EL CORAJE DE UNA REFERENTE DE JÓVENES OCTOGENARIA: EL PACIFISMO COMPROMETIDO DE DOROTHY DAY
TERESA FORCADES I VILA
Las personas pacifistas han sido a menudo acusadas de cobardes que huyen de la confrontación violenta por falta de valor, por egoísmo o por comodidad. Se les acusa de ser idealistas utópicas que se refugian en un mundo imaginario y se muestran incapaces de confrontar la dureza de la realidad. Los objetores de conciencia al servicio militar obligatorio, por ejemplo, eran encarcelados mientras los obedientes cumplían ‘la mili’ en circunstancias más o menos benignas y aprendían sin mucho esfuerzo a manejar un arma. Ni cobardes, ni egoístas, ni cómodos.
La periodista, anarquista y católica Dorothy Day, fundadora junto a Peter Maurin del movimiento Catholic Worker, se mantuvo toda su vida como pacifista radical a favor de la resistencia noviolenta.
A lo largo de su vida fue encarcelada siete veces: la primera a los 20 años en Washington por manifestarse con las sufragistas; la segunda a los 24 en Chicago en un local de la internacional obrera comunista. La tercera a los 38 años en Nueva York por manifestarse en contra del buque alemán Bremen en oposición a las políticas del nacionalsocialismo. Los tres siguientes se produjeron en Nueva York a los 59, los 60 y los 62 años de edad, por oponerse a las maniobras de defensa civil que preparaban a la población norteamericana para un eventual ataque soviético en el contexto de la guerra fría. Esta legendaria negativa la convirtió en un referente de los jóvenes norteamericanos que en los años sesenta se opusieron a la guerra de Vietnam y a la escalada de la tensión con la Unión Soviética. El séptimo encarcelamiento se produjo en California a los 75 años por participar en las reivindicaciones del sindicato agrícola de César Chávez.
Day se confronta con la violencia, con coraje y arriesgándose pero con la intención de hacer el mínimo daño posible a la persona violenta. Hay un aspecto del debate que es teórico: si sabes que matando a alguien evitarás la muerte de personas inocentes, ¿crees que es justo hacerlo? Los pacifistas, no sin motivo, evitan esta confrontación teórica y apelan a la complejidad del mundo real, en el cual las consecuencias de los actos violentos no son fácilmente predecibles. Si se trata de la confrontación entre pocas personas, el pacifismo de Day pide que te impliques en el cuerpo a cuerpo para evitar el abuso de fuerza violento, pero sin la intención de hacer daño y sin la intención de matar. Cuando es a gran escala, de una guerra, entonces Day, aún aceptando teóricamente la doctrina católica de la guerra justa, se opone a ella a nivel práctico:
‘¿Puede existir una guerra justa? (…) ¿Puede existir moralidad en el uso de la bomba atómica? (…) ¿Es orgullo, es presunción, pensar que tengo la capacidad de usar armas espirituales ante la tiranía más monstruosa que el mundo haya conocido? ¿Soy capaz de soportar el sufrimiento, incluso el martirio?’
Para Day el pacifismo no es algo fácil. En el año 1936, cuando se hacía cada vez más evidente que Alemania se preparaba para vengarse de la humillación sufrida tras la I Guerra Mundial, Day escribió:
‘Se precisa tener madera de héroe para ser pacifista e instamos a nuestros lectores a considerar y a estudiar el pacifismo y el desarme en este sentido. Un pacifista dispuesto a soportar el desprecio de las masas irracionales, la ignominia de la prisión, el dolor y la amenaza de muerte, no puede ser acusado con ligereza de ser un cobarde atemorizado por el dolor físico’.
Se trata de concebir el pacifismo como una respuesta activa, comprometida y responsable que rechaza la lógica de la violencia y se confronta a ella en el plano de la acción con la lógica opuesta del amor.
‘Mientras confiemos en la fuerza, solamente la fuerza que sea superior, la más salvaje y brutal, será la que venza al enemigo (…) Aunque defendemos una posición contraria al uso de la fuerza, no condenamos a los que han tomado las armas y se han involucrado en la guerra”.
