El cambio social empieza con la transformación de la idea de Dios

El cambio social empieza con la transformación de la idea de Dios

Providencialismo, pragmatismo resignado y neoliberalismo

Andrés Pérez Baltodano


La cultura religiosa dominante en América Latina se proyecta en la cultura política y en la cultura económica de la región, creando una relación de afinidad electiva entre una tradición cristiana providencialista, una cultura política pragmática resignada, y los valores económicos que justifican y legitiman el modelo neoliberal imperante.

El «providencialismo» es un concepto teológico que expresa una visión de la historia de los individuos y de las sociedades como procesos gobernados y controlados por Dios. La antropología, la psicología social y la educación popular han mostrado el peso de un modelo providencialista meticuloso en la región. La obra del psicólogo social Ignacio Martín-Baró, por ejemplo, muestra la tendencia del catolicismo providencialista dominante a transformar la docilidad en una virtud religiosa. En el campo de la pedagogía y la educación popular, la obra de Paulo Freire reveló cómo la conciencia oprimida de los y las latinoamericanas habita en un mundo mágico en el que las víctimas de la explotación interpretan su propio sufrimiento como un designio divino. La teología de la liberación también visibilizó el providencialismo y lo combatió, desenmascarando el orden establecido -supuestamente por la voluntad de Dios- como verdadero desorden, pecado social que debemos combatir.

Los estudios sobre el «catolicismo popular», mayoritario en América Latina, también han revelado el peso dominante de la idea de un Dios providencial que interviene en la historia a través de ángeles, santos y fuerzas sobrenaturales para premiar y castigar a la humanidad. Finalmente, el pentecostalismo y el movimiento carismático han reforzado el peso del providencialismo meticuloso latinoamericano.

La visión providencialista de Dios induce a los hombres y las mujeres de la región a aceptar que sus destinos individuales y sociales están determinados por fuerzas ajenas a su voluntad. Esta visión ha contribuido a generar una cultura política que se puede denominar «pragmática-resignada».

El pragmatismo resignado constituye una forma de percibir la realidad social como una condición histórica determinada por fuerzas ajenas al pensamiento y a la acción social. Desde una perspectiva pragmática-resignada, lo políticamente deseable debe subordinarse siempre a lo circunstancialmente posible. La política, en otras palabras, se concibe como la capacidad para ajustarse a la realidad del poder.

La cultura religiosa providencialista, así como la pobreza y los bajos niveles de educación que afectan a los pobres, promueven conductas pasivas y fatalistas frente a la desigualdad, la corrupción y hasta los embates de la naturaleza. Sería un error, sin embargo, asumir que el pragmatismo resignado no afecta a las élites económicas latinoamericanas. El poder y la riqueza de este sector esconden su tendencia a acomodarse a las circunstancias que define el poder del capital global. Gozan de sus privilegios, pero no son capaces de expandir el horizonte de su realidad. Se puede decir, haciendo uso de una expresión de Gabriel García Márquez, que a pesar de su riqueza, han sido y siguen siendo, inferiores a su propia suerte.

El pragmatismo resignado latinoamericano se asemeja a aquellos aspectos de la cultura medieval, que empujaban a los hombres y mujeres de Europa a percibir la historia como un proceso gobernado por Dios y la Fortuna. La modernidad implicó el surgimiento de una nueva cosmovisión que permitió a los europeos asumir el derecho y el deber de participar en la construcción de la historia.

El providencialismo religioso y el pragmatismo resignado dominantes en América Latina, se mezclan hoy con los valores del neoliberalismo. El neoliberalismo es un modelo de organización social que intensifica la racionalidad instrumental del mercado hasta convertir esa racionalidad en el eje normativo rector de toda la vida en sociedad. Los elementos normativos básicos de este modelo se han institucionalizado alrededor del mundo, a pesar del inmenso costo social que ha generado y a pesar de las crisis que ha sufrido.

Así pues, la racionalidad instrumental neoliberal se ha incorporado al sistema de valores políticos y religiosos latinoamericanos estableciendo relaciones de afinidad electiva que, casi siempre, terminan reforzando las peores dimensiones de los valores del mercado, de los valores religiosos y de los valores políticos que integran el imaginario colectivo de los países latinoamericanos. Así, el individualismo exacerbado que promueve el capitalismo neoliberal robustece la tradicional actitud de indiferencia que forma parte de la cultura y conducta pragmática resignada de las elites latinoamericanas. Por otra parte, la idea del Dios que lo decide todo se ha convertido en un disfraz conveniente para ocultar el funcionamiento de la «mano invisible» del mercado que, con su dedo índice, señala quién come y quién no come, quién vive y quién muere en el mundo globalizado de hoy.

