El desafío de una moral universal liberadora
El desafío de una moral universal liberadora
Benjamín Forcano
Respuestas anticuadas para nuevos retos.
Valgan como diagnóstico de la situación actual las palabras del Parlamento de las Religiones del Mundo:
«Nuestro mundo atraviesa una crisis de alcance radical; una crisis de la economía mundial, de la ecología mundial, de la política mundial. Por doquier se lamenta la ausencia de una visión global, una alarmante acumulación de problemas sin resolver, una parálisis política, la mediocridad de los dirigentes políticos, tan carentes de perspicacia como de visión de futuro y, en general, faltos de interés por el bien común. Respuestas anticuadas para retos nuevos».
Estos graves problemas de la humanidad no son fruto del azar sino de causas concretas. Es lo primero: superar el escepticismo o fatalismo de que sobre este punto no hay nada que hacer. La crisis de la que hablamos es universal y para resolverla hay que contar con una visión y solución que sean universales. Las visiones parciales, propias de otros tiempos, se han mostrado estériles. Y a superar esa parcialidad apuntaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 cuando escribía: «La libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de la familia humana» (Preámbulo).
Esto quiere decir que en torno a esa dignidad y derechos, no se ha impuesto la «concepción común» que parecía augurarse en la Asamblea de las Naciones Unidas. A pesar de ello, son cada vez más las voces de pensadores, políticos, líderes religiosos y científicos coincidentes en que hay problemas comunes a todas las naciones, que requieren un nuevo paradigma de visión y de normas, compartido por todas, y ese nuevo paradigma tiene que ser de carácter ético.
La supervivencia de la Humanidad no está asegurada si previamente no se produce ese cambio ético, válido y vinculante para todos: «La Tierra no puede cambiar a mejor si antes no cambia la mentalidad de los individuos» (ibídem).
Posibilidad de un proyecto ético mundial
Son muchas ciertamente las situaciones de calamidad actuales que no podemos corregir o evitar con simples medios tecnológicos, económicos o militares, pues la crisis, contra todo lo que se diga, no es en primer lugar económica, sino ética: «Ante esta situación, a la Humanidad no le bastan los programas y las actuaciones de carácter político. Necesita ante todo una visión de la convivencia pacífica de los distintos pueblos, de los grupos étnicos y éticos y de las regiones, animados por una común responsabilidad para nuestro planeta Tierra. Una visión semejante se basa en esperanzas, objetivos, ideales, criterios; dimensiones todas ellas que muchos hombres diseminados por el ancho mundo han ido perdiendo» (Küng).
Necesitamos abrir nuevos horizontes de cara al futuro, pues la humanidad ha entrado en una nueva fase de su historia y, pese a tantos obstáculos, dispone de suficientes recursos económicos, culturales y espirituales como para instaurar un mejor orden mundial.
Küng lleva décadas impulsando este proyecto y precisa: «Por ética mundial entendemos un consenso básico sobre una serie de valores vinculantes, criterios inamovibles y actitudes básicas personales. Sin semejante consenso ético de principio, toda comunidad se ve, tarde o temprano, amenazada por el caos o la dictadura, y los individuos por la angustia».
Por las razones que sean, a lo largo de la historia se han creado demasiadas escisiones y enfrentamientos entre ética y religión, ciencia y religión, religión católica y religiones... como si en el fondo unas y otras fueran inconciliables. Escisiones históricas, dramáticas y cruentas muchas veces, pero más propias de intereses y afanes institucionales de poder que de su misma naturaleza. ¿Por qué la ética ha de ser contrapuesta a la religión, la ciencia a la fe y lo humano a lo cristiano?
Convencidos de la unidad fundamental de la familia humana, Naciones Unidas proclamaba en 1948, en el plano del derecho, los Derechos Humanos, y eso mismo ha de ratificar desde el ángulo de la ética: el respeto total a la persona humana, el carácter inalie-nable de la libertad, la igualdad básica de todos los humanos y la interdependencia de todos con todos.
NORMA UNIVERSAL PRIMERA
Todo ser humano debe recibir un trato humano.
