene siendo prohibido por algunos países desarrollados para evitar la polución dentro del ámbito de sus fronteras, como en Dinamarca y el Norte de Alemania. Prefieren importar de algún país que críe cerdos. Piensan que la suciedad quedará confinada en los países productores. Olvidan que los ríos siempre desaguan en el mar.

El progreso, ¿es buscado para la mejora de calidad de vida de todos los seres vivos, o sólo de algunos seres vivos? ¿Ayudará el progreso a que el ser humano viva la vida con mayor libertad, o ayudará a perpetuar la esclavitud animal y un moderno mecanismo de auto-esclavitud del propio ser humano?

Por lo que parece, el progreso no siempre es democrático. La satisfacción material egocéntrica y desmedida de algunos, aparte de no beneficiar a todos, puede estar perjudicando una parte de la sociedad que no tiene condiciones económicas para adherirse a la nueva tecnología, o que apenas participa del proceso de producción, muchas veces como producto. Esa parte vulnerable de la sociedad es la misma parte excluida del consumo y del conocimiento. Y es la misma que tiene consideración moral con sus animales y que es obligada culturalmente a criarlos para alimentar al agro-negocio y a una pequeña parcela de los financieramente afortunados de la sociedad, los que comen carne y contribuyen en demasía a la degradación del planeta.

Cada hora 1.800 niños mueren de desnutrición o hambre; 15 millones por año. En 2002, Naciones Unidas divulgó un informe previendo que en 2025 sufrirán escasez de agua cerca de 4.000 millones de seres humanos, la mitad de la población prevista del planeta. ¿Quién sufrirá primero los impactos de esta escasez? Por supuesto, los mismos que hoy sufren el impacto de la escasez de comida.

La deforestación para la cría bovina extensiva (la «pata del buey») es el principal destructor de la Amazonia. Contribuye a aumentar el efecto estufa (flatulencia del buey), destruye florestas y compacta el suelo, como ya decía Chico Mendes hace más de 15 años. Por otra parte, unas de las mayores preocupaciones actuales son el gasto de agua para producir un kilo de carne y el influjo de la cría extensiva en el aumento del hambre en el planeta.

En 2004 la FAO halló que se gastaban 15 mil litros de agua para producir un kilo de carne, mientras que para producir 1 kilo de cereal se gasta 1.300 litros de agua dulce. Ya hay más bueyes en el mundo que seres humanos, y Brasil tiene el mayor rebaño. Hay países que ya no pueden sostener la producción de animales para alimentación porque el agua no es suficiente. Entonces, dejan que críen los bueyes los países en desarrollo, e importan de ellos, pensando que el daño ambiental no llegará a sus fronteras.

Y cada vez el ser humano come más carne en el mundo. Henry Salt, en Animal rights, subraya que es muy importante la cuestión de la comida en el debate sobre los derechos de los animales. Éste es todavía el principal modo como el ser humano utiliza a los animales. La mayor parte de los animales muere para la producción de comida. Según Gary Francione, la FAO, Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, los humanos matan aproximadamente 53 mil millones de animales por año para comida, sin contar el pescado y demás animales marinos. Tratar al animal como comida es el gran dilema ético filosófico del siglo actual.

Cuantos más bueyes en el planeta, mayor la competencia por espacio en que plantar grano para los seres humanos excluidos, que no comen carne. Áreas que podrían ser cultivadas para alimentar al ser humano son utilizadas para plantar comida para el ganado. El 30% de todo el suelo del planeta es utilizado para plantar comida de buey, y el 33% para criar bueyes. Solamente la población con mayor poder adquisitivo come carne. La cría de ganado está contribuyendo a disminuir el espacio de cultivo para el ser humano pobre. La carne producida por el agro-negocio sólo alimenta al 20% de los seres humanos del planeta, justamente a la parte que no pasa hambre. Los animales criados para ser utilizados por el hombre como comida consumen más proteínas que las que proporcionan como alimento humano.

El objetivo de estas informaciones no es hacer una apología contra la alimentación de carne, sino alertar ante su consumo exagerado y suscitar cuestionamientos, ya que los medios de comunicación propagan constantemente el consumismo exagerado. La cultura industrial induce al consumo innecesario, apuntando a las flaquezas del ser humano, afectando a su ego y prometiendo llenar el vacío existencial de la contemporaneidad. Promesas de belleza, encanto, felicidad, placer y fuerza son hechas constantemente a través de los productos más variados, con nuevas marcas, colores y modelos lanzados a cada instante. Productos superfluos, que muchas veces son producidos a base de mucho sufrimiento de otros seres vivos (bolsos de marca, zapatos de cuero colorido, pieles suaves, cremas milagrosas, bocadillos de carne deliciosos...), son dirigidos al consumo, como si fuesen esenciales a los humanos.

Sabemos que nos alimentamos de las mismas hormonas que inyectamos a los animales, y que el consumo exagerado de carne roja causa innumerables enfermedades al ser humano: cáncer, dolencias cardíacas, alérgicas y respiratorias. Pero la cuestión moral debería ser la más importante, pues conocer la magnitud del sufrimiento y del sacrificio que se oculta tras la cría extensiva de animales debería ser obligatorio para todos antes de ir a la carnicería.

Peter Singer afirma que el consumo exagerado de carne se beneficia del desconocimiento del público sobre el sufrimiento de los animales en el proceso de producción, y que la ley de la oferta y la demanda podría regular el mercado con la producción de productos vegetales a mejores precios y variedades si la población conociese con más profundidad este sufrimiento.

Marina Silva, ex-ministra brasileña de Medio Ambiente, afirmó que es triste pensar que los niños están substituyendo el jugar por el consumir, lo que genera graves consecuencias para ellos y para el medio ambiente, pues, paradójicamente, son los jóvenes quienes más sensibles se han mostrado a la preocupación por la naturaleza.

Pensar en los animales como objetos sigue siendo un recurso muy utilizado por la sociedad de consumo. Principalmente en la alimentación, aunque el progreso ya haya mostrado que no es necesaria esa utilización: el ser humano ya no necesita cazar para buscar la piel que le protege del frío si ya conoce el algodón.

Son necesarios estos cuestionamientos para pensar un nuevo paradigma de modelo de vida, ante la presión del sistema socio-económico, que al presentarse como necesario, subyuga a los seres humanos y a los animales, y lleva a la humanidad a una crisis ecológica sin precedentes.

El contacto y la convivencia con el animal es extremamente saludable para el ser humano. Estimula el amor y la responsabilidad por el medio ambiente, actúa de forma pedagógica con los niños, enseñándoles el deber del cuidado, la sociabilidad y la autoestima, y puede contribuir a que el ser humano los vea como seres vivos, no como meros objetos. Verlos de otra forma es cruel y agrede la condición natural de la vida. Agrede al animal y al propio ser humano.

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Cada alemán come en promedio 1094 animales al año, es decir, 4 vacas, 4 ovejas, 12 gansos, 37 patos, 46 cerdos, 46 pavos y 945 pollos. Un 85% de la población come casi a diario carne, desde el desayuno. El consumo se ha cuadriplicado desde el siglo XIX. Con un consumo de carne promedio de 60 kilos por persona al año, los alemanes comen el doble que la población de los países en desarrollo. En los países más pobres, el consumo promedio anual es de unos 10 kilos per cápita. [www.dw.de/atlas-de-la-carne-desequilibrios-a-nivel-mundial/a-16512688].

 

Vânia Márcia Damasceno Nogueira

Brasilia, DF, Brasil