El crecimiento sostenible

El crecimiento sostenible

Joan Surroca i Sens


Los programas políticos actuales, sean liberales o socialistas, defienden el crecimiento sostenible para contentar a todos, sin darse cuenta de que los dos términos, crecimiento y sostenibilidad, son antónimos. Es bien conocido el informe encargado por el Club de Roma Los límites del crecimiento (1972), que indicaba como tesis principal: “en un planeta limitado, no es posible un continuo crecimiento”. Hemos vivido los treinta y cinco años que nos separan del informe sin hacer demasiado caso de sus recomendaciones y ya han llegado los primeros efectos negativos anunciados. Sabemos, y ahora nadie lo pone en duda, que serían necesarios cuatro o cinco planetas si toda la población mundial consumiera y contaminara al ritmo de los habitantes de Estados Unidos. Un 80% de la población mundial vive sin automóvil, sin refrigerador ni teléfono, y un 94% de los humanos no ha subido a un avión. Estas cifras son suficientes para reflexionar sobre qué ocurrirá en el futuro si seguimos los criterios del crecimiento sin fin.

La obsesión del crecimiento ilimitado está en contradicción con cualquier apreciación armónica entre el planeta Tierra y la vida animal y vegetal, porque el crecimiento biológico de cualquier ser vivo, incluido el del ser humano, se produce durante un tiempo limitado de su vida y, una vez llegado a la madurez, deja de crecer para evitar una monstruosidad. La economía depredadora ejercida por una parte del mundo, de manera especial desde mediados del siglo pasado, ha tenido unas consecuencias nefastas: desigualdades de escándalo, guerras, catástrofes ecológicas y el no menos preocupante malestar social, que provoca una fuerte desesperanza. Se califica la vida como un sinsentido, y aún aquellos que disfrutan de abundantes bienes materiales, que parecerían ser la panacea, confiesan sufrir un amargo vacío.

Nos hemos quedado sin programas alternativos desde la izquierda, porque no hay posibilidad de acabar con la precariedad sin revisar la opulencia. Sin modificar la carrera hacia el consumismo de los que nadan en la abundancia no es posible solucionar los problemas de la pobreza de una parte de la humanidad. Ante un panorama sombrío en estos albores del nuevo siglo, va abriéndose paso el mensaje del decrecimiento, un pensamiento rompedor que puede suponer una actualización del socialismo traicionado. Nicholas Georgescu-Roegen (1906-1994) nacido en Rumania, está considerado el padre de esta nueva manera de entender la economía. A pesar de que ya en el año 1966 salió a la luz su primer gran libro sobre el tema, ha sido a partir de estos últimos años cuando va cobrando fuerza la teoría de que la finalidad del proceso económico es esencialmente inmaterial, siguiendo a John Ruskin (1819-1900), el gran crítico del industrialismo de la Inglaterra victoriana que intuyó prematuramente: “No hay otra riqueza que la vida”.

Decrecimiento significa otra cosa bien distinta que volver al siglo XVI y, mucho menos, a la prehistoria. Decrecer para que la vida humana tenga significado espiritual y posibilidades reales del disfrute gozoso de la existencia. Se puede sintetizar el espíritu del decrecimiento en un programa de las “R”: reevaluar (reconsiderar nuestros valores), reestructurar (adaptar la producción a los valores), redistribuir (reparto de la riqueza), reducir (disminuir el impacto de nuestra contaminación), reutilizar y reciclar (para no derrochar nuestro capital natural, no agotar los recursos naturales y acabar con el cambio climático).

Pero decrecer va más allá de los hábitos personales y no sólo significa disminuir el consumo, se trata también de un cambio de la producción. No nos hallamos ante una propuesta de un simple retoque de la economía. Es un salto cualitativo de importancia, como lo fueron las mutaciones que la sociedad vivió al final de la época feudal, por ejemplo, aunque los que entonces vivían acomodados en sus circunstancias no llegaban a vislumbrar que eran posibles otros modos de vida diferentes del suyo. Aun suponiendo que puede acontecer alguna catástrofe planetaria que obligue a aplicar con urgencia los principios del decrecimiento, la apuesta es por un cambio gradual, admitido y con participación activa de la ciudadanía. Esta voluntad de consolidar cada paso del proceso justifica el calificativo de decrecimiento “sostenible”. Pasar de un consumo exagerado de bienes contaminantes a satisfacer los bienes relacionales y convivenciales no admite improvisación. Las propuestas novedosas suelen generar escepticismo, pero, en el caso que nos ocupa, el cambio puede que no sea tan difícil, porque la población percibirá muy pronto las mejoras en su vida cotidiana.