Küng comenta: «Esto significa que todo ser humano, sin distinción de sexo, edad, raza, clase, color de piel, capacidad intelectual o física, lengua, religión, ideas políticas, nacionalidad o extracción social, posee una dignidad inviolable e inalienable. Por esta razón, todos, individuos y Estado, están obligados a respetar esa dignidad y a garantizar eficazmente su tutela. La economía, la política y los medios de comunicación, los centros de investigación y las empresas han de considerar siempre al ser humano sujeto de derecho; la persona debe ser siempre fin, nunca puro medio, nunca objeto de comercialización e industria-lización. Nada ni nadie «está más allá del bien y del mal»: ni individuo, ni estrato social, ni grupo de interés por influyente que sea, ni cártel de poder, ni aparato policial, ni ejército, ni Estado. Al contrario: ¡Todo ser humano, dotado de razón y de conciencia, está obligado a actuar de forma realmente humana, a hacer el bien y evitar el mal!».
Sólo obrando de esta manera se es verdaderamente humano. Este obrar, que brota de lo más hondo de nuestro ser, queda sancionado como válido universalmente por la Ética, el Derecho y la Religión y queda esculpido en la llamada Regla de oro: No hagas a los demás lo que no quieras para ti, o Haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti.
Cuatro principios que derivan de esta norma
1. Respeta la vida. Son hechos innegables en nuestro mundo: el odio, la envidia, la violencia, la rivalidad, el uso de la fuerza, el crimen organizado, la práctica del terror, las dictaduras, la tortura… que contradicen el principio de «Respetar la vida»: todo ser humano tiene derecho a la vida, a que nadie lo maltrate, lo discrimine, lo depure o extermine; a que los conflictos se resuelvan pacíficamente; a que el fomento de la comunidad humana vaya unido al respeto de la naturaleza y el cosmos, tenemos una responsabilidad especial para con la Madre Tierra y el Cosmos, el aire, el agua, el suelo; a hacer efectivo lo que naturalmente nos pertenece: ser abiertos, solidarios, tolerantes, respetuosos con todos. ¡Respeta la vida!
2. Practica la justicia. En virtud de este principio, todo ser humano debe practicar la justicia, haciendo un buen uso de los bienes de la Tierra, de no acumularlos insolidaria e incontroladamente, de contribuir al Bien Común; de crear estructuras económicas que se configuren desde las necesidades y derechos de los más desfavorecidos; de una economía social y ecológica; de entender el poder como servicio a las personas y preferentemente a los más necesitados; de asegurar una política basada en el respeto, el razonamiento, la mediación y consideración recíproca; de asumir una actitud de moderación y control del insaciable afán del dinero, del prestigio y del consumo. ¡Practica la justicia!
3. Sé honrado y veraz. El mundo nos depara cada día una larga lista de gente que engaña, defrauda y miente, desinforma, vende falsificando, somete su ciencia a intereses económicos, pregona el fanatismo… Y cada día, en el seno de todo lugar y cultura, la conciencia humana se siente poseída por el imperativo de no mentir, de hablar y actuar desde la verdad. Ningún ser humano, ninguna institución, ningún Estado y ninguna Iglesia o comunidad religiosa tiene derecho a decir falsedad a los demás. Los medios de comunicación, el arte, la literatura y la ciencia, los políticos y sus partidos deben servir a la verdad. Todo hombre tiene derecho a la verdad y a la veracidad, y tiene el deber de hacer valer la verdad, a buscarla incesantemente, de servirla sin ceder a oportunismos. ¡Sé honrado y veraz!
4. Ama y respeta a los otros. Nadie puede degradar a otro ni mantenerlo en una forzada dependencia sexual. No es posible una convivencia entre iguales sin verdadera humanidad. La relación hombre-mujer debe regirse por el amor, la comprensión, la confianza, la igualdad, el respeto mutuo. ¡Ama y respeta a los otros! JUNTOS TODOS, PODEMOS.
Dentro del mundo del varón y mujer, sigue dándose el patriarcalismo, la explotación de la mujer, el abuso sexual de niños, la prostitución impuesta.
¡Todo ser humano debe recibir un trato humano!
¡Debemos hacer a los demás lo que queremos que nos hagan a nosotros!
El desafío está en cómo logramos implantar esta mentalidad. Muchas cosas hemos hecho avanzar, en muchas hemos mejorado. Nos falta la principal, la de que nadie se exima de responsabilidad en cuanto hace u omite. Con esa responsabilidad, desde los principios enumerados, podemos dar solución a muchas cuestio-nes en litigio. La actual situación no está perdida. Desde un sentido ético propio y universal, todos juntos, podemos revertir esa situación, podemos hacer efectiva una ética mundial común, un mejor entendimiento mutuo.
Benjamín Forcano
Madrid, España