Junto al horizonte utópico irrenunciable, Day no olvida el realismo:
‘Sabemos bien que todo el universo creado gime con dolores de parto’ (Rm 8,22). Pero no nos podemos acomodar y decir: ‘la naturaleza humana es así, no es posible encontrar a un hombre que venza a su adversario con amor’. Tenemos miedo de la palabra ‘amor’ y, a pesar de todo, el amor es más fuerte que el odio’.
La posición utópica pacifista apela a lo mejor del ser humano. Pero tiene también una vertiente realista: su desconfianza en la capacidad de la violencia para conseguir a largo plazo algo que no sea engendrar más violencia. El rechazo radical a la violencia como medio para resolver conflictos debe ser considerado seriamente, pues ¿en qué período histórico las guerras han cumplido su promesa de paz y justicia?
Con solamente 20 años, Dorothy Day se unió a las sufragistas que se manifestaron de forma pacífica por el derecho a voto de las mujeres ante la Casa Blanca.
“El partido de las mujeres se había estado manifestando y había muchas mujeres encarceladas; en la prisión recibían un trato brutal y se había formado un comité para velar por los derechos de las prisioneras políticas”
Las manifestaciones habían empezado en enero de 1917. Las sufragistas se manifestaron diariamente con pancartas que exigían ‘Libertad’. Ni el presidente ni los ciudadanos no les hacían mucho caso. En abril de ese mismo año, los Estados Unidos entraron en la Primera Guerra Mundial, las manifestantes, en lugar de sumarse al sentimiento patriótico invocado por el presidente Wilson, levantaron pancartas que increpaban al presidente, llamándole “Kaiser Wilson”. Ponían así en evidencia la contradicción entre el discurso oficial que presentaba a los Estados Unidos como defensor de la libertad y la negativa de su presidente a reconocer el derecho a voto de las mujeres. Entonces empezaron los arrestos. Dado que la constitución norteamericana reconocía el derecho de manifestación pacífica, los cargos con los que arrestaban a las sufragistas eran “obstaculización del tránsito’ y “tumulto público”. A pesar de los arrestos y de la creciente hostilidad pública, las manifestaciones no se detuvieron. En noviembre de 1917, Day, después de forcejar con un marinero que quería arrancar la pancarta de sus manos, acabó en el cuartelillo con sus compañeras. Mary Nolan, de setenta y tres años, la más anciana de las sufragistas encarceladas, escribió:
“Vi que entraban en prisión a Dorothy Day. Los dos hombres que la custodiaban le sujetaban los brazos por encima de su cabeza. De repente, la levantaron del suelo y la golpearon contra el reposabrazos de un banco de hierro dos veces…, y oímos que uno de ellos le gritaba ‘Maldita sufragista!’.
Day se unió a la huelga de hambre que las sufragistas iniciaron en prisión, en solidaridad con la irreductible Alice Paul, quien llevaba ya tres semanas de huelga de hambre y a quien las autoridades penitenciarias habían recluido en un centro psiquiátrico. En el psiquiátrico, Pau era maltratada y recibía amenazas de reclusión permanente. La resistencia de las sufragistas al fin dio fruto: tras diez días de huelga, viendo que no estaban dispuestas a ceder y que las manifestaciones, en lugar de desaparecer, cobraban aún más fuerza, se les concedió el estatus de ‘presas políticas’ y se celebró a continuación un juicio que declaró improcedente su arresto. La opinión pública cambió a su favor y tres años más tarde, en 1920, se reconoció el derecho a voto de las mujeres en los Estados Unidos.
Aunque Day, fiel a sus principios anarquistas, no ejerció nunca ese derecho.
La vida de Dorothy Day, un ejemplo de lucha noviolenta desde su juventud, puede resumirse con las palabras que dirigía a quienes deseaban entrar a formar parte del movimiento Catholic Worker:
Empieza por el lugar donde vives: identifica los dones y las necesidades de tu barrio y practica en él las obras de misericordia. Mantén tu iniciativa pequeña: recuerda que los centros de acogida masificados no serían necesarios si cada persona fuera responsable de los que tiene a su alrededor. Honra tu vocación: escoge el trabajo que más gozo te produzca y no temas cambiar siguiendo la llamada del espíritu. Acepta el fracaso: recuerda que el trabajo de Dios es una semilla que debe enterrarse antes de dar fruto.