El derecho a soñar / Practicar alternativas

El derecho a soñar /Practicar alternativas
 

Sergio Ferrari


Sólo el «derecho colectivo a soñar» puede ser tanto o más importante que los derechos humanos en su concepción más amplia –económicos, sociales, culturales e individuales–. Este soñar colectivamente significa buscar alternativas: en lo micro, en lo macro, en la práctica social cotidiana, o en la elaboración de teorías que promuevan el bien común.

Tierra, democracia social, ética colectiva

Marinaleda, con apenas 25 kilómetros cuadrados y 3000 habitantes, es un lugar en el mundo donde cada trabajador gana lo mismo, en torno a 1.200 euros, por 35 horas mensuales de trabajo. Pequeño municipio ubicado en una Andalucía (España) donde el desempleo superaba en 2014 el 30% de la población económicamente activa, su gobierno de izquierda desde hace 35 años, ha logrado consolidar un modelo alternativo de sociedad: con 15 euros al mes, cada familia puede contar con una vivienda, y la guardería con comedor no cuesta más de 12 euros mensuales por niño/a.

Es el resultado de una forma participativa de entender la política. El partido que gobierna y un sindicato agrícola fuerte refuerzan sus sinergias usando los instrumentos institucionales del Ayuntamiento para implementar una democracia social efectiva.

La lucha por la tierra –ocupaciones, huelgas, protestas– impulsó las conquistas sociales, exigiendo paciencia y creatividad, en una región rural donde el 2% de los propietarios posee más del 50% de la tierra.

La agricultura, aunque importante, resultaba insuficiente; contra el desempleo, hoy inexistente en Marinalesda, se implementó la industria local con el Grupo Cooperativo Humar (una fábrica de conservas).

La «Utopía hacia la Paz», tal como indica el escudo-logo de ese rincón andaluz, se concretó en una amplia participación que pregona que «el poder no es neutro», fundamentada en una ética rigurosa, expresada, por ejemplo, en la renuncia de los miembros del Ayuntamiento a salarios y bonificaciones especiales.

Los «sin tierra» piensan en la sociedad entera

A casi 10 mil kilómetros de ese laboratorio andaluz, el Movimiento de los Trabajadores rurales Sin Tierra (MST) de Brasil, que realizó en febrero del 2014 su 6º Congreso con la participación de miles de representantes y militantes, no deja de ejercitar cotidianamente su «derecho colectivo a las alternativas». Considerado uno de los actores sociales más importantes del Continente, promueve la red internacional Vía Campesina, e integra en torno a la lucha por la tierra y la reforma agraria una nueva concepción de poder.

En cada nueva ocupación de parcelas improductivas, como primer acto simbólico, se construye una escuelita para los hijos de los ocupantes. Toda movilización rural trata de conseguir una alianza ciudadana. Los cargos dirigentes son rotativos. Se da un ir y venir permanente de la dirección (coordinación) a las bases y viceversa. No hay ni presidente ni secretario general, y la conducción es colectiva y descentralizada.

Uno de esos objetivos más trascendentes para el MST es la soberanía alimentaria, lo que implica confrontar al modelo de producción del agro-negocio con su prioridad exportadora, y denunciar activamente los usos abusivos de agrotóxicos y transgénicos. Cada brasileño consume hoy en sus alimentos unos 5 litros de veneno por año. La confrontación contra ese esquema irracional debe ser obra del conjunto de la sociedad brasileña, incluyendo también, según el MST, el debate sobre un cambio de paradigma en el campo y sobre un nuevo modelo de sociedad.

El MST ha logrado ya que más de 400 mil familias obtengan parcelas, aunque otras 150 mil esperan en asentamientos. Cientos de cooperativas y asociaciones en los asentamientos aseguran la producción de alimentos, integrando también –al igual que en la experiencia andaluza de Marinaleda– el desarrollo de la agro-industria (casi un centenar de establecimientos en todo el país). Los Sin Tierra contestan el modelo que considera a la tierra como una simple mercancía, que pregona el monocultivo, que visualiza en la agro-exportación su principal objetivo y que desprecia totalmente la naturaleza, el medio, el suelo y al ser humano mismo. Y fortalecen el paradigma de la producción familiar agro-ecológica que se sustenta en la cooperación agrícola con el necesario ingrediente de la agro-industria. El MST es ya, por ejemplo, en Río Grande del Sur, uno de los principales productores en continuo desarrollo del arroz orgánico certificado. Por otra parte, miles de toneladas de sus productos agrícolas enriquecen –en convenio con las autoridades- la dieta básica de los escolares en todo Brasil.