Transformar la idea de Dios

La transformación de la realidad social latinoamericana implica la refundación de su base religiosa y, más concretamente, la superación de la idea providencialista de Dios. Supone, en otras palabras, abandonar la idea del Dios que lo decide todo, para asumir la responsabilidad que tiene cada persona de convertirse en la Providencia que define el futuro y el sentido de la historia y de la realidad. Ser cristiano, desde esta perspectiva, es imitar el ejemplo de Jesús quien se convirtió «en la Providencia de Dios» para luchar por una visión ética del mundo y de la historia.

Más aún, trascender el providencialismo implica superar la idea de la omnipotencia de Dios como el centro causal de la historia. La «omnipotencia» de Dios, como señala Paul Tillich, debe interpretarse como la convicción de que ni las estructuras sociales ni la fuerza de la naturaleza pueden impedir el triunfo de la idea del bien y de la justicia que predicó Jesús. Rezar, desde esta perspectiva, significa -como señala el título de un libro reciente- «convertirse en la respuesta a nuestras propias oraciones». La transformación de la idea de Dios que necesita América Latina debe evitar dos tentaciones: la trampa de un humanismo cristiano idealista basado en imágenes y formas platónicas de lo que significa ser un buen hombre y una buena mujer, y la trampa de un humanismo materialista que niegue la dimensión trascendente del ser humano. Un humanismo-materialista-cristiano puede evitar estas dos trampas.

El humanismo expresa la convicción de que el objetivo principal de cualquier sistema social –el Estado, el mercado y las instituciones sociales en general– debe ser la defensa y promoción de la dignidad humana.

El materialismo en el humanismo-materialista-cristiano, por su parte, no expresa un rechazo a la dimensión espiritual del ser humano. Simplemente representa el principio fenomenológico que establece que la mente es una mente encarnada en el drama existencial de hombres y mujeres que comparten un tiempo y un espacio determinado. La inteligencia, como bien lo señalara el jesuita mártir Ignacio Ellacuría, es siempre una inteligencia histórica, es decir, situada en un tiempo y un espacio social determinado.

El materialismo propuesto rechaza la pretensión idealista que se expresa en la defensa de arquetipos normativos universales de organización social que, como la democracia neoliberal dominante en América, se imponen sobre la realidad de la región, aplastando o ignorando sus especificidades y prioridades.

El principio materialista propuesto, sin embargo, no niega la posibilidad ni la necesidad de promover visiones universales y trascendentes del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, de lo moral y de lo inmoral. Estas visiones deben construirse desde abajo; es decir, deben ser el resultado de coincidencias y proyecciones articuladas a partir del reconocimiento de las múltiples y diversas aspiraciones y necesidades materiales y espirituales de la humanidad. Desde esta perspectiva, la promesa de justicia implícita en la salvación cristiana, adquiere una relevancia universal solamente cuando el sentido de la justicia que la orienta responde a las injusticias de cada pueblo, en el orden y con las prioridades que demanda cada sociedad.

Finalmente, el tercer elemento, el cristianismo, en el humanismo materialista cristiano, expresa el reconocimiento de que esta doctrina funciona como la matriz espiritual y normativa dentro de la que se ordena el sentido de la realidad latinoamericana. La superación de la miseria y la pobreza en América Latina solamente se podrá lograr dentro de esta matriz y a partir de una evaluación crítica de los códigos que la integran. En este sentido, el modelo de organización social que logre elevar la condición humana de los y las latinoamericanas, será cristiano o no será.

En síntesis: para subvertir la moralidad social imperante en América Latina, es necesario rearticular la idea de Dios. Esto supone la descodificación y reconstrucción de los valores cristianos dominantes en el imaginario colectivo de los y las latinoamericanas. No se trata de eliminar a Dios; se trata de rearticular nuestra visión de la relación entre Dios, la historia y la humanidad. Esto mismo hizo Moisés. Esto mismo hizo Jesús. Ser cristiano es continuar la lucha por humanizar la idea de Dios para glorificarlo.

Andrés Pérez Baltodano

Managua, Nicaragua - Ontario, Canadá