La reducción del tiempo de trabajo es una de las bases del decrecimiento. Las largas jornadas laborales de nuestro sistema no dejan tiempo para la educación de los hijos, para el cuidado de los mayores ni para el desarrollo de las posibilidades creativas y espirituales que dan sentido y dignidad a la vida humana. Ya en 1930, John Maynard Keynes propuso una semana laboral de 15 horas, porque con un crecimiento de un 2% en productividad laboral, si la mejora del trabajo se recogiera en reducción del tiempo trabajado en lugar de ingresos más altos, sería factible acortar la jornada laboral de 40 a 15 horas por semana en un periodo de 50 años. Si se hubieran tenido en cuenta sus apreciaciones, como en otros aspectos se tuvo, llevaríamos más de cinco lustros disfrutando de jornadas de trabajo que ahora parecen utópicas.

Producir y consumir localmente es otro de los factores que revolucionarán el futuro. Volver a tener la capacidad de gozar de autonomía alimenticia. Esto no significa eliminar el comercio para volver a sociedades totalmente autosuficientes; lo que se desea es que la producción esté mucho más cercana al consumidor, sin caer en despropósitos. En el ramo alimenticio se producen aberraciones absurdas que pagamos a un alto precio: Nueva Zelanda manda manzanas a Europa y a América del Norte, donde hay producción suficiente. En los locales comerciales de Mongolia, donde sólo hay una persona por cada diez animales productores de leche, se encuentran productos lácteos importados. La uva de California se traslada a Alemania en avión... Estas situaciones se defienden con el pretexto de que lo que interesa es que los productos sean económicos, independientemente de dónde lleguen, pero no se contabilizan las subvenciones, el transporte, aeropuertos, ferrocarriles, productos energéticos, autopistas de la información... precisos para dar satisfacción a este comercio desmesurado.

Hay muchos otros factores que mejorarán con la nueva economía: limitará las migraciones a las estrictamente voluntarias, facilitará el equilibrio ecológico planetario, la población estará mejor alimentada, tendrá un impacto positivo sobre la variedad de cultivos para el autoconsumo y se dejará de ser dependiente de las multinacionales, que obligan al monocultivo, etc. Este nuevo enfoque, además de acabar con los abusos de desplazamiento de mercancías, mediante una buena red de trenes de cercanías, acabará con la aberración de los desplazamientos humanos de una sociedad dominada por la ideología del automóvil.

Para poner punto final a tanto despropósito del actual sistema económico, no serán menos determinantes las medidas sobre la publicidad, la producción armamentística y, por encima de todo, una renovación profunda del sistema educativo. El “socialismo nuevo” al cual no podemos dejar de aspirar, no es otro que el que tantas mujeres y hombres han soñado a lo largo de la historia, como muy bien describe González Faus: “La vida del hombre es como una fuga musical de promesa y frustración. Apenas nace la melodía esplendorosa de la dicha, cuando empieza a hacerse oír, pocos compases después, una tonada casi idéntica de frustración”. Conocer la limitación humana es imprescindible para tener coraje y seguir buscando sin desfallecer, a pesar de los posibles desengaños, nuevas posibilidades que traigan pan a los hambrientos, cobijo a los desheredados, consuelo a los desesperanzados y a todos el gozo de un vivir compartido.

Vaya por delante que si nos atrevemos a hablar de decrecimiento como solución a una buena parte de los males que hoy afligen al mundo, lo hacemos a sabiendas que son especialmente las áreas del planeta que hoy viven en la riqueza las que deben revisar sus modos de vida. Quizá para evitar caer en errores del pasado, el decrecimiento no desea convertirse en una nueva ideología cerrada, una bandera a seguir; al contrario, el decrecimiento es un marco en el que tienen cabida los movimientos sociales especializados que desean construir un nuevo mundo alternativo al capitalismo.

El cambio sólo puede llegar desde abajo. Y no llegará hasta que haya una recuperación ética en la sociedad, porque sin este cambio no es posible salir del estilo de vida de la nueva esclavitud. La simplicidad voluntaria hará posible la transformación del mundo, porque es evidente que los políticos sólo cambiarán sus ofertas cuando vean que hay una presión social que va en un sentido distinto del que ahora les empuja a formular sus ofertas electorales. Es enormemente atractivo y apasionante tener la certeza de que todo puede cambiar y de que está en nuestras manos hacerlo. ¡Vivamos y trabajemos con entusiasmo para lograr este nuevo paso de la humanidad!

www.liberationdeladecroissance.fr / www.apres-developpement.org / www.decroissance.info / www.decroissance.org / www.decreixement.net / www.decrecimiento.blogspot.com / www.decrescita.it / www.decrescitafelice.it / y consultar en los buscadores de la red.

 

Joan Surroca i Sens

Girona, Cataluña, España