El cacique Hatuey prefiere el infierno
El cacique Hatuey prefiere el infierno
Un cacique e señor muy principal, que por nombre tenía Hatuey, que se había pasado de la isla Española a Cuba con mucha gente por huir de las calamidades e inhumanas obras de los cristianos, y estando en aquella isla de Cuba, e dándole noticias ciertos indios de que pasaban a ella los cristianos, ayuntó toda su gente e díjoles:
“Ya sabéis cómo se dice que los cristianos pasan acá, e tenéis experiencia cómo han parado a los señores fulano y fulano y fulano e aquellas gentes de Haití (que es La Española); lo mesmo vienen a hacer acá. ¿Sabéis quizá por qué lo hacen?” Dijeron: “No; sino porque son de natura crueles e malos”. Dice él: “No lo hacen por sólo eso, sino porque tienen un dios a quien ellos adoran e quieren mucho y por habello de nosotros para lo adorar, nos trabajan de sojuz–gar e nos matan”. Tenía cabe sí una cestilla llena de oro en joyas e dijo: “Veis aquí el dios de los cristianos; hagámosle si os parece bailes y danzas, e quizá le agradaremos y les mandará que no nos hagan mal”. Dijeron todos a voces: “¡Bien es, bien es!”. Bailáronle delante hasta que todos se cansaron.
Y después dice el señor Hatuey: “Mira, como quiera que sea, si lo guardamos, para sacárnoslo, al fin nos han de matar; echémoslo en este río”. Todos votaron que así se hiciese, e así lo echaron en un río grande que allí estaba.
Este cacique y señor anduvo siempre huyendo de los cristianos desde que llegaron a aquella isla de Cuba, como quien los conoscía, e defendíase cuando los topaba, y al fin lo prendieron. Y sólo porque huía de gente tan inicua e cruel y se defendía de quien lo quería matar e oprimir hasta la muerte a sí e a toda su gente y generación, lo hobieron de quemar vivo.
Atado al palo, decíale un religioso de Sant Francisco, sancto varón que allí estaba, algunas cosas de Dios y de nuestra fe (el cual nunca las había jamás oído), lo que podía bastar aquel poquillo tiempo que los verdugos le daban, y que si quería creer aquello que le decía que iría al cielo, donde había gloria y eterno descanso, e si no, que había de ir al infierno a padecer perpetuos tormentos y penas. El, pensando un poco, preguntó al religioso si iban cristianos al cielo. El religioso le respondió que sí; pero que iban los que eran buenos. Dijo enseguida el cacique, sin más pensar, que no quería él ir allá, sino al infierno, por no estar donde estuviesen y por no ver tan cruel gente. Esta es la fama y honra que Dios e nuestra fe ha ganado con los cristianos que han ido a las Indias.