Las ciudades del futuro

Porto Alegre, la capital de ese Estado sureño de Brasil, se lanzó a la invención del presupuesto participativo como herramienta de democracia directa. Corría el año 1989 y el Partido de los Trabajadores (PT) acababa de ganar las elecciones en ese municipio. Momento oportuno para someter las prioridades financieras y presupuestarias a un ejercicio gradual y paulatino de análisis colectivo, a través de asambleas de ciudadanos que designan delegados, y que desde comarcas y barrios llegan a abarcar la ciudad entera.

Sería la experiencia novedosa del presupuesto participativo el imán que atrajo la convocatoria en dicha ciudad al 1er Foro Social Mundial, en 2001. Después de 14 años de existencia y 9 cónclaves centralizados realizados en 3 continentes, el FSM se ha convertido en el espacio más amplio con el que cuenta actualmente la sociedad civil planetaria organizada.

A poco más de 25 años de esa primera experiencia brasilera de presupuesto participativo, más de 1.500 ciudades del mundo entero de las más diversas dimensiones –Brasilia, Buenos Aires, Bolonia, Sevilla, Málaga, Portland, Ontario, Yokohama, etc.– lo ejercitan actualmente en diversas variantes y modalidades.

La ciudad del mañana está en construcción, enfatizan los urbanistas comprometidos socialmente, que en estos últimos años enriquecen conceptos y propuestas. Los millones de amenazados por las expulsiones urbanas –y Brasil es un caso emblemático visible internacionalmente por los costos sociales que implicó la construcción de los estadios para albergar el Mundial de Fútbol 2014– son parte del decorado. «Todo individuo debe apropiarse del conjunto de la ciudad», enfatizan. Eso significa disputar los espacios públicos, luchar por el agua potable, la construcción de escuelas y dispensarios, cloacas y transporte colectivo.

Y en este marco, proliferan alternativas en el mundo, en paralelo a la agudización de las tensiones urbanas como resultado de la concentración excesiva. Por ejemplo las más de 250 Community Land Trust, estructuras colectivas de propiedad terrena nacidas en Estados Unidos a partir de los años 80, que ahora se extienden incluso hasta China e India. O bien las cooperativas de propiedad en otras tantas ciudades del mundo con la intención de favorecer una democratización del acceso a la propiedad urbana con sentido social. Así mismo, propuestas de agricultura urbana o periurbana en expansión: huertos colectivos y otras iniciativas socio-culturales barriales que desarrollan paradigmas de pertenencia y apropiación ciudadana.

Otro pensamiento es posible…

En los últimos años, de la mano especialmente de la explosión de la participación indígena en nuevos procesos políticos latinoamericanos –Bolivia, Ecuador, por ejemplo– fue consustanciándose la concepción del Buen Vivir como una alternativa al desarrollo convencional, concepto propio de los pueblos indígenas del continente que gana visibilidad política en las nuevas Constituciones de esos dos Estados andinos.

La nueva relación con la Madre Tierra, la ruptura con la lógica antropocéntrica tan propia del capitalismo y del socialismo real, el cuestionamiento de conceptos hasta ahora intocables como el de desarrollo y crecimiento, abren un proceso que estimula también en el Norte reflexiones interesantes. Por ejemplo teorías como las del decrecimiento, han ganado espacio intelectual en Francia, Suiza y otros países europeos.

Sin subestimar la reflexión sobre el ecosocialismo, que si bien no es nueva, adquiere cierta novedad en el debate actual en una Europa golpeada por la crisis profunda del pensamiento social demócrata.

Este movimiento de ideas y prácticas incluye también el nacimiento de nuevas «teorías» como las del «bien común» o «bien público», en cuanto proyecto económico abierto a las empresas que busca implantar una economía sostenible y alternativa a los mercados financieros. E incorpora también las constantes reflexiones sobre la comunicación alternativa como necesidad y condición ideológica para acercar mundos, promover la conjunción de experiencias, y revitalizar el debate sobre conceptos y paradigmas.

Prácticas locales, experiencias globales, teorías reanimadas, nuevas formas de pensamiento…Una búsqueda concreta, un zigzag propositivo, un ejercicio activo del ciudadano global para no negociar su fundamental derecho a soñar.

 

Sergio Ferrari

Berna, Suiza - Buenos Aires, Argentina